Nos hemos acostumbrado a asociar el terror gótico con nombres de autores como Edgar Allan Poe, H.P. Lovecraft, Guy de Maupassant o Lord Dunsany, obviando que en nuestro país también se cultivó el género gracias a las obras que parieron Gustavo Adolfo Bécquer, Emilia Pardo Bazán o incluso Benito Pérez Galdós. Y es que España es rica en tradiciones y leyendas que están plagadas de elementos propios del género, y que aunque se han explotado en los casos mencionados, no parecen haber alcanzado el reconocimiento que sí tiene la novela gótica más internacional. Aunque Meigallo se ha publicado dentro de una colección de espíritu y formato claramente pulp, su interior guarda similitudes con ese gótico español clásico, y se aprovecha de uno de los folclores más ricos de cuantos guarda nuestra tierra: el gallego.
Nacido en un pueblo orensano, Miguel Garrido de Vega conoce bien algunas de las vertientes más mágicas y, por qué no, inquietantes, de las costumbres de la tierra de las meigas. La historia de Meigallo nos traslada a la Galicia de los primeros años del siglo XX, y en ella seguiremos las andanzas de Alonso de la Hoz, peregrino que realiza el Camino de Santiago y que arriba a Bandomil, un pequeño pueblo que no reza en los mapas. Allí, desde su primer encuentro con una misteriosa mujer mayor, se verá envuelto en asuntos que parecen ir cobrando un cariz extraño y poco natural.
Como vemos, el autor se sirve de la especial idiosincrasia gallega para introducirnos en una aldea que guarda varios misterios. Así, aparte de la propia condición de romero del protagonista, conoceremos a varios personajes con características muy ligadas a la tierra, y una serie de elementos propios de aquella geografía. La treboada, los candiles, la menciñeira, los bosques frondosos y oscuros como la noche... Todo ello contribuye a una ambientación perfecta que imbuye el relato de magia y superstición. Y cuando estamos dentro, el autor nos golpea con las escenas fuertes, que resultan contundentes como una buena queimada.
Esa atmósfera es uno de los puntos fuertes de la novela, y gracias a ella Miguel Garrido consigue que el lector se adentre en el texto y no tenga ningún problema en reconocer costumbres y actitudes propias de hace un siglo. Ese logro también está en una prosa sencilla y poco recargada, que ayuda a que leamos la historia de un tirón. A pesar de la linealidad de la narración, el autor introduce en la apertura de algunos capítulos pasajes oníricos que cambian de tono y que, pese a contener una carga más profunda y metafórica, funcionan como pequeños respiros de la historia principal al mismo tiempo que también contribuyen a la escalada del componente más fantástico o inquietante. Por tanto, el ritmo es ideal para el disfrute de un relato de estas características.
Es curioso cómo una novela tan localizada en un lugar concreto puede admitir referencias muy lejanas. Por ejemplo, hay un pasaje que me recordó profundamente a una potente escena de la extraordinaria película coreana El extraño, demostrando que las raíces folclóricas son mucho más universales de lo que creemos. Igualmente, el desenlace entronca con un imaginario lovecraftiano al que le va como un guante la iconografía gallega, como ya se demostró en la adaptación al cine de Dagon.
Con un coqueto formato en tamaño de bolsillo cortesía de la editorial Pulpture, Meigallo me parece una más que correcta actualización de esa narración clásica de la novela gótica. Como ya hiciera recientemente Laura Suárez en su magnífico cómic Los cuentos de la niebla, Miguel Garrido de Vega exorciza el fantasma de la morriña con un relato lleno de sombras y ancestros de marcado acento galego que resulta muy satisfactorio. ¡Quiero más!