Llegar y besar el santo. Esta expresión describe la entrada de Birgit Vanderbeke (1956) en el panorama literario: su debut, Mejillones para cenar (1990), se convirtió de inmediato en uno de los hitos de la literatura alemana contemporánea. Fue galardonada con el prestigioso Premio Ingeborg Bachmann; y, tras publicarse en inglés en 2014, resultó finalista del Independent Foreign Prize for Fiction, que reconoce las mejores obras traducidas a este idioma en el año en curso. Desde entonces, la autora ha continuado escribiendo, pero este sigue siendo su libro insignia. ¿Y qué tiene esta primera novela de apenas cien páginas para merecer tanto elogio? Muchas cualidades, entre ellas una voz sin ningún rastro de ingenuidad literaria y una fusión espléndida de contenido y forma, heredera de La señora Dalloway, de Virginia Woolf. Además, su tema entronca sutilmente con las preocupaciones de lo que entonces era el pasado reciente de Alemania: la división del país (de hecho, la historia parece estar inspirada en la infancia de la autora). Excelencia literaria e interés social; todo eso tiene este libro.El libro está concebido como el monólogo interior de una chica. La narradora rememora un acontecimiento, en apariencia trivial, que marcó un antes y un después en su familia: la noche en la que su padre, que regresaba de un viaje de trabajo, llegaba tarde a la cena. Este hecho, tan irrelevante a priori, representa una ruptura de las «normas» del hogar —el padre no está presente a la hora de la cena familiar— y desencadena una reacción en cadena en los familiares que sí se encuentran allí (la madre, la hija-narradora y el hijo). Poco a poco, la narradora deja entrever la forma en la que el patriarcado se ha instalado en la institución de su familia, la violencia silenciada en sus rutinas cotidianas: el padre, un hombre de origen muy humilde que emigró de la RDA junto a su esposa, se ha labrado una gran carrera como científico en la RFA. Su procedencia, sin embargo, lo sigue acomplejando: quiere alejarse por completo de lo que fue, y para ello instaura determinados hábitos para toda la familia (música, paseos, viajes). No solo desea cambiar su identidad (de hombre pobre a hombre «triunfador»), sino que presiona a los suyos para que también lo hagan.
Birgit Vanderbeke
La acción como tal solo dura unas horas (la cena), aunque la gracia de la narración está en su capacidad para hilvanar recuerdos, reflexiones y emociones a partir de esa noche, por lo que en pocas páginas se proporciona un retrato completo de la familia y su pasado. Esta voz de mujer joven oprimida por el padre dominante tiene resonancias de autoras como Natalia Ginzburg o Mercè Rodoreda, por su uso de la primera persona con un tono cercano a la expresión oral, con un gran dominio del lenguaje coloquial y sin diálogo (pero con frases pronunciadas por los personajes en el cuerpo del párrafo, lo que le da un estilo vivaz, vigoroso). No se pone nombre a los personajes, ni se concreta la edad de la protagonista (que en principio puede parecer una niña, pero las referencias posteriores a su juventud hacen cambiar esa perspectiva). Tiene, además, un poco de humor negro, que, junto con el carácter de la narradora, le da chispa, ingenio, y evita que resulte un drama apagado. Es un texto, en suma, complejo, ambicioso, dotado de una fuerza arrolladora. Una pequeña obra maestra.