Mejor la ausencia - Edurne Portela

Publicado el 24 julio 2018 por Elpajaroverde
"Me calzo. Me duele. Echo a andar por el paseo. Si corriendo me lleva veinte minutos, andando me llevará casi una hora, sobre todo cojeando como cojeo.
[...]Me duele el pie. Me duele mucho. Se me saltan las lágrimas. Me concentro en el dolor. Con cada pisada me sube una punzada, un calambre hasta la tripa. Piso más fuerte. Que me duela más. Ando más rápido. Está bien el dolor. Está bien. Otra pisada. Y otra. Y otra".

Otra palabra. Y otra. Y otra. Y otra más. Las palabras de Edurne Portela son como las pisadas de Amaia, pum, pum, pum. Concéntrate en las palabras hasta que deje de doler. El dolor físico es preferible a otro tipo de dolor. Anestesia. Aletarga. La euforia del dolor. Chute de endorfinas sin contraprestación.

"Me gusta la sensación de empezar a perder la conciencia de las cosas, la sensibilidad de mis propios miembros, a confundir la distancia entre mi cuerpo y los objetos que me rodean. Disfruto la dejadez, la pesadez, la inmovilidad que me invade. Quedarme dormida en el sofá y despertarme sin saber la hora que es. Sin haber soñado. Sin saber quién soy o dónde estoy. Beber un poco más hasta no saber si pienso o no pienso. Ni siquiera si existo".

Estoy anestesiada, paralizada. Lo único que alcanzo a hacer es seguir leyendo. Sigo las palabras de Amaia, las de Edurne, pum, pum, pum. Este libro se bebe, es goteo intravenoso. Y duele, pero pareciera que estuviese anestesiada.

No consigo llorar. Las lágrimas no afloran en mis ojos como en los de Amaia queriendo avanzar con su pie herido por el paseo de esa playa (huyendo ¿de qué? ¿de quién? Buscando refugio ¿dónde?), ni siquiera noto un nudo en la garganta, todo se concentra en mi estómago. A mí no me suben punzadas desde el pie, mi dolor nace (y ojalá pudiera añadir muere) en el estómago. Ahí continúa mi saco de lágrimas.

Acabo este libro y escribo en las redes sociales: "Si tuviese que elegir una sola palabra para describir Mejor la ausencia sería brutal. Para describir a Edurne Portela necesito dos: impecable e implacable". Me quedo pensando y añado lo siguiente: "Lecturas que duelen. Lecturas que no se pueden soltar. Lecturas que provocan impotencia". Y ahí sigo, como en un bucle, sin que me salgan más palabras para poder hablar de él y con la misma impotencia. Anestesiada. Paralizada. Atrapada en las paredes del piso cercano a Bilbao en el que se crió Amaia. Y con mi saco de lágrimas que no consigo romper.

Cotidianidad del horror. Creo que a eso se debe mi impotencia.

Amaia es unos años mayor que yo. Nos narra su infancia y adolescencia en el País Vasco desde finales de los setenta hasta principios de los noventa y su regreso diecisiete años después. Recuerdos, imágenes que han quedado grabadas en su memoria, conversaciones escuchadas y no siempre entendidas, huecos, que va llenando, que vamos llenando, vivencias propias que ojalá hiciera falta rellenar. Palabras justas, pum, pum, pum, sencillez apabullante, sin adornos, sin buscar provocar nada y por ello mismo provocando lo que provocan las vidas cargadas de nada. Las palabras de Amaia. Las palabras de Edurne Portela.

Edurne se me hace Amaia, una única voz, pero dudo mucho de que esta sea una novela autobiográfica. En todo caso, sería una autobiografía social, no personal. Pienso ahora que a veces lo social se vuelve personal y viceversa. Cuántas Amaias habrá, cuántos aitas, cuántas amas, cuántas abuelas, cuántos tatos Aníbal, Aitor, Kepa, cuántas familias Gorostiaga.

"Con Aitor es siempre lo mismo. Preocuparse desde la distancia, juzgar a los demás desde la superioridad ética que le da su cátedra de filosofía. Pero cuando hay que mojarse, Aitor se queda ahí, con el dedito de juez, señalando, y a salvo. A salvo de todo. Es el más listo. Siempre lo ha sido. Aníbal huyó de la peor manera posible, y Kepa también, que lo suyo estará sufriendo. Y yo, yo soy la que lo hace todo mal, al huir y al regresar, y en el entremedias. [...] Si me comparo con Aitor, siempre pierdo. Él se fue de casa pacíficamente, yo dejando cicatrices".

Yo me hago Amaia. Soy Amaia. Es tan real, la siento tanto...

Amaia y yo. Su vida y la mía. Tan parecidas. Tan distintas.

La pequeña de la casa, a la que se expone a la realidad y se la quiere proteger negándole explicaciones. Las peleas entre hermanos. El cambio del colegio al instituto. Las amigas. Las primeras salidas nocturnas.

El alcohol. Las drogas. La violencia dentro y fuera de casa. ETA. Los GAL.

Lo escribo en párrafos separados: mi vida, la suya. Debería coexistir todo en el mismo: su vida, la cotidianidad del horror.

"Es extraño ver las imágenes en televisión de una calle que está tan cerca de casa".

La siento tanto... Mi Amaia abandonada. Lo siento tanto... Y necesito llorarla y no puedo. Atascada. Saco de lágrimas. Anestesiada. Paralizada.

"Estoy harta de darme pena".

Todos me dan pena. Víctimas/Culpables. Personas fragmentadas. Familias fragmentadas. Sociedades fragmentadas. País Vasco fragmentado. Pero es por las Amaias del mundo mi dolor y mi impotencia. Es por ellas mi atasco con mi saco de lágrimas. Por ellas mi parálisis y mi incapacidad de verbalizar mis sentimientos.

"A nada que hablemos del pasado van a salir todos los fantasmas".
"En esta casa cada uno sobrevive como puede".

Si te ha gustado...
¿Compartes?