Sin embargo, la Europa convulsionada por el terrorismo nos trasmite la sensación de estar, a día de hoy, peor que en el pasado, puesto que la seguridad en la que confiaban los ciudadanos ha desaparecido de nuestra cotidianeidad. Ningún gobierno está en condiciones de asegurar la vida de sus ciudadanos. Las bombas pueden estallar en cualquier lugar y en cualquier momento, buscando siempre el mayor número de víctimas inocentes posible. Hay sobrados motivos para que este rincón del planeta se sienta vulnerable a los ataques arbitrarios perpetrados por organizaciones terroristas de cariz islamista, pues desde hace, cuando menos, una década que comandos yihadistas parecen obsesionados en atacar nuestro modelo de convivencia, basado en la democracia como marco legal que garantiza la libertad, la igualdad y el bienestar como derechos inalienables de los ciudadanos.
No obstante, la realidad es distinta cuando la sometemos a comparación con el pasado. El fenómeno terrorista en Europa reviste un carácter residual, a pesar de la percepción, sobre todo mediática, que se tiene de él. Según Global Terrorism Database, la inmensa mayoría de los actos terroristas perpetrados por organizaciones radicales islamistas se centran en países musulmanes, fundamentalmente en Oriente Medio y Asia Central (Irak, Pakistán, Siria, Afganistán, Nigeria). Europa padece el 0,1 por ciento de tales atentados y brinda un porcentaje proporcional en cuanto al número de víctimas. De las 72.000 personas muertas a manos del terrorismo en el mundo, desde el año 2000, en Europa han perecido unas 300 personas por tal motivo. En el mundo occidental, es Nueva York la ciudad que ofrece el balance más elevado de fallecidos, cerca de 3.000 personas, tras el ataque a las Torres Gemelas perpetrado por comandos de Al-Qaeda, estrellando aviones convencionales de pasajeros contra ellas.
Parece evidente, por tanto, que en relación con el fenómeno terrorista no es esta parte del mundo la más perjudicada, aunque ello no garantice una seguridad completa ni hoy ni mañana. Ni que las magnitudes del terrorismo sean hoy semejantes a las de otros períodos del pasado, cuando campaban por sus respetos múltiples organizaciones que convertían a Europa en un infierno del terror de la mano de la banda Baader-Meinhof en Alemania, ETA en España, el IRA en Irlanda, las Brigadas Rojas en Italia y otras de similar y siniestro estilo. Aunque la violencia sanguinaria yihadista pretende hacernos creer en la existencia de una guerra global, ese afán por matarse entre facciones islamistas no representa ninguna “guerra” de civilizaciones ni religiosa, como a veces proclaman (atacan nuestra forma de vida o por considerarnos infieles a su religión), ya que los principales objetivos y víctimas del terror pertenecen al mismo ámbito cultural y religioso de los propios terroristas. Por eso, a pesar del momento convulso que vive Europa a causa del terrorismo, no es éste el mayor problema al que está expuesta esta parte del mundo, aunque influya en gran medida en la percepción negativa del presente en comparación con el pasado.
Incluso en el plano político el avance es, asimismo, esperanzador, ya que la democracia está hoy más extendida que en el pasado, aunque su asentamiento como sistema “menos malo” de gobierno, basado en la soberanía popular y en la dignidad humana que postula la libertad y la igualdad de todos, sin distinción, no ha sido ni fácil ni pacífico en todos los casos. Hoy en día no se concibe más régimen que el democrático y se presiona para que los que todavía no lo son evolucionen hacia él. Aquellos países que se resisten a implantar una democracia plena son percibidos como excrecencias anacrónicas del pasado, caso de Cuba o Corea del Norte, por citar un par de ejemplos. Tras un siglo XX en que hubo auge de dictaduras, la democracia consiguió imponerse, sobre todo tras la Segunda GuerraMundial, en muchos países de Europa, América Latina, Asia oriental y, en último lugar, en naciones de la órbita comunista. Hay que reconocer que ello fue fruto, en gran medida, al desarrollo económico y por exigencias de la globalización, lo que ha permitido que más de la mitad de la población mundial disfrute de regímenes democráticos y viva en países libres, dentro de lo que cabe. En cualquier caso, hoy en el mundo hay menos regímenes dictatoriales y totalitarios que en tiempos pasados, cuando nos avergonzaban el fascismo italiano de Mussolini, el nazismo alemán de Hitler, la dictadura española de Franco, el comunismo asesino de Stalin, las barbaries de Pinochet, Gadafi, Sadam Husein y tantos otros personajes sanguinarios que hoy no se conciben ni se toleran. También políticamente es verdad que el mundo es hoy mejor que ayer.