Aunque uno se cansa de "películas test" - allá cada cual con sus placeres -, pienso que de entre todas las opciones posibles, lo mejor es dejarse desbordar por esta estructura de situaciones encadenadas a cual más imaginativa, una auténtica puesta en escena edificada sobre el ritmo, la gracia y el ingenio, que dan forma a una peripecia comprometida y nada naive - aunque el meridiano parentesco del film con "Tol'able David" de Henry King quede al fondo, desapareciendo cuanto allí resultaba telúrico, espiritual - es decir, lo más alejado que pueda haber a una competición de gags cosidos a una débil anécdota que a nadie ni de dentro ni de fuera de la película le importa nada.
Y por cierto, que de pusilánime, como se lee en algunas reseñas del argumento, nada tiene este Harold Hickory, nada querido ni integrado en su cerril ambiente familiar, pero que es desde la primera escena tan astuto y rápido de reflejos como despistado e impresionable.
Fundamental me parece para el funcionamiento del film y de lo más realista, cómo la naturaleza, los objetos, se "retuercen" sin partirse y cobrar nueva vida, sino un nuevo uso, un propósito alternativo, que no sé si será la esencia misma del cine cómico, pero que desde luego aleja al film de códigos genéricos.
El más cercano sería el del western, pero a duras penas pertenece a él, o mejor dicho pertenecerá, pues muchos de los elementos que ahora entendemos como fundacionales, son posteriores.
De hecho y hasta por aspecto, Harold Lloyd parece el antecedente directo y un poco al cine de su tiempo, lo que Buddy Holly será treinta años más tarde a la música "ligera", un inventor de formas (¿cuántos no son realmente aglutinadores de talentos y recolectores de las más dispares influencias?) y un revolucionario "positivo", sin una montaña enfrente que escalar con rebeldía, de espaldas, sino de frente, el camino del que pronto se desviaría el rock n' roll y que el cine estaba a punto de olvidar en cuanto llegara el cataclismo del 29 y la forzada transformación en sonoro. Sólo con tomar este año de 1927 y echar un vistazo a maravillas como "The circus", "College", "The battle of the century" o esta "The kid brother" acompañando a aportaciones dramáticas del calibre de "Sunrise", "Seventh heaven", "The student Prince on Old Heidelberg", "The unknown", "The crowd", "Underworld", "The King of Kings", "Stark love", "Wings" o "After midnight", ya uno duda de si el cine americano alguna vez fue mejor.
Y más feliz.
La preciosa Jobyna Ralston, hoy olvidada, una de tantas víctimas del cambio de era, permanece tan joven en la memoria como esta insospechada heredera de un negocio de venta ambulante de tónicos milagrosos, tan cercana al mundo de Chaplin y del que visitarán varias veces Frank Capra o Gregory LaCava, como antes, sin saberlo, estuvo enrolada en el que inspirará a George Cukor ("Girl shy", de 1924), a Preston Sturges ("Why worry?", del 23) o a cualquiera de los grandes cineastas que llegaban a la vuelta de pocos años y que nunca menospreciaron las enseñanzas de estos años prodigiosos.