Mejor todos tercermundistas

Publicado el 26 junio 2010 por Jackdaniels

El dilema de llevarte treinta años trabajando para una empresa es que, como el trabajo en sí nunca ha sido un valor para el empresario que te paga, sino más bien un favor que te hace, la vida laboral del empleado se devalúa con la misma facilidad que un automóvil a medida que va transcurriendo el tiempo.

La estabilidad laboral estaba llamada a paliar esa degradación que hunde sus raíces en las mentalidades atávicas de los empresarios más avaros, que desprecian la experiencia y el conocimiento de la cultura empresarial que adquiere el trabajador por el siempre más apetecible rédito económico fácil. De ahí esa insistencia permanente de la clase empresarial en sus peticiones reiteradas de abaratamiento del despido.

No se trata en realidad de crear una vía efectiva para fomentar la creación de empleo, no nos engañemos, sino de un mecanismo sutil y encubierto para sustituir unos trabajadores antiguos y con cierta edad por otros más jóvenes y baratos.

Esa vorágine dinamita uno de los ejes sistémicos del Estado del Bienestar, el frágil edificio de los derechos adquiridos. Porque si toda una vida de trabajo no sirve para asentar unos derechos que se van adquiriendo a lo largo de ella, entonces ¿para qué sirve?

La reforma laboral del gobierno ha entregado la llave de ese sagrado tesoro a los empresarios, sin pararse siquiera a pensar lo peligrosa que puede llegar a ser un arma de destrucción tan masiva en manos de gente sin escrúpulos, que los hay e incluso me atrevería a decir que son mayoría.

Tampoco comprendo por qué, si el empresario hace bien sus deberes y consigue pingües beneficios no los reparte con nadie –como si el trabajador no hubiese sido partícipe en su generación– y cuando las cosas se ponen feas, sin entrar a analizar las causas que lo provocan, sea ese trabajador al que en los tiempos de bonanza se margina quien tenga que pagar los platos rotos.

Juan Francisco Martín Seco lo explica a la perfección en “Están aprovechando la crisis” al predecir el inminente desenlace de la puesta en práctica de semejantes medidas:

“La situación laboral de la mayoría de los ciudadanos quedará sometida a una gran incertidumbre. ¿Qué se entiende por la frase “… cuando de los resultados de la empresa se desprenda una situación económica negativa”? Cada juez podrá interpretarla de manera diferente y no parece que los empresarios vayan a tener muchas dificultades para maquillar las cuentas, dado que los magistrados no son, precisamente, especialistas en la materia.
Resulta sencillo imaginar el desenlace. Lejos de crearse empleo, tal como se afirma, se multiplicarán los despidos. Incluso caeremos en una cierta eutanasia laboral. Los empresarios estarán tentados a sustituir trabajadores mayores por otros jóvenes con retribuciones inferiores. Y el miedo a perder el puesto de trabajo reprimirá cualquier reivindicación y obligará a tolerar las condiciones más degradantes. Tal vez sea esa la finalidad principal de la reforma. No es de extrañar que tales medidas reciban los parabienes del Fondo Monetario Internacional. Ciertamente, están aprovechando la crisis.”

Es difícil entender las razones por las que un Gobierno que se dice de izquierdas efectúa semejantes concesiones a un colectivo tan falto de ética como el empresarial, que ha demostrado de sobras una legendaria tendencia a no respetar ningún tipo de derecho ni de moral cuando de generar dinero a raudales se trata. El dinero ni tiene sentimientos, ni moral. Si a estas gentes les ofrecieras en bandeja la implantación de unas condiciones de subsistencia como las que cuenta Rosa María Artal que se dan en Bangladesh en su artículo “Reventemos el Monopoly”, no dudarían en aceptarlas al instante aduciendo que el Gobierno está haciendo lo que interesa al país. Sencillamente porque aquí no hay más país que ellos.

“A Bangladesh le llaman “la sastrería de occidente”. Allí se cose para las grandes cadenas de ropa. El 40% del vestuario que venden las marcas españolas, por ejemplo, lo confeccionan en países donde no hay garantías de respeto a los derechos laborales, ni seguridad, ni higiene siquiera. En todo el mundo, cerca del 70% de las prendas que usamos se elaboran en países en vías de desarrollo. Bangladesh ha de enfrentarse a la competencia por el trabajo basura, el que también hacen chinos, vietnamitas o indios. Y les han bajado sus miserables sueldos. Ahora cobran 15 euros al mes por jornadas de 18 horas, sin vacaciones. A los niños de entre 5 y 15 años aún les pagan menos: 10 euros. Al mes. La silenciada historia de sus protestas alcanza ya varios años.

En India, 55 millones de niños trabajan en la elaboración de la artesanía textil. En otros países como Pakistán ni se sabe. Las multinacionales de ropa deportiva han perfeccionado la estrategia y ahora hacen que los niños trabajen desde casa, nos cuenta Nueva Tribuna

Inditex ha cerrado su fábrica de Bangladesh, pero H&M mantiene las suyas. El año pasado pagó de impuestos… 60 euros.”

Así que mejor que no pierdan más tiempo disfrazando la realidad para vender la mierda en envoltorio de seda. Mejor que se quiten la careta y reconozcan de una vez que todo iría bastante mejor si cualquiera que no sea uno de los nueve millones de adinerados que habitan el mundo fuera un tercermundista.