¿Que estoy muy tarde para hacer mi lista de mejores lecturas? ¿Que todos ya postearon las suyas hace días? Pfff, callad, mortales, que el año recién empieza y esta humilde servidora no podía quedarse sin compartir sus libros favoritas del año pasado. Me propuse armar esta lista sin un número en mente —claro, tampoco con una cantidad a lo "15 del 2015" que se me hace ridículo—, pero, por cosas del destino, logré resumir mis más de cien lecturas a exactamente diez títulos que se han vuelto indispensables. La crème de la crème. Así que, sin más preámbulo, aquí van.
Durante el año pasado no leí demasiados cuentos —2016, espérame que me reivindico—, y aunque hubiera leído mil, Catedral de Raymond Carver se hubiera llevado un lugar en esta lista. Con semejante título, a estos cuentos no les podía faltar una construcción brillante, tanto de trama como de personajes. Las palabras de Carver buscan decirnos qué pasa de la manera más concisa posible, una característica muy propia del realismo sucio, y al leerlas sentía que lo más importante de sus cuentos recaía precisamente en lo que no encontraba el ellos, en lo que no decía, en esos espacios que el lector iba llenando después acabar sus páginas. Genialidad pura.
Sí, no hubieron cuentos, pero sí que disfruté muchísimas novelas gráficas y si son visitantes asiduos al blog ello no los sorprenderá. Si me tengo que quedar con dos títulos, estos tendrían que ser Maus y Saga, de Art Spielgeman y Brian K. Vaughan con Fiona Staples respectivamente. Esta última ya la recomendé por diestra y siniestra, así que aprovecharé este espacio para explayarme un poco con Maus, novela de la que seguro han escuchado por ser la primera, y hasta ahora única, novela gráfica en ganar un premio Pulitzer. El testimonio del padre de Spielgeman como sobreviviente del holocausto no pudo ser narrado de una mejor manera; brutal, fascinante y entrañable. Sin duda, el mejor libro que he leído dentro de narrativa de guerra y una lectura obligatoria para los amantes de la novela gráfica.
El 2015 pude por fin conocer la pluma de autores que quería leer desde hace mucho —Foster Wallace, Woolf, Camus, Ngozi Adichie— y que considero brillantes, pero definitivamente hay tres que ganaron una mención especial: Bernhard Schlink con El lector, Shirley Jackson con Siempre hemos vivido en el castillo y Neil Gaiman con El océano al final del camino. Estas tres novelas me maravillaron por motivos muy diferentes; la evolución de Michael, el tremendo personaje que es Merricat, la fantasía que nos regala Gaiman; y sigo volviendo a ellas meses después de haberlas acabado. Quizás en mí sus páginas nunca terminaron de cerrarse.
Aunque este año leí muchos clásicos, el único del siglo XIX que conforma esta lista es Frankenstein de Mary Shelley. No exagero al contarles que, cuando empecé mi lectura, pensé que en la editorial se habían equivocado al poner la tapa y ésta correspondía a otro libro. ¿Era en serio el libro que tenía entre manos ese clásico que creía conocer? Pues sí que lo era, y estoy segura que si no lo han leído
Respecto a los clásicos modernos, no puede faltar Guía del autoestopista galáctico de Douglas Adams. Un jueves cualquiera los terrícolas reciben una no tan grata sorpresa: su planeta será demolido porque obstruye la construcción de una autopista hiperespacial —¿Que no se lo habían comunicado? ¡Pero si dejamos un meme!. Y chau, planeta tierra, fue un gusto. Este es el punto de partida de Arthur Dent y Ford Prefect, un terrícola y su extraterreste amigo, a uno de los viajes interespaciales más hilarantes de la literatura. Que no cunda el pánico, la odisea no ha hecho más que empezar.
«No creo que la sociedad que he descrito en 1984 necesariamente llegue a ser una realidad, pero sí creo que puede llegar a existir algo parecido», escribía Orwell después de publicar su novela, esa obra maestra que se ha convertido en uno de mis libros favoritos. Las palabras de Orwell datan de 1948, y es realmente escalofriante la manera en la que su pieza de ciencia ficción se ha acercado a nuestra realidad. Y su final, ese final, tiene que ser el más deprimente y real que he tenido la suerte de leer.
Saben, me voy a sincerar por completo con ustedes y les contare los pensamientos exactos que pasaron por mi cabeza cuando me di cuenta que *insertar imaginariamente título para aumentar el suspense* se había convertido en mi libro favorito. Desde que leí Cien años de soledad, imaginé Gabo con su espectacular liquiliqui blanco entrando a una suerte de olimpo en mi mente. Allí había un trono que se había mantenido vacío hasta el momento, destinado al autor de mi libro favorito. Gabo lo vio, supo que le pertenecía y se sentó en él con una sonrisa pintada en el rostro y un montón de mariposas amarillas aleteando a su alrededor. El pobre no tenía ni idea de lo breve que sería su estadía en aquel pedacito de paraíso... Cierto día de marzo llegó The Vonnegut.
Y no llegó con un traje impoluto, no. Llegó en un pijama que le quedaba grande y una mirada cansada. Levantó las cejas un poco y Gabo entendió el gesto. Se fue a buscarse un banquito mientras que Kurt se hizo con el trono. Ya no habían mariposas, ahora solo se escuchaba una ronca risita burlona.
Lamento el chorreo mental, pero si no les contaba esto a ustedes, ¿entonces a quién? Matadero cinco te reta, te estimula, te lleva a donde quiere y te escupe de la misma forma. Decir de qué va resulta todo un desafío, al igual que saber a quién recomendárselo, pero podría decir que es el resultado de meter un crudo testimonio de guerra, una dosis fuerte de viajes en el tiempo y una pizca de raptos alienígenas en una coctelera en una coctelera. Y me quedo muy corta, que ya ha pasado casi un año que lo terminé y la cabeza me sigue dando vueltas.
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