Durán i Lleida sobre dedicarse a la docencia
Es jueves.Elijo un libro abarcable: Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett.Al elegirlo, apenas sé de lo que trata. Y me alegro, porque entonces quizás lo habría postergado.Y sin embargo, avanzo. Y acabo la lectura. Y me congratulo.Antes de llegar a una frase que suscribo, ya me había convencido lo que Piedad Bonnett iba contando y desvelando (el enfoque, el acento, las palabras...), pero al leer el suave descrétito de la falacia patética de la que tantos abusan
"El dolor pareciera, tal vez por ley compensatoria, otorgarnos derechos" (pág. 37) persisto en la lectura (y acallo las voces que me dicen que... tengo pendiente tal y cual cosa..., debería hacer esto..., ¡ay! ¿y aquello otro que comprometiste? ), y al acabar... una sensación de plenitud o de satisfacción.¿Quién aseguraría, a priori, que leer el relato de una madre a quien repentinamente le dicen que su hijo de 28 años acaba de suicidarse de una forma brutal, violenta, nos llevaría a esas sensaciones? Pues así ha sido. Sin duda, por la lucidez y la inteligencia y el sentimiento verdadero que guía estas páginas escuetas y esenciales que arrancan de ese instante y van moviéndose (hacia atrás y después, en el vacío incontestable) para comprender.
No voy a hacer una reseña ni una glosa. Cedo la palabra a la autora y reproduzco algo de lo subrayado o remarcado.
"¿Si reverencio los cementerios, si los encuentro bellos, por qué entonces preferir para Daniel esa nada al viento, las cenizas?" (ág. 34)."La fotografía, qué paradoja, recupera y mata" (pág.36)."Y yo no sé, oyendo todas estas palabras, qué me duele más, si el mundo sin Daniel o Daniel sin el mundo" (pág.40).Más adelante, tras hacer balance y reconstruir para comprender, la madre constata:"Todas estas cosas sé, y sin embargo, qué enormes zonas de ignorancia. Inútilmente busco durante meses una carta que hable de sus tristezas o sus miedos..." (pág.53).No se trta de enumerar. Hay que leer toda la secuencia. Y concluyo:
"¿De qué tamaño es el dolor del que se despide de sí mismo?" (pág. 117).
Siempre he antepuesto la vida a la literatura, pero no puedo negar que ésta nos salva... no de la vida, sino del prosaísmo y de la mediocridad y...
¡Uf!