La entrada de hoy no sé si será del agrado de muchos de vosotros. El tema de la muerte suele producir cierto recelo y un… quita, quita! Sin embargo, no hablaremos de la muerte en sí, sino de las fotografías “post-mortem” tan frecuentes en la era victoriana.
A partir de la invención del daguerrotipo en 1839, la fotografía se popularizó y aquellas familias que no podían permitirse un retrato hecho a mano, podían tener una fotografía; este método más rápido y barato también permitió a la clase media retratar a sus seres queridos fallecidos. En estas fotografías, los difuntos aparecen en una pose lo más natural posible y, en algunas, de pie, sostenidos por artilugios que, en algunos casos y si nos fijamos bien, se pueden ver por detrás.
Hay muchas fotografías de bebés muertos al nacer o fallecidos a muy temprana edad (recordemos la alta tasa de mortalidad infantil de la época), algunos rodeados de su muñecos, en su cuna,… y otros en los brazos amorosos de sus tristes padres o junto a sus hermanos. Es sorprendente con qué naturalidad aceptaban los niños la muerte, pues se fotografiaban con sus hermanos fallecidos con aparente naturalidad.
No producen estas fotografías ni miedo ni repulsión, más bien una inmensa ternura. Eran seres que en vida habían sido muy queridos y cuyos familiares no querían olvidar ni relegar al olvido, sino tenerlos presentes consigo para siempre.
Podéis ver en Internet muchas fotografías “post-mortem” de esta época, pero ya será vuestra decisión si os apetece o no verlas. La que he seleccionado para esta entrada me pareció discreta y que no molestaría a nadie que se pasase por aquí; al mismo tiempo, me llamó la atención porque a mano se escribió el nombre de la difunta, Miss Jeanette Glackmeyer, y por el hecho de que la fotografía fuese realizada nada menos que nueve días después del fallecimiento; según parece, la madre era incapaz de dejar marchar a su querida y única hija.