Memoria activa
La memoria se hace cargo de aquello que para la historia resulta incómodo. A finales de los años 50, Europa empieza a procesar los traumas de la Segunda Guerra Mundial. Libros como de Primo Levi, por ejemplo, se constituyen en un referente obligado para entender el horror. El juicio a Eichman, bien relatado por Hannah Arendt, en su libro “Eichmann en Jerusalén: informe sobre la banalización del mal”, bien puede servir como guía para entender el caso chileno.
Los 40 años del golpe de Estado, han puesto de nuevo el tema no resuelto de la sociedad chilena: el horror de los 17 años de dictadura. Cierta memoria obstinada, y con razón, que no renuncia a la defensa de los derechos humanos, se ha alzado para hacer preguntas que a cierto sector de la sociedad le incómoda. En el caso de Iquique, donde la brutalidad fue mayúscula, hay muchas preguntas que aun no tienen respuestas. ¿Quién y en que condiciones murió el soldado Pedro Prado? ¿Dónde están los restos de Taberna, Sampson, Fuenzalida y tantos otros? ¿Qué sucedió con Lamas, Muller y Marín? Al igual que Auschwitz, Pisagua traspira el horror, y guarda muchos secretos en sus bellos cerros y costas.
La memoria a través de las imágenes emitidas por los canales de televisión, logra alzar su voz, en una sociedad que parece rendida al consumo, que actúa como bálsamo para suavizar el malestar de ese pasado. Aún recuerdo los bandos militares, y el terror recorriendo la piel al escuchar los nombre de los amigos.
En cada ciudad debiera haber un Museo de la Memoria. Los hay en Iquique, del deporte, por ejemplo, pero no existe el que guarde, para no olvidar, el horror de esos años. En el ex-regimiento de Telecomunicaciones, a pasar que lo desmantelaron, se siguen escuchando las preguntas, los gritos de hombres y de mujeres que aún esperan respuestas.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 1 de septiembre del 2013, página 22