Memoria del caos

Publicado el 08 enero 2010 por Carmen
Cuando comencé a leer Memoria del Caos la primera pregunta que me hice es: ¿qué es esto? Volví a cerrar el libro y leí una vez más el título. Ahí estaba la explicación. No era una duda sobre la calidad literaria de José Blanco porque eso es poco cuestionable, sino una duda sobre la unidad estilística, formal, incluso temática del libro que había nacido como tal, sino que era una obra fragmentaria que el autor había reunido para su publicación. Y volví a pensar en el caos y en las palabras de Marisa Gutiérrez, que se incluyen en el mismo volumen: "Es un poemario tiernísimo de amor, una reflexión caleidoscópica sobre la escritura, un itinerario detallado del proceso creativo, un elogio apasionado de la lectura, un mapa lúcido con citas, un collage laberíntico sobre los sueños." Realmente creo que estas palabras resumen a la perfección la esencia de este caos que aúna en su interior: un caligrama; un ensayo sobre Sallinger; sonetos irregulares que tan sólo mantienen la rima y la división en dos cuartetos y dos tercetos (por cierto, los sonetos dedicados a Alazna para mí son lo peor de este digno libro); poemas en prosa como serán los Hitos que, además, sirven de hilo unificador. Todo esto puede deberse a, como dice José Blanco, en uno de sus hitos, que: "El poeta no escribe por encargo, sino por descargo." Para que juzguen ustedes mismos les dejo el siguiente poema:
ALARMA AÉREA (ROBERT CAPA, BILBAO 1937) Porque fuimos nosotros quienes te levantamos de entre la niebla con denominación de origen, de un horno sideromelancohólico te alzamos, cual feroces esforzados que del suelo erigen un sueño de estructuras, los poetas te nombramos como los dioses callan y los hombres afligen. Tú velabas nuestro sueño, cuando despertamos en tu orilla había puesto consulta una esfinge. Probablemente digan: Bilbao ha ganado en luz, mas tu luz brota de la capturada cuando eras una niña corriendo bajo alarmas aéreas, con el abrigo mal abrochado por la urgencia, mientras en tus ojos emulsiona la inocencia, cuarteada como los cristales de un tragaluz.