-33.469120 -70.641997La muerte del capitán Heyder, la DINA y Colonia Dignidad
Carlos Basso 13 septiembre, 2013
―Tremenda tragedia esta, ¿no le parece a usted, señorita?― preguntó a Adriana Heyder Goycolea la mujer que iba sentada al frente de ella en el tren entre Santiago y Talca, la fría tarde del 8 junio de 1975. Quien le buscaba conversación era una típica viajera de tren del Chile de los años 70: edad media e indefinible, más bien gruesa, vestida en forma humilde y con un canasto en cuyo interior se adivinaban sandwichs y un pequeño termo.
Adriana había llegado recién esa mañana a Chile, en un vuelo de Lufthansa. Estaba cansada, confundida y no vestía apropiadamente para la ocasión. De unos treinta años, delgada, buenamoza y con aspecto de “niña bien”, llevaba el cabello largo, unos jeans gastados y un suéter rojo. Parecía una típica turista extranjera, pese a que es chilena.
―¿De qué me habla?― preguntó a su interlocutora, saliendo del ensimismamiento en que iba.
―De esto, pues señorita, de este pobre capitán que mataron― le respondió mostrando la portada del diario que iba leyendo, fechado un par de días antes. Había un título muy grande, que decía algo así como “terroristas secuestran y asesinan a capitán de Ejército en Talca”. Debajo se exhibía una foto del malogrado, un hombre joven con uniforme de oficial, parecido a James Dean.
―Él era mi hermano― le contestó Adriana, con una seriedad que seguramente dejó pasmada a su vecina de viaje, quien de inmediato le ofreció sus condolencias y un café.
Tres días antes, el 5 de junio, los padres de Adriana, Osvaldo Heyder Montoya y Lola Goycolea, recibieron en su casa del barrio universitario de Concepción un llamado que alteró sus vidas para siempre. Esa jornada, tras el teléfono, un militar les preguntó si sabían algo de Osvaldo, capitán en el regimiento de Talca. Respondieron que no y entonces les comunicaron que dos días antes ―el 3― su hijo, el capitán de Ejército Osvaldo Heyder Goycolea, había desaparecido a eso del mediodía, a bordo de su citroneta.
El capitán Osvaldo Heyder
Dos días más tarde, hallaron el vehículo en las cercanías de la Torre Entel, con el cadáver de su jefe adentro. Una burda autopsia realizada por un legista ad hoc estableció que el cuerpo presentaba una herida a bala transfixiante ―es decir, con salida de proyectil― en el cráneo, que lo atravesaba a la altura de los pabellones auditivos, de derecha a izquierda. Ello se compadecía con el supuesto hecho de que en su mano portaba un revólver Rossi, calibre 38, pero la verdad es que de nada de ello quedaron: fotografías, pericias balísticas, nada que pudiera confirmar lo que decía el médico en su informe. Ni siquiera se sabe dónde está el arma, hecho que es esencial en esta trama.
Los Heyder viajaron lo más rápido que pudieron a Talca, en cuyo regimiento fueron recibidos en el regimiento de Talca como los padres de un héroe. Claro. Les explicaron que su hijo era un héroe del anticomunismo, pues extremistas del MIR lo habían asesinado, rojos de rabia, al saber que el capitán estaba tras la pista de una supuesta internación ilegal de armas.
Tres días más tarde Adriana por arribó a Talca y sus padres le repitieron la versión oficial. Ella, quizá por instinto, entendió que algo no cuajaba y se plantó frente al comandante del regimiento.
―Llevo cuatro años viviendo sola y no tengo problemas en aceptar la verdad. Dígame lo que pasó.
―Su hermano se suicidó. Tenía problemas, pues había tomado plata de la tropa― fue la respuesta del uniformado.El viaje
Lo más lógico fue aceptar la versión oficial, la de la muerte en manos de extremistas. El Ejército decidió que Heyder sería sepultado en Santiago y mientras su cuerpo era velado en una capilla ardiente, se decidió bautizar allí mismo, al lado del cadáver de su padre, a la hija menor del capitán, Claudia, que tenía 41 días de nacida.
En el funeral, un capitán leyó un emocionante discurso sobre el difunto, en el cual aseguraba que el 1 de enero de 1975 había sido transferido al regimiento Talca, y destacó sus cualidades humanas profesionales. Cuando estaban a punto de llevarse el cuerpo al cementerio, alguien dio una contraorden y el cadáver fue trasladado al Servicio Médico Legal, a fin de efectuarle una segunda autopsia (ya habían practicado una en el hospital de Talca).
Luego los Heyder regresaron a Concepción.
Una semana más tarde, sonó nuevamente el teléfono. Era un oficial de la Tercera División de Ejército.
―Mi general Pinochet está en la ciudad y quiere reunirse con ustedes, para darles su pésame. ¿A qué hora podemos mandar un vehículo a buscarlos?― preguntó el militar, asumiendo que ellos correrían al encuentro del capitán general. No se equivocaba.
Nerviosos, los Heyder se vistieron con sus mejores ropas y esperaron ansiosos el momento en que apareció un Mercedes Benz blindado, que los trasladó hasta el regimiento Guías, ubicado en el acceso a la ciudad.
Los hicieron quedarse algunos minutos en una oficina y desde allí los llevaron al casino del regimiento. Pinochet los esperaba en un rincón. Pese a que no era muy alto les pareció gigantesco, tan dueño de sí y con cara de compungido, vistiendo su uniforme plomo con charreteras rojas y doradas. Detrás de él había tres o cuatro militares más y varios civiles que nadie sabe que función cumplían ahí.
Pinochet se acercó. Abrazó a los padres de Adriana y a ella le dio un beso en la mejilla. Con su voz carrasposa, tomó del brazo a Osvaldo Heyder y a Lola Goycolea, los miró fijamente a los ojos y se dirigió a la madre.
―Señora, usted tiene que estar orgullosa de haber perdido un hijo por la patria.
Los padres del capitán se quebraron por unos segundos. Sacando la voz, Osvaldo Heyder le pidió que se preocupara de la viuda y las tres niñas que había dejado su hijo.
―No se preocupen. Yo voy a hacer todo lo posible para que estén bien- le respondió.
La reunión fue muy breve, no más que esas y algunas otras frases de cortesía. Osvaldo Heyder padre decía que se trataba de un reconocimiento público a lo que su hijo había sido en vida. Si bien no estaba feliz, al menos se lo veía tranquilo por primera vez después de varias semanas.
Los días siguientes la tesis del homicidio por parte de terroristas comenzó a tomar mucha más fuerza. Prácticamente todos los días, en los diarios de circulación nacional, aparecían informaciones sobre las pesquisas destinadas a detener a los autores del homicidio del capitán, en una investigación incoada por la Fiscalía Militar de Talca. A medida que iban apareciendo las noticias, parecía evidente que todo lo que se había dicho oficialmente se confirmaba. Un día se mencionaba que había 25 guerrilleros detenidos, otro día que se había detectado un nuevo intento de los terroristas por ingresar clandestinamente a Chile. Los militares respondían a todas las preguntas con evasivas, como “no podemos confirmar ni desmentir la información aparecida hoy en el diario, en el sentido de que tenemos a varios detenidos por el crimen”.
Las noticias sobre la muerte de Heyder fueron dando paso a otras informaciones inteligentemente urdidas, sobre la presencia de un verdadero ejército guerrillero del MIR que se preparaba, desde Argentina, para prácticamente invadir Chile, pero pocos se dieron cuenta de ello.
A fines de julio Adriana debió regresar a Alemania, donde trabajaba. El terminal aéreo de Pudahuel tenía un gran movimiento cuando llegó. Muchas lágrimas, quizá más de las habituales, corrían por los pasillos.
Ya en vuelo, a las pocas horas de viaje varios pasajeros comenzaron a ponerse de pie, a circular, a buscarle conversación a los otros. Repentinamente ella se vio en medio de un grupo formado por otros tres chilenos. Uno de ellos, que estaba sentado a la orilla y no llevaba equipaje alguno, de unos 45 años y pelo largo negro, iba con mucha cara de tristeza, pero compuesto. Ante una pregunta sobre su destino comentó que no se iba de viaje ni nada parecido.
―Me echaron del país. Me voy exiliado― explicó con dureza.
Se produjo un silencio incómodo, que alguien rompió al preguntarle a Adriana si iba de vacaciones a Europa. Claramente, ella era una niña de buena familia y el curioso pasajero obviamente no esperaba ninguna sorpresa incómoda de parte de ella.
―No, yo vivo en Alemania. Vine a Chile a un funeral.
―¿Quién se murió?
―Mi hermano. Lo mataron― disparó ella llena de rabia, dispuesta a que alguien le preguntara qué había pasado.
Como era lógico, todos se sobresaltaron por la respuesta. El mismo que había hecho la pregunta inicial, aparentemente sin escarmentar sobre su falta de delicadeza, la interrogó sobre quién era su hermano. Ella les contó. El exiliado, que observaba toda la escena sin sobresaltos y siempre sentado, tomó de nuevo la palabra.
―A tu hermano no lo mataron los del MIR. Lo mataron los mismos milicos. Créeme.
El correo
Por cierto, Adriana siguió durante muchos años creyendo en la versión oficial, pero eso cambió a partir de 1995, cuando el eficientísimo correo alemán la encontró (se había cambiado de casa) y le entregó un sobre anónimo que le habían enviado desde Chile a su dirección antigua.
Adentro lo único que encontró fue una fotocopia de una página del diario La Época, de Santiago, fechado el 28 de septiembre de 1992. Había un gran título que rezaba “La muerte de los duros. Las huellas de posibles ajustes de cuentas y venganzas en organismos de seguridad”. Firmado por la periodista Alejandra Matus, el texto contaba la muerte de varios militares, supuestamente cometidas por otros uniformados, en vendettas cometidas por y entre organismos de seguridad del régimen militar.
Desconcertada, quizá olvidando lo que le habían dicho en el avión, siguió leyendo, sin entender de qué se trataba, hasta que llegó a un subtítulo que rezaba “el capitán sensible”.
Tuvo que sentarse al leer el contenido del artículo. Allí, un ex mirista llamado Erick Zott narraba que en enero de 1975 había sido detenido en Valparaíso junto a más de 20 militantes de ese grupo, y que cuando estaban recluidos en el regimiento Maipo de Valparaíso, un capitán de Ejército, que se presentó ante ellos como Osvaldo Heyder, les dijo que era el jefe del Servicio de Inteligencia Militar del regimiento y que se preocuparía de que su estancia fuera lo más tranquila posible.
Zott aseveraba que dicha actitud humanitaria ―que no creyeron al principio― derivó en un enfrentamiento que tuvo lugar frente a los presos, entre Heyder y otro oficial, el teniente Fernando Laureani Maturana, jefe de la agrupación “Vampiro” de la DINA, lo que se produjo cuando Laureani trató de llevarse todos los presos de allí, a lo que Heyder se opuso. Pese a que Laureani tenía menor grado que Heyder, en los hechos él pertenecía a las estructuras de élite de los organismos de represión, mientras Heyder era un simple oficial “de las filas”. En resumen, tenía mucho más poder que el capitán.
Zott argumentaba que estaba seguro de que dicha postura por parte de Heyder, que se había traducido en lograr que varios de los presos quedaran en el regimiento y no fueran conducidos a las cárceles secretas del régimen ―entre ellas Colonia Dignidad― les había salvado la vida.
De hecho, ocho integrantes del grupo de miristas que Heyder no pudo retener en el regimiento siguen figurando hoy en las nóminas de detenidos-desaparecidos. Sólo algunos de los que se llevó Laureani, como Zott, lograron sobrevivir, mientras que todos aquellos que se quedaron en poder de Heyder no sólo siguieron con vida, sino que recibieron un trato digno y humanitario mientras estuvieron en manos del capitán.
Tras varios años buscándolo, Adriana finalmente encontró a Zott en Austria. Este le reafirmó la historia y además le contó que en el operativo de exterminio en contra de Osvaldo no sólo había participado la DINA, sino también la Colonia Dignidad.
El crimen
La que parece ser la simiente del asesinato de Heyder el 17 de enero de 1975 de la mano de la Agrupación “Vampiro”, uno de los brazos de a Brigada “Caupolicán” de la DINA, que estaba dedicada a la represión del MIR.
Tras una serie de detenciones de militantes del MIR en la Región Metropolitana, los “Vampiro” tornaron sus ojos hacia la Quinta Región, donde sabían se había refugiado una parte importante de miristas que habían escapado de Concepción, ciudad donde corrían peligro. Comandados por el mayor Marcelo Morén Brito, secundados por Laureani y acompañados por la ex mirista Marcia Merino, los DINA llegaron en un helicóptero “Puma” al Regimiento Maipo y comenzaron su tarea. El día señalado, Mónica Medina, en ese tiempo pareja de Erick Zott, fue aprehendida en Santiago. Un poco más tarde Zott cayó en Viña del Mar y luego le llegó el turno a Alfredo García Vega, de 30 años. Después arrestaron a Fabián Ibarra, de 27 años, su conviviente Sonia Ríos, de 30, y Carlos Rioseco, de 26 años. Al día siguiente, los agentes encontraron a quien ellos creían era uno de los más importantes jefes del MIR en la Quinta Región, Alejandro Delfín Villalobos Díaz, más conocido como “El Mickey”, quien fue emboscado en una casa de calle Montaña, donde se produjeron la mayor parte de las detenciones anteriores. Pese a que las autoridades dijeron que “El Mickey” había sido encontrado muerto en Santiago, existen testimonios de que fue asesinado allí mismo.
A este respecto, la única hoja de vida del capitán Heyder que se encontraba en el sumario original seguido tras su muerte, consignaba que por esos días se desempeñaba como jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) del regimiento. En su parte final, como acción destacada, la hoja muestra una felicitación por su actuación en un operativo realizado por la DINA entre el 17 y el 28 de enero de 1975 en Valparaíso, en el cual “se logró destruir 12 organizaciones del MIR, capturándose a varios extremistas, entre ellos al cabecilla, apodado‚ El…”
Pese a que no está la página siguiente, se trataba de “El Mickey”, muerto el 19 de enero. Dos días más tarde, Horacio Carabantes fue detenido en Viña y el 24 de enero María Isabel Gutiérrez y su novio, Hernán Brain, fueron aprehendidos por los integrantes de la DINA en Quilpué y luego llevados al Maipo. También llegaron allá Abel Vilches, detenido el 27 de enero luego que los hombres de Laureani mantuvieran a su familia secuestrada por dos días, y Elías Villar, arrestado el mismo día en Valparaíso. Amén de los mencionados anteriormente (todos los cuales desaparecieron, a excepción de Zott, Medina y Brain) fueron privadas de libertad al menos otras 12 personas, y todas ellas fueron recluidas en el Maipo.
El policía bueno
Mientras allí se encontraban se les presentó un oficial vestido de uniforme: el capitán Heyder. Hombre de ideas prusianas y formado en medio de los ideales del honor militar, se paró delante de los presos, les dijo cómo se llamaba, cuál era su cargo y preguntó cómo estaban.
―También les preguntó en qué los podía ayudar. Al principio desconfiaron de él, pues creyeron que estaba haciendo el papel del “bueno”, pero pronto Erick estableció mucha empatía con él. Conversaron mucho en ese tiempo― cuenta Adriana, quien asegura que no se conocían previamente, aunque ambos eran de Concepción, más o menos de la misma edad y del mismo sector, al igual que otra de las protagonistas de esta tragedia: Marcia Merino, más conocida como “la flaca Alejandra”, quien sí conocía a los Heyder de la infancia común en Concepción.
Zott relata que Heyder le contó que había presenciado la muerte de “El Mickey” y que “ese hecho había sido determinante en él para distanciarse ante nosotros de los métodos de los DINA, llegando a manifestar su disposición a alivianarnos nuestra estadía en el regimiento, así como facilitarnos la información del curso de las investigaciones, para estar mejor preparados en los careos e interrogatorios… con el correr de los días, fuimos comprobando que no se trataba de una clásica y conocida maniobra. Sus periódicos acercamientos y confidencias fueron incondicionales y de verdad alivianaron ese horror”, recuerda Zott.
Mónica Medina, en tanto, rememora que tras haber estado en Villa Grimaldi, su paso por el Maipo fue “una taza de leche”, pues asegura que “el capitán se esmeraba en que todo estuviera dentro de las reglas legales”. Relata que tras ser detenida la llevaron a Villa Grimaldi y luego a Valparaíso, al regimiento Maipo.
―Ahí me arrastraron a una pieza, donde en el piso, apoyados en una especie de vitrina larga que dividía la pieza, había dos compañeros. Después de un rato apareció ese militar, Osvaldo Heyder. Dos soldados me sacaron de ahí para llevarme a una pieza donde había una cama. Allí quedé custodiada por un soldado al cual le rogué que me diera agua. Cuando por fin lo logré convencerlo vino el capitán, que lo subió y lo bajó. Luego le explicó que si me daba agua me mataba, por la tortura con electricidad. Luego de ello, Mónica Medina dice que no recuerda mucho más, hasta que abrió sus ojos y descubrió que estaba en un hospital.
―Cuando desperté en el hospital estaba un médico y el capitán, que me dejaron ver a la compañera de Carabantes (hoy en día desaparecido), que acababa de dar a luz mellizos. Luego de eso volví al regimiento. Allá los de la DINA eran los que llevaban la voz cantante. Yo escuché que ellos tenían pugnas con el capitán Heyder, ya que él quería dejarnos en Valparaíso y aplicarnos la ley, lo que la DINA no estaba interesada en hacer.
Zott cuenta que la medianoche del 27 de enero “el capitán Heyder se me acercó una vez más para informarme que la DINA había dado por terminado el operativo en Valparaíso, a fin de trasladar a Santiago a todos los que allí estábamos detenidos. Acto seguido me consultó de qué manera nos podía ayudar, reiterándome sus enormes limitaciones y lo delicada que era su situación. Yo le sugerí que bajo el pretexto de continuar las investigaciones pendientes, tratara de dejar el máximo de detenidos posibles a su cargo, particularmente a mujeres”.
Heyder, de ese modo, logró retener a 12 luego de un fuerte alegato con Laureani, que se desarrolló delante de los presos. Otros 12 – entre ellos Zott- fueron subidos la madrugada del 28 de junio a un camión frigorífico y llevados a Villa Grimaldi. Ocho siguen desaparecidos.
La muerte
Tras la muerte de Osvaldo Heyder, el ejército le efectuó todo tipo de homenajes. En su funeral, un capitán leyó un emocionante discurso sobre el difunto, en el cual decía que el 1 de enero de 1975 había sido transferido al regimiento Talca, lo cual es una falsedad absoluta, pues ello ocurrió el 13 de febrero (es decir, sólo dos semanas después que terminara el operativo de la DINA en la Quinta Región).
No fue lo único turbio que hubo en las exequias. Al hecho de que antes de enterrar el ataúd se lo llevaran para hacerle una segunda autopsia, esa vez en el Servicio Médico Legal, se sumó la presencia de extraños personajes, como un oficial de Ejército que se acercó a Osvaldo Heyder padre para decirle que su hijo se había suicidado por líos de faldas y que habían arreglado todo para que pareciera un suicidio, a fin de que su viuda pudiera recibir la pensión correspondiente. A principios de 2002, cuando Adriana viajó a Chile para contratar al abogado Hernán Fernández, objeto de reabrir la causa, le mostró a su padre dos fotografías y le preguntó si reconocía a alguno de los hombres que le mostraba.
―¡Claro! Este es el tipo que me dijo que Osvaldito se había suicidado― gritó al reconocer una foto de los años mozos de Marcelo Morén Brito, quien ―ahora se sabe― llegó a Talca en la tarde del 5 de junio, con el fin de “aclarar” lo acontecido.
La versión del asesinato en manos de miristas tampoco cuenta con sustento alguno, en primer lugar, porque el SIM no estaba dedicado a la represión directamente, sino a prestar apoyo a la DINA. De hecho, no se conocen casos de agentes del gobierno militar asesinados por miristas, pero sí está comprobada la muerte de agentes de esa administración a manos de sus propios camaradas. Al respecto, Zott asevera que él, durante mucho tiempo, se dedicó a investigar lo que había ocurrido con Heyder, quizá con algún cargo de conciencia por no haber podido hacer nada por devolverle la mano, y efectuó diversas consultas sobre una posible participación del MIR en el hecho.
―Todos los resultados fueron y son hasta hoy negativos, pues ningún militante o estructura del MIR aparece, de alguna manera, vinculada a este crimen. Por el contrario, el capitán Heyder carece de los más mínimos atributos como para haberse transformado en el primer y último objetivo, entre 1974 y 1978, de las acciones armadas del terrorismo de izquierda― argumenta.
A los testimonios de los presos del Maipo ―a los que se sumaron, por ejemplo, Hernán Brain y Mónica Medina― respecto del buen trato recibido de parte de Osvaldo Heyder, se agregó un importante elemento: lo dicho por Hugo Bäar. Si bien lo anterior podría parecer medianamente vago, la verdad es que cobra mucho más peso por un nuevo testimonio de Erick Zott, el cual conversó varias veces con Baar en 1985, puesto que ambos testificaron en Alemania en el juicio que allí llevaba Colonia Dignidad contra Amnistía Internacional, luego que esta agrupación acusara al enclave de ser un centro de torturas (Zott también estuvo detenido en ese lugar).
De acuerdo a un documento protocolizado ante el cónsul chileno en Viena, el 23 de octubre de 2002, cuando se estaba efectuando el juicio, Zott estuvo en una conversación entre Walter Rövenkamp (gerente de Amnistía) y Hugo Bäar, quien “reconstruyendo pasajes importantes de sus responsabilidades en esta colonia, entre otras cosas relató que en aquel entonces (a mediados de los años 70) él estaba encargado de administrar la armería de la colonia y de esta manera se enteró que en el invierno chileno de 1975, dos miembros de la Colonia Dignidad, a quienes identificó y cuyos nombres no recuerdo, participaron en un atentado en contra de un oficial del ejército chileno en la ciudad de Talca. Hugo Bäar recibió el arma de vuelta y estos dos miembros de la colonia se ocultaron temporalmente en el sur de Chile”.
Y otro detalle, nada menor. Previo al traslado de Heyder a Talca, el Regimiento Maipo recibió desde la Corte de Apelaciones de Valparaíso un recurso de amparo interpuesto en favor de Neftalí Carabantes por su esposa, Liliana Castillo. Hacia mayo de 1975, el regimiento contestó al tribunal de alzada reconociendo que las ocho personas desaparecidas que se mencionaba allí había estado presas y que se les había llevado la DINA con dirección desconocida. No sólo era la primera vez que se respondía con la verdad a un libelo de este tipo en aquellos años, sino que, además, fue la primera vez que desde el propio Ejército se reconoció la existencia de la DINA. Por cierto, no se sabe quién redactó la respuesta al recurso de amparo, pero no es muy difícil entender que quien lo hizo era una persona de una integridad y valentía excepcional.
Colombo
La muerte del capitán Heyder, caso que aún sigue en investigación, sirvió además como punta de lanza para otro tétrico episodio: la Operación Colombo, un plan de inteligencia que consistió en publicar dos “diarios” en Brasil y Argentina, con el fin de informar que 119 miristas se habían muerto entre sí por rencillas internas, en Argentina.
La escalada informativa comenzó tras el asesinato del capitán, cuando las autoridades filtraron a la prensa chilena la especie de que el oficial había sido muerto por miristas que querían infiltrarse a Chile desde Argentina. Luego, de acuerdo a notas de prensa que argüían que dichos antecedentes se habían obtenido gracias a las informaciones recabadas “por la investigación que se sigue en Talca por la muerte del capitán Heyder”, se dijo que había un “ejército” de 2 mil miristas en Tucumán, listo para penetrar en Chile, y así se fue preparando a la opinión pública para lo que venía después.das por distintos tribunales chilenos, al encontrarse desaparecidas y ―como se comprobó más tarde― todas ellas habían sido detenidas anteriormente por la DINA.
Obviamente nadie lo creyó, y de ello da cuenta un cable desclasificado por el Departamento de Estado de Estados Unidos, que relata que “el 15 de julio, LEA, una revista de Buenos Aires que apareció por una sola vez, publicó una lista de 60 chilenos supuestamente asesinados en Argentina, México, Francia, Venezuela y Colombia en una purga interna del MIR. La fuente de LEA es un despacho sin firma de una agencia noticiosa mexicana llamada FONEL, que es desconocida para nosotros. La dirección de LEA no existe. Hay información de que LEA está asociada a grupos de extrema derecha de Argentina”.
El documento señala más adelante que “el 25 de junio, apareció una edición de O Día, de Curitiba, Brasil, con un artículo firmado desde Buenos Aires, aunque sin fecha, con una lista de 59 miristas asesinados en Salta. No hay confirmación -ni negación- en el gobierno argentino de este enfrentamiento. O Dia es una oscura revista y supuestamente mensual, pero sólo han aparecido tres números este año”.Lee el documento sobre la relación de la Colonia Dignidad y el homicidio del capitán:
Reportaje actualizado y adaptado a partir del reportaje del mismo nombre publicado en noviembre de 2002 en “El Periodista”.