No soy nada selectiva, puedo convertirme en forofa del Real Madrid o vibrar de emoción con una charla sobre el apareamiento del ornitorrinco. Lo mismo me da. Mientras mi interlocutor hable de ello con el suficiente entusiasmo yo encantada. Con los libros me pasa algo parecido, no hay historia que me enganche más que las escritas desde el enamoramiento más absoluto. Aquel que uno sólo puede sentir por aquello que realmente le apasionada en la vida.
Como muestra un botón, con diez años le cogí una manía tremenda a Hemingway cuando nos infligieron El viejo y el mar sin piedad. Días y días de niños trabándose con páginas eternas en las que nunca pasaba nada. Capítulos enteros dedicados a un único salto de una dorada. Para morirse allí mismo del tedio más absoluto.
Con el tiempo volví a darle otra oportunidad a Ernest y me leí Por quién doblan las campanas. Volví a aburrirme soberanamente. Me parecía increíble que alguien pudiera hacer una guerra soporífera, pero él lo conseguía de maravilla. Me resigné a ser una de esas personas que no saben apreciar a los grandes. Algo parecido me pasa con Dostoyevsky, Crimen y castigo es de los libros que menos me ha gustado en los últimos años.
Hasta el día en que cayó en mis manos Green Hills of Africa. Lo hubiera dejado todo allí mismo y me hubiera ido a vivir un tórrido romance africano con Ernest independientemente de su edad, su afición por el Dry Martini y sus carnes descolgadas.
Curiosamente, a raíz de mis pesquisas para encontrar la mejor literatura escrita por mujeres han caído en mis manos tres libros sobre África que me tienen totalmente atrapada en una espiral de a la mierda todo, nos vamos a África. Y no se hable más.
Para aparciguar la necesidad imperiosa de cambiar de vida y dedicarme a ver atardeceres imposibles, he empezado por comprarme un diario de los de verdad. De cuero y pergamino. El diario es el único complemento que necesita una mujer en África. Eso me ha quedado claro. También me he comprado una pluma, que me combina divinamente con el diario, con la que pienso relatar la vida en su faceta más lenta. De todo lo que envidio de estas vidas ancladas a una tierra inhóspita, la lentitud es, sin duda, lo que más anhelo. Estoy hasta el moño de que se me escape la vida a cien por hora y de ver pasar la infancia de mis hijas a cámara rápida.
Para empezar a saborear cada momento no lo duden y léanse estos tres libros:
I dreamed of Africa de Kuki Gallman (Este en particular me ha chiflado)
Out of Africa de Isak Dinesen
The poisonwood bible de Barbara Kingsolver
Y, si no lo han leído todavía, súmenle Green Hills of Africa de Ernest Hemingway.
Son libros muy distintos, pero todos destilan ese África que se te cuela debajo de la piel para no dejarte jamás. Si no acaban totalmente enamorados de aquella tierra de grandes dramas y sutiles placeres tienen ustedes menos corazón que el hombre de hojalata. He dicho.