Cuando un chaval sale de la facultad DEBE practicar lo que ha aprendido allí. Es necesario que husmee por las redacciones, que aprenda los trucos del oficio en el ring, al pie del cañón; lo que sea para darse cuenta de que todo lo que le han enseñado en la facultad (al menos un 80%) no vale absolutamente para nada en el día a día.
¡Hala que burrada! pensaréis algunos.
Tenéis razón, a lo mejor ese porcentaje no es fiel a la realidad. Un 85% sería un porcentaje correcto.
A pesar de eso, hay que pasar por esa experiencia. Es necesario, gratificante y te hace “más” periodista.
Lo sé por experiencia propia: durante el verano de 2004 o 2005 (no lo recuerdo bien) fui becario en Informativos Telecinco.
Verano 2004
Me acabo de enterar de que tengo que estar en la televisión a las cuatro de la mañana. Cuando Marisol (la directora de mi máster) me comunicó la noticia estaba tan excitado que creí que el corazón se me iba a escapar por la boca, volando con dos alitas, y que solo me lengua de camaleón conseguiría volver a meterlo en el pecho de un rápido lengüetazo.
¡Telecinco! Nada más y nada menos que la cadena amiga. Como todo becario sabe se trata de una oferta que no se puede rechazar, pero como todas las buenas ofertas tiene letra pequeña; en este caso la letra pequeña es el horario.
Me ha llamado Rafa Fernández (editor del matinal de la cadena y profesor en el máster) para decirme que un tal Rubén me recogerá en la Castellana a las tres y media de la madrugada hora zulú. ¿Qué me importa la hora? Miro al cielo y doy las gracias. ¡Telecinco! ¡Igual al final del verano le estoy metiendo mano a Carme Chaparro!
A las tres de la mañana sonó el despertador en la pequeña habitación de Fernández de la Coz (nombre ficticio) que compartía con mi amigo Juan, quien por aquel entonces despuntaba como vendedora domicilio de colchones ignífugos, pero esa es otra historia. Puede que fuese la tensión de ese nuevo trabajo por lo que mi compañero mentó a mi madre entre ronquidos, cuando la alarma del despertador hizo su trabajo: alarmar.
No hay un nombre mejor puesto en la historia del léxico español.
Desayunar a las tres de la mañana es inviable, y más el primer día así que rebaño algo de lo que queda en la nevera me adentro en la noche madrileña. Por primera vez en mucho tiempo…tengo miedo. Nunca había pisado las aceras de la capital a esas horas, y menos sobrio. Bajo por Rubén Darío y el silencio me llama la atención. No hay ni un alma por la calle y el calor sofocante de julio me lanza un derechazo que casi me noquea, pero logro reponerme y continúo andando. ¿Y si me atracan? ¿Y si aparece un cabeza rapada y me hace morder el bordillo porque tengo pinta de peruanico? Estas dudas y muchas más pueden parecer una locura, pero la adrenalina hace que visualice los titulares del día siguiente.
Becario mutilado en la parada de metro.
No encontramos su pene.
Mi mente divaga con asesinos, pandillas, psicópatas… pero nada me hace sospechar lo que me encuentro al doblar la esquina. Un nido de travestís que prestan sus servicios en toda esa recta que es la que me separa de la Castellana. Al menos hay dos docenas deambulando por la acera que me separa de mi destino. Tengo que llegar al otro extremo como sea. Una rápida visual me confirma que ningun@ se parece a Carme Chaparro, pero hay uno que me recuerda a Hilario Pino. Me doy cuenta de que soy el protagonista de un videojuego para adultos. De nuevo mi mente me juega una mala pasada y me veo a mí mismo tomando el estuche del juego que según puedo ver en mi fantasía lleva el título de:
The Tranny Zone
¡Evita a los travestis y llega a salvo a tu trabajo! ¡Dales largas y mira al suelo mientras aceleras el paso!
¡No mires cuando te enseñen su ciruelo penduleante! ¡Bienvenido a The Tranny Zone!
Me da algo de apuro pero tomo aire y me dispongo a esquivar uno a una a mis nuevos colegas: los travelos. Más vale que me acostumbre a ellos porque me quedan tres meses de prácticas.
Cuando los erizos se ven amenazados sacan sus púas como mecanismo de defensa. Yo cierro el ojete con un firme movimiento de glúteos. El candado está echado.
─ ¿Amor nos hacemos una fiesta?─ me pregunta una de ellas con más bigote que Constantino Romero
─ No gracias.
─ Cariño vamos a tu casa y ya verás que bueno vida.
─ No de verdad, muy agradecido señor….perdón señora.
Poco a poco mi cuerpo se va relajando al ver que en realidad mis nuevos amigos son unos tíos/tías o lo que sea muy majos y educados cuando no tenían una polla en la boca claro. Eso es otra cantar.
Verano 2013
No os diré que nos hicimos amigos ni nada por el estilo, pero el último día de septiembre, un sentimiento de nostalgia me invadía al recorrer por última vez ese camino. Me sentía como el lechero de un pequeño pueblo (vale igual no es la metáfora más adecuada) al que todo el mundo conoce, saluda y se alegra de ver.
─ Ciao amor que pases un buen día─ me dice Priscilla (que en realidad se llama Andrés) con su voz de barítono.
─ Gracias Pris, tú también.
─ ¡Hasta luego morenazo!─ me grita Tania desde la otra cena mientras agita su bolso y se abre su abrigo para mostrarme sus dos pechazos operados como regalo de despedida. En cuanto se depile el pecho va a ser la reina de la zona, pienso.
¡Atrás quedaron aquellos tiempos de becario, calor, sudor y travelos en las calles de la capital!
Pero esto… ¿a qué venía?
Ah sí, las prácticas y todo lo que aprendí en Telecinco….
Vaya… pues ahora mismo solo me acuerdo de esta historia…
¡Salud hermanos!