¡Vamos derrotados pero triunfantes! Hemos dicho cada pendejada que, si estuviera vivo, Andrés Bello nos hubiese enviado directo al carajo viejo. Hemos venido hablando de transición desde los tiempos de María Castaña. Pero antes hemos dicho otras pendejadas. Dígame cuando el interino se nos vino encima sin carnaval ni comparsa y dijo aquellas frases que estuvimos repitiendo tanto que tuve que matar al loro de la casa porque las repetía a cada momento: «Cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres». ¿Se fijaron? Ahí está la palabrita transición. Es que somos más arrechos que el perro de los Branger, repitiendo vainas. Cuando agarramos una palabra, o una frase, no la soltamos hasta que nos cansamos y nos olvidamos de esa vaina. Ya nadie dice «hasta el final», porque saben que todo tiene su final y esa frase ya lo tuvo. Mucho antes hablábamos de «la salida», y el poeta Leopoldo —Verso Corto y Verso Largo— López se fue, se fue, se fue a España a vivir como el rey Felipe VI. Es que mientras nosotros les echamos bolas y nos partimos el pecho marchando y gritando las frases que ellos nos dicen, otros compañeros se dan la gran vida en el exilio. Ahora están ligando que no gane el compañero «Edmudo» porque prometió que los va a traer al país, y ellos se están dando la gran vida para venir a joderse aquí. Cuando el poeta Leopoldo escuchó que «Edmudo» lo iba a traer, dijo: «Yo no tengo nada que hacer allá. Yo sigo luchando desde aquí».
Y la verdad es que somos descarados. Estamos participando en las elecciones con el dictador, pero al mismo tiempo reconocemos la Asamblea Nacional en el exilio, donde la compañera Dinorah Figuera se está llenando como una potoquita. Dicen que desde nuestra segunda patria, EE. UU., les dieron setenta millones de dólares para que sigan luchando hasta vivir en el exilio, dejando sangre, sudor y lágrimas. Y nosotros aquí, apoyando y dando la cara. También reconocemos el Tribunal Supremo que está en el exilio, y seguimos diciendo que somos demócratas, y la gente nos cree. Además, estamos de acuerdo con que Inglaterra se haya quedado con el oro cochano, porque allá está más seguro que en manos de la dictadura. Es verdad, somos los mismos que queman gente y gritan libertad. Y es que no ganamos una. Ahora aparecieron con una carta de la niña mimada del Country Club, María —Súmate— CM. Esta dictadura sí es eficiente buscando las vainas que nosotros hacemos. En esa carta, la niña les pide a los compañeros Netanyahu y Macri que «por favor, por lo que más quieran, vengan a traernos sus democracias. Ayúdennos, los estamos esperando». Antes también una periodista brasileña la había denunciado porque quería entregar Pdvsa a EE. UU., y eso sí, que le pagaran más de tres millones de dólares. Carajo, pero es que todo lo saben. ¿Y para qué carajo necesita dólares la niña del Country si a ella le sobran? Así que, por favor, vamos a organizarnos, que ya hemos perdido bastante y vamos a seguir perdiendo.
Pero hay más, a la compañera Cecilia —Vitalicia— García Arocha la comenzaron a investigar porque, según las cuentas que sacan en el Consejo Universitario de la U, U, UCV, desaparecieron, como por arte de magia blanca, ocho millones de dólares. Y la denuncia está en el Tribunal y en la Fiscalía, y ya la habíamos nombrado candidata para la alcaldía de Chacao, pero por lo visto va a tener que esperar. Hay quienes dicen que ya se adaptó a la política del poeta Leopoldo —Verso Corto y Verso Largo— López, es decir, a «la salida». Y ya se fue.
El papá de Margot llegó hablando solo: «Los que tenemos que hacer una transición somos nosotros, porque siempre somos los mismos: Ramos Allup, Julio Borges, Ledezma, López… ¡Carajo, gente nueva al poder! Así que mejor nos dejamos de hablar paja y vamos a la autotransición, para ver si salimos de abajo cadenas». Y se fue al cuarto y agarró la puerta y le metió ese coñazo tan duro que la vecina salió gritando: «Múdate, muérgano, o busca una transición».
—Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos… —me declama Margot.
Roberto Malaver