Prólogo. Relatos y memorias: una invitación a recordar
Durante siglos, los conflictos políticos, especialmente las dictaduras, las guerras entre naciones y las guerras civiles dejaron graves consecuencias en la política, en las instituciones y en la vida de las personas, principalmente causadas por muertes, despojos, sufrimientos y pérdidas. Sin embargo, terminaban con el olvido jurídico, las amnistías, sobre los crímenes pasados, borrando la responsabilidad penal en nombre de la paz y la reconciliación política. Esa estrategia cruzó generaciones sin ser cuestionada, llegando a formar parte de las prácticas culturales habituales, creyendo que para superar el dolor era preciso olvidar y para asegurar la paz social era preciso garantizar la impunidad de todas las partes del conflicto.
El recuerdo y el olvido forman parte de prácticas personales y de prácticas sociales que podemos identificar en nuestra vida cotidiana. Benjamín Vicuña Mackenna se refería a Chile como una “tierra olvidadiza y sin escuela social”, argumentando en favor de investigar la historia y la memoria del pasado para contribuir al conocimiento de “lo que hoy somos” como sociedad, investigando los abusos de poder y los conflictos que habían afectado la vida de la comunidad[1]. La idea de que la memoria reflexiva podría mejorar el presente y el futuro abre una disputa respecto de la creencia contraria, la que atribuye a la memoria la capacidad de reactivar las pasiones y las odiosidades, afirmando que la paz social requiere que sea suprimido hasta el “recuerdo de las pasadas convulsiones”[2].
Hubo momentos en la historia nacional en los que se hizo un esfuerzo por pensar el pasado “haciendo memoria” sobre lo ocurrido, pero la tendencia predominante apuntaba a hacer prevalecer el olvido y la impunidad. Mediante las expresiones “correr el velo del olvido” o “echarle tierra” no se pretendía suprimir el olvido psicológico, pero se argumentaba en favor de no cobrar judicial ni políticamente las deudas del pasado, actuando como si el conflicto no hubiera existido para posibilitar la “reconciliación política”[3].
La reconciliación política es un desenlace anhelado por las mayorías, rechazando, al mismo tiempo, la impunidad que la condiciona históricamente. Actualmente no parece posible fundar la paz social, como en el pasado, en la impunidad y en la supresión de la memoria. Así ha ocurrido en Argentina y en Perú, en Guatemala y en Chile, por mencionar algunos procesos. Las transiciones desde los conflictos armados y las dictaduras de la segunda mitad del siglo XX se hicieron posibles acordando establecer la verdad, hacer justicia y brindar medidas de reparación a las víctimas, incluyéndose garantías de no repetición; es decir, estableciendo medidas de educación, memoria y aprendizaje sobre ese pasado, como es el caso de Colombia.
La verdad y la memoria se enfrentan, en cada sociedad, con una diversidad de relatos, desde las memorias épicas sobre la “salvación de la patria” hasta las memorias de resistencia que se registran en libros, novelas, películas, obras de teatro, videos y registros digitales de diverso tipo, que dan cuenta también de la solidaridad y las voces de las víctimas. Por otra parte, la difusión de las historias de las víctimas, que se registran principalmente en los procesos y sentencias judiciales por violaciones de derechos humanos, han hecho prácticamente imposible cerrar el pasado, y sustentar la gobernabilidad y la estabilidad política en la impunidad y el olvido.
Más de 300 años antes de Cristo, en Grecia, la tragedia operaba como una representación con la comunidad sobre distintas situaciones cargadas de conflicto y dolor. Las tragedias reflejaban algunos hechos de violencia y sufrimiento extremos, dramatizando acontecimientos reales o verosímiles de la historia, sus conflictos y sus consecuencias en la dinámica del poder y en la vida de los seres humanos en esa sociedad. Se transmitía así a sus contemporáneos el horror causado por la violencia, la muerte y el daño devastador e irreparable del poder arbitrario; también buscaba exponer los dilemas del perdón imposible, de la venganza, el odio, así como también destacar la generosidad, la lealtad, el amor y la virtud. Los asistentes participaban en la representación y se identificaban emocionalmente con la acción dramática. Las reacciones de piedad, conmiseración, horror y tristeza de los espectadores eran tanto mayores cuanto se referían a personajes y acontecimientos cuyo relato resonaba en los deseos, necesidades, temores y esperanzas sobre sí mismos, sus vidas y sobre la sociedad a la que pertenecían[4].
Las memorias vertidas aquí dan cuenta de las tragedias de las personas y sus familias, y de la tragedia de la sociedad; de personas y familias que fueron afectadas por la violencia represiva resuenan con las intensas emociones vividas por quienes eran niñas y niños entonces, asociadas al allanamiento del hogar, a los golpes y el maltrato frente a toda la familia; los cambios de casa huyendo para proteger la vida, la pérdida del vecindario y de los compañeros y compañeras de escuela y de juegos; salir del país y hacer una nueva vida en el exilio, las exigencias de otras lenguas y otras culturas. También resuenan en los miedos y las angustias invasoras al ver a los adultos arrasados por situaciones que los niños de entonces no siempre entendían en toda su magnitud y que, por lo mismo, eran mucho más aterradoras. Los relatos hablan de la imposibilidad de poner palabras a lo vivido, en el vacío de las pérdidas, en el duelo imposible por un padre, un hermano desaparecido, por el padre asesinado, por la madre prisionera, cuando ocurrieron los hechos, pero hablan también de cómo ha sido posible encontrar palabras para compartir estos relatos en un proceso de reconocimiento recíproco, de encuentro y acompañamiento.
Cincuenta años después, los relatos muestran que la huella de la pérdida y el dolor continúa viva. En América Latina, el miedo caracterizó las relaciones sociales por largos períodos; los traumas individuales se sitúan en un contexto de “trauma político”, que implica no solamente la ruptura del funcionamiento institucional de la sociedad sino también la introducción de la amenaza política como un factor constituyente de las relaciones sociales bajo condiciones de violencia y terrorismo de Estado.
Frente a estos procesos prolongados de miedo, de sufrimiento, de separaciones y ausencias, las memorias se construyen en los relatos de las familias, recuperando experiencias compartidas en ese pasado. Muchas personas y familias cuentan a sus hijas e hijos, nietas y nietos algo de sus vidas, de sus logros y sus sueños; pero cuentan muy poco o nada de sus miedos, y menos aún de sus sufrimientos y humillaciones. Esos silencios familiares son difíciles de romper, ya que se buscaba evitar el propio dolor de recordar, pero también evitar ese dolor a los seres queridos. Recuperar historias personales y colectivas permite, entonces, abrir conversaciones hasta ahora no realizadas.
Cada una de las historias de personas y familias que fueron perseguidas es un retazo del cataclismo que afectó a la sociedad chilena, pero es también una interpelación, el mirar hacia atrás para poder construir el presente y el futuro a partir de ese pasado. Estos relatos permiten ampliar la verdad y mostrar la resiliencia de quienes fueron arrasados y pudieron luchar por la justicia y la reparación, reconociendo y señalando, sin embargo, las dimensiones irreparables de un cataclismo que fue también personal. Es decir, muestran las dimensiones del daño, pero también la capacidad de resistir, de vivir, de recuperar los afectos y el sentido de la vida, y, retrospectivamente, revelan el enorme valor de la solidaridad y la importancia de contribuir con ellos a la memoria de Chile.
Las vidas personales fueron atrapadas en una dinámica que traspasó lo privado, cruzó lo público y se ensañó sobre los cuerpos individuales, marcándolos con la muerte y la tortura propia y de otros. Esta relación indisociable de lo privado y lo público en los actos de represión política ha puesto un obstáculo insoluble al olvido, no sólo en las instancias institucionales sino en las vidas, recuerdos y proyectos de las personas, y especialmente en esos hijos e hijas, nietos y nietas.
La memoria de los ausentes, las vivencias y los recuerdos invitan a pensar en nuestras propias vidas, a sentir tal vez el mismo nudo en la garganta que mencionan las y los autores de los relatos y a conocer cómo y en qué medida se pudo sobrevivir a esos dolores y pérdidas que se hicieron propias.
La memoria colectiva –reconocida como tal– será el resultado de un proceso que permita el tipo de “elaboración” que la tragedia griega proponía y que Eduardo Galeano menciona cuando explica que la palabra “recordar” significa “volver a pasar por el corazón”[5]. Es decir, es más que la sola reconstitución de los hechos y sus contextos históricos y políticos, es dar lugar al reconocimiento de las lealtades y emociones que siguen subyacentes a los conflictos, y entender la dimensión inevitable de la memoria para todos los actores, y tal vez para sus descendientes.
Chile, el país que administró el olvido como recurso principal para asegurar la paz social y la estabilidad política en el pasado, hoy día se encuentra desafiado a administrar la memoria y a sustentar su estabilidad en la democracia y el reconocimiento de todas y todos quienes fueron víctimas, procurando sanar las heridas y liberar el pasado estigmatizado, reconstruyendo la convivencia social y política desde la verdad, la justicia y la memoria.
1 de julio de 2023.
[1] Vicuña Mackenna, B. (1877). Los Lisperguer y la Quintrala: (Doña Catalina de los Ríos): episodio histórico-social con numerosos documentos inéditos. Valparaíso: Editorial El Mercurio, p. 8.
[2] Encina, Francisco A. (1950). Historia de Chile desde la Prehistoria hasta 1891. Vol. XIV Santiago: Editorial Nascimento, p. 199.
[3] Loveman, B. y Lira E. (2000). Las suaves cenizas del olvido. La vía chilena de reconciliación política 1814-1932, Santiago: LOM. DIBAM, 2a. edición.
[4] Aristóteles (335 a.C.). La Poética. https://www.educ.ar/recursos/adjuntos/descarga/22511/poetica-de-aristoteles?disposition=inline
[5] Eduardo Galeano, El libro de los abrazos. México, Siglo XXI Editores, 1989.
Entre sus obras destacan:
• “Derechos Humanos: todo es según el dolor con que se mira” (1989).
• “Psicología y Violencia Política en América Latina” (1994).
• “Reparación, Derechos Humanos y salud mental” (1997).
• “Políticas de Reparación Chile: 1990-2004” (2005).