En encargado de escribir tan conmovedor relato es Stefan Zweig (Viena 1881- Petrópolis 1942), escritor austríaco de la primera mitad del siglo XX. Fue un escritor prolífico, se dedicó a escribir novelas, ensayos, relatos y biografías, entre las que encontramos María Estuardo y la de Fouché. En la década de los 20 y 30 fue bastante popular, aunque después de su muerte su obra resultó ser menos conocida. Zweig fue uno de los primeros en escribir y oponerse a la intervención de Alemania en la guerra. Después de la guerra Zweig se estableció en Salzburgo y escribió algunos de sus más importantes ensayos como son: Tres maestros (1920), estudios sobre Honoré de Balzac, Charles Dickens y Fedor Dostoievski y La curación por el espíritu (1931), donde da cuenta de las ideas de Franz Anton Mesmer, Sigmund Freud y Mary Baker Eddy. El ascenso del nazismo y el antisemitismo en Alemania llevó a Zweig, que era judío, a huir a Gran Bretaña en 1934. Emigró a los Estados Unidos en 1940 y después a Brasil en 1941, donde se suicidó a causa de la soledad y una fatiga espiritual.
Su autobiografía se llama El mundo de ayer (1941). Como escritor, Zweig se destacó por su introspección psicológica, y una precisión, sencillez y elegancia que hacen que la lectura sea fluida y muy muy agradable, llena de frases tan profundas como éstas:
“Gracias a él me había acercado por primera vez al enorme misterio de que todo lo que de extraordinario y más poderoso se produce en nuestra existencia se logra sólo a través de la concentración interior, a través de una monotonía sublime, sagradamente emparentada con la locura. Que una vida pura de espíritu, una abstracción completa a través de una única idea, aún pueda producirse hoy en día, un enajenamiento no menor que el de un yogui indio o el de un monje medieval en su celda, y además en un café iluminado con luz eléctrica y junto a una cabina de teléfono…”
“Dios mío, pobre hombre, fuera de sus libros nada le alegraba ni le preocupaba.”
“Yo, en cambio, me había olvidado de Mendel el de los libros durante años. Precisamente yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.”
“Mendel ya no era Mendel, como el mundo ya no era el mundo"
“¿Para qué vivimos, si el viento tras nuestros zapatos ya se está llevando nuestras últimas huellas?” (“Mendel el de los libros”, Stefan Zweig)