Esta mañana he leído que la niña Asunta Basterra había consumido 27 píldoras de Lorazepam el día de su muerte. En enero de 2014 ya mostré mi indignación aquí y ahora me indigno más aún. Veo a los padres de la niña en la televisión, con los ojos encharcados en lágrimas y me pregunto qué pasará o qué pasó por sus cabezas cuando decidieron obtener en una farmacia unos medicamentos altamente peligrosos, con receta o cualquiera sabe cómo, e introducir en la comida de esta pequeña no una, sino 27 de esas pastillitas demoníacas.
Asunta era una niña oriental, supongo que adoptada a través de un programa internacional, esto no lo sé. ¿Por qué alguien puede llevar a cabo un despropósito de este calibre? Los padres de Asunta quisieron optar a una paternidad voluntariamente, fueron a su país de origen, tramitaron un expediente, la sacaron de su entorno (más o menos hostil) la trajeron a España, le enseñaron una lengua, a pensar y actuar en esta sociedad, la hicieron hija. Era su hija, y también la nieta de unos abuelos, la amiga de unas amigas, la alumna de unos profesores, la vecinita de unos vecinos ¿en qué momento y por qué se arrepintieron de ello? ¿cuál fue la solución que encontraron a ese arrepentimiento?
Llegado a este punto en mi cabeza sólo sale un mensaje de error. Una y otra vez.