Revista Insólito

Mensaje desde el otro mundo de un rockero difunto

Publicado el 10 julio 2020 por Doctor Krapp @Dr_Krapp
Mensaje desde el otro mundo de un rockero difuntoHey man!!!
No te asustes, soy yo desde el otro mundo.  Me han dejado que envié un último mensaje, porque al igual que los que van al trullo pueden hacer una última llamada a su abogado, a los muertos  nos dejan comunicarnos con alguien vivo de confianza, siempre que no sea asustadizo o descreído.

Ya ves, se equivocó el colega, los viejos rockeros también mueren. Ahora estoy en el otro lado, tras tremendo subidón y sin necesidad de la escalera de los Zeppelin,  pero no me puedes preguntar nada sobre lo que hay por acá, está severamente castigado y las penas en la eternidad son muy largas por la ausencia de tiempo.

Muy bueno el artículo póstumo que me dedicaste y mejor todavía que hayas tenido la delicadeza de no escribir nada sobre algunos asuntos de mierda que conoces bien como biógrafo.
Reconocerás, que todo ha sido un puto flash. Mi último lustro fue un palo tras otro. Me estafó el manager, me engañaron mis herederos que  ahora se han repartido mi patrimonio y mis royalties, me dejó mi chica por el joven bajista de mi última banda y no conformes, me metieron en una residencia de ancianos porque al parecer estaba chocho y grillado por culpa de las drogas y la mala vida.

Era el más caro, joder. El vertedero de viejos más recomendado y suntuoso en mil millas a la redonda. Era el más chulo, pero fuimos cayendo todos. Uno por uno. Los que se quedaban en el salón moviendo el culo con aquella mierda de los pajaritos y los cuatro chachos que a escondidas, ensayábamos en el sótano con las guitarras viejas que trajimos de extranjis y las dos perolas que trajo el asistente de cocina orgulloso de tocar con nosotros. Y eso que mis compañeros eran un tipo que tocaba el banjo en un grupo country, aunque no se parecía para nada a Earl Scruggs, y un contrabajista de orquesta verbenera  de medio pelo que estaba todo el día dando la tabarra con aquello de que quería ser el acompañante de Julie London en aquella famosa canción.

Todos muertos. Ay que joderse. Mientras los culpables siguen muy vivos calculando costos y reinversiones para aliviar los números rojos y disimular las cifras de muertos en el conglomerado de residencias cementerio  que administra el afamado holding desde lo alto de un despacho acristalado de la City con vistas al Tamesis, como si fueran los de la canción de The Kinks pero sin poesía.

Piensa que el mío era un moridero discreto y opulento. La joya de la corona. Las habitaciones eran tipo suite, con sala, despacho, sauna y jacuzzi; se comía como en un restaurante de la guía Michelin y la terraza  te permitía ver como el sol se sumergía en el océano. Ahora imagínate como vivían en los otros, con hambre, precariedad y miseria. Con humillaciones, pastillas y paternalismo. Te pasas toda la vida montando tu tinglado para descubrir al final que solo eres un producto desechable y molesto tanto para tu familia, como para la mierda de sociedad que te ha tocado vivir. Eres viejo, débil, no tienes sitio, no entiendes nada, no molas, ¡lárgate o te largamos! El virus puede ser una bendición para los que están cerca de ti si te ven como una carga o como un testamento que tarda en abrirse.
Bueno, me voy despidiendo que no quiero amargarte la tarde. No tengas ninguna prisa por venir a hacerme compañía. Aún puedas hacer alguna cosilla por ahí; aunque no quiero engañarte, casi nada de lo que hagas dejará testimonio; pero al menos, puedes hacer que el camino siendo largo y tortuoso, como en la canción de The Beatles, también pueda ser placentero...a veces.

Un abrazo, biógrafo.  Tómatelo con calma.

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