Por Daniel Rubio
Mensaje en una botella: La cola.
Poco a poco, a lo largo de las mesas, se iban formando colas que los alemanes habían improvisado. El frío era cada vez más espeso y la falta de abrigo de algunos de los viajeros provocaba desmayos repentinos y constantes temblores. Christophe no podía más que admirar con horror todo lo que se presentaba ante sus ojos y, mientras las colas avanzaban lentamente hacia las mesas, él permanecía quieto en el mismo lugar en el que había tomado tierra. Ya apenas sentía los pies, y tenía las manos y las articulaciones entumecidas por el frío. Su mirada no era limpia; se veía ensuciada por una extraña conciencia que había tomado forma en su ser.—Spaziergang!*Christophe se giró sobre sus pies, asustado por la potente voz que había nacido a su espalda. Un fusil de asalto stG 44 le miraba a los ojos y, tras él, un soldado que, con el rostro contraído por el desprecio y el odio, mantenía tenso el dedo índice en el gatillo.—Spaziergang! —volvió a gritar.—No entiendo alemán. ¿Habla usted francés? —preguntó Christophe con voz miedosa mientras alzaba las manos en un intento desesperado por evitar la violencia.—Jewish Art von Scheiße! **De repente, sin tiempo para una nueva súplica, recibió en las costillas un fuerte golpe que le propinó alguien a quien no pudo ver. Cayó al suelo casi sin respiración y fue entonces cuando el soldado que tenía al frente aprovechó para darle una patada en la boca y lanzarlo sobre la nieve. Christophe intentó levantarse mientras saboreaba su propia sangre, pero un nuevo golpe, esta vez en la boca del estómago, lo dejó encogido en el suelo. Después, notó cómo alguien, tras agarrarlo por las axilas, lo arrastraba por la nieve y lo devolvía a la cola. El muchacho miró a quien lo conducía: llevaba uno de esos uniformes de rayas y tenía una porra en la mano. Algo le dijo que los golpes que ese extraño le había propinado le habían librado de una muerte segura. Cuando por fin lo soltó, le dijo:—Deberías haberte puesto en la cola sin más —dijo y se alejó dejándolo solo.Christophe se levantó con la ayuda de otro hombre que estaba en la cola.—Hola. Me llamo Estanislao, soy polaco, ¿y tú?—Me llamo Christophe, soy francés.—¿Eres judío?—Sí y seguramente por eso estoy aquí; pero ¿por qué estás tú?—Desde luego, no por ser judío.Christophe no comprendía lo que le acababa de responder su nuevo amigo. Sin embargo, siguieron charlando hasta que llegaron a la mesa, donde un hombre que vestía un uniforme algo más elegante les preguntó sin mirarles.—¿Oficio?Christophe iba a contestar, pero recibió un golpecito en el tobillo y Estanislao se le anticipó.—Albañiles, señor.Entonces, el hombre de la mesa levantó la mirada.—¿Acaso te he preguntado a ti, basura? —dijo violento y se dirigió a Christophe—: ¿Oficio?—Albañil —su timbre de voz denotaba nerviosismo, pero, por suerte, el alemán no se había percatado de ello.—Muy bien, judío; dame tus papeles.Tras escribirle a boli un número en el antebrazo, le indicó el nuevo camino a seguir, y allí perdió de vista a Estanislao, al cual vio caminar en dirección contraria tras la orden del militar.
* Camina.** Camina, judío de mierda.
Continuará…
Mensaje en una botella: Estanislao