Mensaje en una botella: La llegada.

Por Daniel Rubio @DanielRubioM
Por Daniel Rubio
Mensaje en una botella : La llegada.
 
Por las rendijas que dejaban las maderas mal encajadas del vagón, penetraba un silbido invernal del que solo podían disfrutar los que estaban comprimidos contra ellas. El resto, alrededor de cien personas, se tenían que conformar con que el de enfrente les echase el aliento. Por el vagón viajaban distraídos los llantos de algún niño, y el consuelo que le ofrecía la madre en forma de susurro servía de bálsamo para el resto de viajeros, a los que, hacinados como si fuesen ganado, les vencía la incertidumbre al no saber qué es lo que ocurría exactamente. Lo demás era silencio, a excepción del traqueteo del tren.Tras largas horas de viaje, aglomerados en los vagones, el hedor a sudor rancio se extendía como un virus por el vagón. El calor era insoportable, a pesar de que en el exterior hacía casi veinticinco grados bajo cero. El llanto de los niños era tenue y fúnebre. Las madres ya no consolaban a nadie, estaban derrumbadas, como si el diablo les hubiese robado el alma. Y los hombres, con la mirada perdida en la oscuridad, se preguntaban para sí mismos: “¿Por qué nos abandonas, Yahveh?”Un hombre anciano sacó de un bolsillo una cajita y desenrolló el pergamino que albergaba en su interior. De su boca nació un rezo celestial en hebreo que pronto llegó a todos los rincones del vagón. Todo el mundo prestaba atención a ese rezo; lo demás estaba hueco, como estar entre el infierno y el cielo.La gente que viajaba en el interior de los vagones soltó gritos de pánico al notar cómo el tren, quejumbroso entre chirridos, pedía frenar. Era de noche y la temperatura rondaba los veinticinco grados bajo cero. Una hilera de soldados vigilaba cada salida en todos los vagones mientras otros, una veintena de militares uniformados, hacían salir a la gente intentando calmarlos con falsas esperanzas.—Tranquilos, tranquilos, no os pongáis nerviosos. Ahora os vais a dirigir a aquellas mesas, en calma y con los documentos en la mano, para que estéis identificados. Luego se os dará ropa nueva y os dirigiréis a las duchas para después reuniros con vuestra familia.Christophe lo contemplaba todo a su alrededor, iluminado por los potentes focos que dirigían su cálida mirada hacia los trenes. Mientras los vagones eran desalojados, llegaban trabajadores con un uniforme distinto: vestían un traje de rayas azules desgastadas y sobre la cabeza portaban la versión ridícula de un sombrero de marinero que protegía ineficazmente del frío sus rapadas cabezas. Casi un centenar caminaban al trote, en dirección al tren, empujando carretillas. Unos soldados equipados con linternas subían a los vagones para revisarlos a fondo. De vez en cuando, una voz brotaba del interior:—Fünf Erwachsene und zwei Kinder tot!Christophe no hablaba alemán, pero pudo oír cómo una mujer que había a su lado traducía en voz baja.—Cinco adultos y dos niños… —la mujer miró a los ojos de Christophe y este, a su vez, la miró con esperanza— han muerto.Los hombres que vestían de rayas se agolpaban a las puertas del vagón con las carretillas y cargaban los cadáveres que los soldados lanzaban a la nieve, con un reflejo en el rostro endurecido y, en cierto modo, alegre.Los gritos en alemán se mezclaban con los llantos de las madres y familiares de los que habían dejado su espíritu en el viaje. Un hombre de unos cuarenta años intentó huir y fue abatido con dos ráfagas provenientes de una MG-15, tiñendo el blanco níveo y virgen de la nieve en un tono purpúreo. El pánico se extendió entre los que acababan de llegar, pero mantuvieron la calma que les habían impuesto.Aquel 17 de enero de 1943 perduraría en su memoria para siempre. Christophe tenía dieciocho años.Continuará…

Mensaje en una botella: La cola