Mensaje en una servilleta – @Innestesia

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Dicen de ella que cambió mucho, que su vida perdió todo el sentido. Que de la alegría de vivir pasó a la pena de sobrevivir. Que empezó a hablar sola, a morderse las uñas y a sospechar. Bebía Bourbon a deshora, fumaba mal y comía peor. Vestía por vestir, como una puta con baja de maternidad. Creía que la seguían, por eso la gabardina. El sombrero ya estaba de antes, pero con el surrealismo pesaba mucho más. Alguien podría decir de ella que pretendía ser Tom Waits.

La vieron mil y una veces murmurando en la mesa del fondo, con el moño deshecho, gesticulando y mirando el reloj. Lo dejaba con cuidado en el borde de la mesa y de vez en cuando decía tic-tac, tic-tac, tic-tac. Era evidente que se sentaba allí a esperar. La camarera cuenta que hablaba de un amor que nunca llegó a ser. Dice que dijo al aire en una ocasión “tendría que haberte dicho que me estaba enamorando, pero ni siquiera existías fuera de mi cabeza”, mientras se daba golpecitos en la sien.

Llevaba siempre encima un pequeño cuaderno marrón y un bolígrafo azul. Escribía cosas que nadie leía y subrayaba alguna frase de manera compulsiva. Hace tiempo, más de dos años, escribió una nota en una servilleta y la colocó en la esquina del espejo en la pared. Todos sabían la historia de la nota: cualquier 23 de septiembre aparecería un hombre y, sin mediar palabra, la leería, saldría corriendo del bar e iría a buscarla. Por respeto y miedo nunca nadie la abrió.

Cuando las chanzas y el escarnio de paisanos y peregrinos pasaron de moda, la nota seguía perenne en la pared. Ese pequeño trozo de papel mal doblado ya era un símbolo del bar. Representaba para cada uno algo diferente. La prueba viva de que el amor no correspondido puede acabar con una persona. Otros veían en ella la perfecta imagen de la esperanza. Había quienes no veían nada y quienes lo veían todo. Horas y horas de debate entre caña y botellín. Y la misma historia triste, contada y recontada, una y otra vez.

Por eso casi fue una tragedia en el barrio el día en que ella entró en el bar y, sin dejar la gabardina en la silla, se comió la nota de papel. Fue un gesto tierno, extravagante, solitario y paranoico-crítico. Las caras de asombro y las metáforas derretidas decoraban la escena en el bar. Ella, sin embargo, no le dio mayor importancia, pidió su whisky y empezó a dibujar pequeñas hormigas negras en la esquina de la mesa. Alguien dijo “esa chica merecía un final” y al rato ya no parecía tan raro que hubiera decidido comerse la miseria del amor y acabar, así, con la persistencia de la memoria.

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