Una semana más, nos encontramos con un apasionante capítulo de Mentes criminales. Digo apasionante porque una de las bases del éxito de la serie reside en mostrarnos episodios realmente interesantes y distintos entre sí. En esta ocasión, el caso a resolver por el equipo es de una magnitud bastante superior a la del resto de crímenes. ¡ALERTA SPOILER!
El episodio da comienzo dentro de un avión, el cual empieza a notar ciertas turbulencias, y de repente comienza a caer en picado llamando la atención de todos los espectadores que vemos la serie. Evitando la disonancia cognoscitiva, estas primeras expectativas altas se mantienen durante toda la emisión. La trama, bien compuesta por Sharon Lee Watson, se desarrolla con la UAC analizando junto con el ejército el escenario del accidente aéreo, en el que mueren alrededor de 160 personas y tan sólo sobrevive el copiloto del avión.
Es una realidad el temor que aún existe en todos los estadounidenses respecto al atentado del 11S, y, sin más remedio, la primera idea que el equipo valora es un posible atentado terrorista. Después de descartar algunas opciones, incluyendo ésta, llegan a la teoría de que el avión ha sido manipulado por una tercera persona gracias a las grabaciones de la caja negra del propio avión.
Seguidamente, con la búsqueda por parte de Penélope García de mensajes ofensivos hacia el único superviviente del accidente, encontramos un sospechoso que menciona: “Me he convertido en la muerte, la destructora de mundos”. Esto es un punto de inflexión en la trama, en la que descubrimos la razón principal por la que el asesino decide controlar los aviones y matar a tanta gente. Es bastante interesante apreciar que se relaciona con el científico Robert Oppenheimer, creador de la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial. Una vez lanzada ésta sobre Hiroshima y Nagasaki, el mismo Oppenheimer pronunció esas palabras.