El caso es que España ha recibido un bonus en la barra de vidas de la máquina de fútbol internacional. Es mucho más fuerte. Es una España lista, que se anticipa a los movimientos, que maneja a los rivales como peonzas y los desplaza como canicas. Suple sus carencias corporales y de desgaste físico como lo haría Muhammad Ali. "Float like a butterfly, sting like a bee" (flota como una mariposa, pica como una abeja). Aunque late la opinión de que falta apuntalar el aguijón, otros tribunales sabios dictan que la picadura comienza desde el posicionamiento, el movimiento y la seguridad. Iker Casillas suma más de trece horas de fútbol en fases finales de Eurocopa y Copa del Mundo sin encajar un solo gol. Él más que nadie simboliza la nueva cara de ganadores de España. La mirada siempre al frente, el cambio de la excusa por la autocrítica y el nuevo cuadro de los artistas españoles. El más admirado por el mundo entero (menos por nosotros mismos).
Portugal suele mirar al cielo cuando sale de la cueva, como si ese irregular y bellísimo trapecio de la Península Ibérica fuera el agujero, negro para ellos y amable para sus vecinos, donde diez millones de personas buscan sobrevivir al capitalismo más feroz mientras unos cuantos elegidos mantienen alto el pabellón en las batallas homéricas de la pelotita. Quizá sea defecto de fábrica española o simplemente una ilusión mía, pero la sensación es que los lusos están, dentro y fuera del campo, agradecidos con la vida que les rodea, complacientes con los momentos que justifican que todos estemos aquí y tratables con el deporte rey. La soga social se rompe cuando el portugués corre hacia el balón. Lo mima, lo quiere, lo cuida como un regalo. Se trata del semifinalista más festivo, en comparación con la tensión competitiva y presión de victoria que arrastran los grandes favoritos (excepto Italia, que vive las grandes competiciones como su eterno Jardín del Edén). Sin embargo, la ambición tiene un precio y lustro tras lustro, Portugal sufre la necesidad y obligación de examinarse, iluminada del todo en su figura superdotada, en su patrimonio personal, en la calidad colonial y macaronésica de Cristiano Ronaldo. Los aires subtropicales y relajados de la región debieron dejar de rodear al bueno de Ronaldo cuando pisó la concentración de Opalenica y se empapó del sudor competitivo que tanto le pone. Los lusos quieren, más que un partido, un lanzamiento de misiles. Desean una partida de turnos, despreocupados de la posesión y confiados en la efectividad y pegada de su embajador. Creen suficientemente curtidos a sus peones pródigos, los Pepe, Meireles, Moutinho...experimentados en mil y una noches y con la demostración de orgullo nacional por saciar. Portugal ansía la gloria como inyección de desahogo. Quiere el triunfo como altavoz de la esperanza. Cristiano jugará como ninguno y gritará por todos.
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