Mercado del arte y apasionados

Publicado el 25 mayo 2014 por Andrés Zarzuelo @andreszarzuelo

Los nuevos jugadores del arte

Tienen entre 30 y 40, poseen su propia colección de obras contemporáneas, visitan ferias, se vinculan con los artistas y están revolucionando el mercado Por Loreley Gaffoglio  | LA NACION Cayetana Herrera Vegas, David Tonconogy, Alejandro Shaw y Julia Tonconogy: jóvenes coleccionistas en arteBA. Foto: Paula Teller No fue impulsiva su primera compra, sino madurada y visceral, y marcó un punto de inflexión en el vínculo de Agustín Alberdi con el arte. Hacía tiempo que había dejado su Puerto Madryn natal, comenzaba a descollar como director de videoclips y desde su llegada a Buenos Aires que "exorcizaba" la iconografía del arte contemporáneo -un poco por azar y otro tanto por afinidad-, aunque su intervención se ceñía a la del mero espectador. Pero algo cambió en 2008 en arteBA: aquella cumbre decimonónica de 13 indios siouxs, tomada de un daguerrotipo, con los nombres de los caciques estampados en rojo, lo hipnotizaba. Y, de paso, lo remitía a su propio métier. Aquel lienzo titánico de Magdalena Jitrik le hablaba, con el abono de significantes y cruces temporales, de su propia contemporaneidad. Observarlo en la intimidad le permitía, además, bucear en el imaginario cifrado de una artista y hasta establecer un relato propio con los personajes de la obra. Algo similar a lo que él mismo hace cuando idea un video. Asesorado por su prima, la ex galerista Ana Torrejón, quien estimuló su percepción y le marcó su nuevo objeto de deseo, Alberdi no titubeó: entre hacer un viaje con el excedente de su dinero, comprar muebles o adquirir esa "ventana sensible", que era otra forma de poseer un bien, se impuso el goce artístico. "Viví esa compra con orgullo. Había hecho algo nuevo, audaz, y me sentía cómodo con la adquisición", evoca este socio de la productora Landia, con un Grammy en su haber, mientras desanda los pasos de lo que es hoy, y por estas horas, una pulsión de jóvenes multitudes: la compra de arte y el peregrinaje por el Barrio Joven de arteBA. Casi como una forma de militancia, Alberdi hoy atesora unas 30 obras, la mayoría de artistas argentinos coetáneos pero rechaza el mote de coleccionista. "No pienso en qué me falta para completar, cómo se articula una obra con otra ni me desvela darle un hilo conductor o ver cómo le puedo agregar valor al conjunto -cuenta Alberdi, de 38 años-. Compro lo que me gusta, de artistas amigos, de mi generación. Me siento como proyectado en lo que elijo. Pienso que está bueno invertir en experiencias pero también, tener algo que perdure". Como en su caso, tener arte contemporáneo colgado en el hogar se ha convertido hoy una suerte de credo estético y generacional. Una suerte de filosofía de vida para una nueva casta de jóvenes profesionales, curiosos, viajados, con buenos ingresos, y ansias de sintonizar con el presente, y encontrar en él la propia representación. Para la mayoría, los artistas de su generación son un imán. Estas huestes silenciosas hasta ahora han sacudido la escena del arte emergente y subvertido roles. Al menos, como se los conocía o entendía hasta ahora. Sin jactancia, los art lovers participan activamente del circuito de arte local y foráneo, visitan bienales y ferias de arte, traban amistad con los artistas, financian en grupos sus obras, les ceden talleres y compran obras con auténtica pasión. Lejos del coleccionismo tradicional, el rito del arte contemporáneo es para ellos un ida y vuelta sensible, en el que, además de conversar con galeristas, curadores y coleccionistas formados o asistir a clínicas, anteponen siempre sus vínculos directos con los artistas. Su creciente gravitación quedó claramente plasmada anteayer: por primera vez en sus 23 años de historia, arteBA les dedicó una jornada especial a puertas cerradas para que 300 entusiastas under 40 pudieran recorrer con tranquilidad la feria palermitana y despuntar el vicio. ¿El saldo? Puntos rojos a granel en el Barrio Joven, animados por los seis miembros del Young Committee de arteBA, junto con invitados del Grupo Mass. Esa sinergia apunta a estimular a los nuevos jugadores, afianzar el mercado todo el año y forjar futuros coleccionistas. Sobran interés y pasión genuinos. Pero, como en todo grupo ecléctico, hay quienes conocen mejor el paño. Su criterio y gusto les es suficiente para adquirir obras. Al resto los acicatean con otros estímulos: incentivos personalizados. El programa Citi Art Advisory, por ejemplo, atendió estos días los pedidos de asesoramiento en la compra de arte de los recién iniciados. "En un 50% la demanda fue de jóvenes compradores, inclinados primero por la pintura, seguida por la escultura y la fotografía", precisó la madrileña Elisa Hernando, directora de Arte Global. Previo intercambio con los interesados, junto a su equipo de especialistas, fue ella la encargada de confeccionarles una hoja de ruta: una selección de entre 10 o 15 obras que, ajustadas a sus presupuestos, podían ser del interés del comprador. "El feedback fue excelente. La mayoría compró. Y nuestras sugerencias les permitieron también descubrir a otros artistas y conectarse con otros actores del mercado." Que los jóvenes encuentren su propio punto de vista estético y acompañarlos en el proceso es también el objetivo que anima a la dupla Machete, la consultora en arte con sede en México y BA. "Buscamos acercar formas más amenas e informadas para comprar arte contemporáneo", explica Fresia Carnota. El mundo del arte tiene cosas bellísimas, pero también puede ser una trampa. Cada vez más gente joven se acerca con ganas de aprender para no errar en sus elecciones."

PROPIA IDENTIDAD

Su socia, Domitila Bedel, tiene bien identificado el perfil de los nuevos players: "La gente joven busca en la compra de arte la representación de su propia identidad. Las obras les sirven como elementos diferenciales, y como una narración de sus propias vivencias e historias. Hay otros que buscan la belleza y ese criterio se impone sobre el valor artístico. Pero lo que vemos es que la mayoría desarrolla un vínculo emocional con lo que compra. Y así, cada adquisición pasa a ser parte de una biografía, de la historia en su presente". Según las especialistas, hay una clara diferencia entre el comprador y el coleccionista: el primero compra porque el gustó una obra, o la quiso para su vida y su entorno. "Un coleccionista -define Bedel- es alguien que se instruye, estudia y dedica parte de su vida al arte. Actúa más allá del momento y del artista de moda. Siente que al seleccionar una pieza está preservando un pedazo de historia. No compra con fines decorativos, arquitectónicos o como inversión. Compra porque no puede vivir sin esa pieza, vital para la narración que están construyendo." Politóloga, impulsora de las conferencias TEDxRío de la Plata, autora de la ley de mecenazgo y ex legisladora porteña, Florencia Polimeni (40) es el ejemplo de la coleccionista comprometida con el impulso de 360 grados a las artes visuales y los artistas. La pasión la heredó de su madre museóloga. Y se exacerbó en una performance del artista Javier Barilaro, del grupo Eloísa Cartonera, al conocer a un militante de causa contemporánea: Alejandro Ikonicoff la invitó a una clínica sobre coleccionismo. Allí se mezclaban curadores, galeristas y artistas en distintos puntos de reunión. "Eso para mí fue clave: él me conectó con la parte sensible del medio. Entendí la problemática, la falta de financiación y el nulo apoyo del Estado, y armamos una red para apoyar económicamente a los artistas, ya sea financiando su producción, gestionando residencias o cediéndoles talleres." Hoy los artistas Nicolás Sarmiento y Nicanor Aráoz pagan un monto simbólico por un taller-vivienda en La Boca, que ella les cedió. "Soy coleccionista y no una mera compradora, ya que mi vínculo con el arte es sostenido. Me relaciono con artistas que me conmueven o cuyo trabajo me interesa acompañar", dice Polimeni, que cimentó su colección junto con su marido. Suman unas 40 obras: Juan Astica, Vicente Grondona, Mariano Giraud, Diego Bianchi, Eduardo Basualdo y Charly Herrera, entre otros autores, siempre de su generación. Ella compra sin asesoramiento, jamás como inversión. Y suma "por goteo" dos o tres obras al año. "No privilegio la cantidad, sino lo que las obras me generan. Lo contemporáneo es una condición y no una definición. Es algo dinámico. Las obras son piezas vivas, que maduran conmigo. Pero, además, son mi vínculo con el artista. No hay libritos en esto. Pero sí hay una constante: estar conectado con la melodía del presente." El desarrollador inmobiliario Andrés Brun despuntó el vicio por un camino inverso. En un remate del Sívori, sin conocimiento previo, compró una pintura académica del siglo XX: el rostro expresivo de un pescador, al que luego se sumaron óleos de Koek-Koek y, más tarde, la figuración de Adolfo Nigro y la abstracción geométrica de Iommi, Melé y Polesello. "Pero nuestro gusto y visión cambiaron radicalmente a medida que fuimos conociendo a los artistas en sus talleres. Ésa fue, en realidad, nuestra puerta de entrada a lo contemporáneo. Uno ama lo que conoce y los intercambios te permiten desarrollar una afición mucho más visceral", dice Brun, que se inclina por los objetos y hoy convive en su casa palermitana con casi un centenar de obras: "Del baño a la cocina". Todas, dice, "son el resultado de una interacción, ya que la belleza no es mi driver. Con mi pareja, nos gustan las cosas radicales. Al arte contemporáneo no hace falta entenderlo; hay que vivirlo. Por eso nos interesa el registro de lo que vamos viviendo". De su amistad con Ana Gallardo, Pablo Siquier y Marcela Astorga, entre otros, surgió otro tipo de asesoramiento espontáneo: "Ellos te orientan, ofician de guías, te remiten a otros artistas, porque el arte está todo el tiempo en la conversación y en la acción. Así, en 2012 les cedimos a artistas emergentes un espacio para que pudieran montar sus talleres. Se hicieron open studios, que fueron un éxito, y nosotros felices de apoyarlos". Tanto Agustina Blaquier como David Tonconogy, miembros del Young Committee de arteBA, que impulsa el acercamiento de los jóvenes al arte, se encargan de contagiar su entusiasmo. A los iniciados los introducen en un circuito informal donde poder apreciar arte de calidad. Ambos son hijos de coleccionistas, se criaron admirando obras en sus hogares y han hecho de la disuasión una militancia: "Con el dinero de lo que cuesta un iPod o un plasma, podés tener una obra en tu casa que va a mejorar tu calidad de vida", sentencian. "El arte cambió mucho", afirma Tonconogy. "Lo contemporáneo es cada vez menos una cuestión estética y más un sistema de pensamiento y apreciación multidisciplinaria; de allí su inagotable estímulo." Es él quien guía a sus amigos y conocidos por galerías y colecciones privadas para abrir otras formas de percepción y generar nuevos intereses. "Para reafirmarles esa pasión, que les aflora ante una obra, todavía es importante hacer de nanny: acompañarlos en el proceso y conectarlos con la gente indicada", adoctrina. "No puedo vivir sin arte", dice, por su lado, Blaquier. "Los artistas contemporáneos son parte de nuestra generación. Si no los apoyamos, es nuestra generación la que pierde su memoria." Por eso, en Córdoba, Mendoza, Salta y en otras provincias, los jóvenes comprometidos con el coleccionismo vienen fortaleciendo los vínculos entre distintos actores de la escena cultural. Para ellos, más allá de las futuras colecciones que puedan formarse, la producción contemporánea y su sólida proyección a futuro, es parte de su militancia estética. Producción de Lila Bendersky