¿Merece la pena encontrar la octava página?

Publicado el 07 mayo 2013 por Deusexmachina @DeusMachinaEx
Slender: The Eight Pages (Parsec Productions, 2012) es un survival horror de mecánica sencilla, consistente en ir encontrando notas desperdigadas por una zona boscosa mientras nos acosa un asesino que puede aparecer en cualquier momento. Su estilo sencillísimo ha motivado el que muchos usuarios de Youtube se hayan grabado sufriendo los sustos de nuestro peculiar asesino, para compartir su humillación con sus amigos y familiares. Hoy tenemos como invitados a Scully (@Scullyweb) y DR (@DReaper4PS), que debatirán, junto a Mith (@OldMith), sobre si Slender es, pese a su fama, o debido a ella, un buen juego o no. 

DR – No

La historia de Slender Man proviene, como tantos otros mitos y supercherías, de los mentideros de Internet. En este caso no es una leyenda urbana como la chica de la curva, la orina de rata en latas de refresco o Steam sin algo rebajado. Slender Man proviene de un foro llamado Something Awful, y como todos los fenómenos graciosos o absurdos de Internet, pronto se convirtió en una meme. La criatura, cuyo aspecto es el de un hombre alargado, sin cara, con brazos enormes y traje negro, se supone aparece para secuestrar niños, a los que atrapa con sus imposibles brazos. Poco tardó la red en llenarse de fotos trucadas de niños siendo acechados por el hombre de absurdas proporciones e incluso se han hecho varios juegos, y de eso es de lo que vamos a tratar.

Slender: The Eight Pages pasa por ser un juego de terror en el cual debemos recoger ocho hojas sobre la criatura que le da nombre, un autodenominado survival horror que ha provocado miles de “reaction videos” o lo que es lo mismo, gente que se graba a sí mismo o a sus amigos jugando al título en cuestión. La mecánica no puede ser más sencilla: recorremos un bosque a la caza de las mencionadas páginas mientras intentamos no ser cazados por el monstruo. Para ello contamos con aguante, cordura y una linterna, pues la oscuridad impera. Para hacer las cosas más difíciles, la batería de la linterna se acaba tarde o temprano, lo que nos obliga a apagarla de tanto en cuanto e ir a ciegas, posiblemente al encuentro de un “Game Over”; la resistencia se gasta al correr y la cordura la perdemos con la proximidad de Slender Man, el cual aparecerá ocasionalmente al darnos la vuelta, momento en que saldremos corriendo agotando nuestra resistencia para alejarnos mientras la estática invade nuestra pantalla, para indicarnos que el fin se acerca. Pero eso es todo: no hay más.

El juego se ha hecho famoso por los mencionados vídeos, pues es una colección de recursos fáciles para asustar al jugador: un sonido fuerte de repente, un poco de estática aquí, un avistamiento de Slender Man allá, agitar y servir. Y esos recursos, cuando obligas al jugador a dejarse la vista en la oscuridad, resultan estereotipados y rancios. Sí, algún susto nos llevaremos, porque es imposible ir a la exasperante velocidad que nos permite andar el juego (la resistencia hay que guardarla) en medio de la niebla cada vez más densa y que un sonido fuerte no nos haga saltar de la silla, pero no hay comunicación real con el jugador. Slender: The Eight Pages lanza un montón de tópicos a la cara del usuario con la esperanza de que uno de en el blanco y, estadísticamente, alguno acierta a asustarnos, pero no se crea vínculo entre el juego y jugador, porque el propio juego no lo intenta. No importa el juego, pues de hecho es difícil llamar así a algo que no tiene objetivo real, pues conseguir o no las hojas da lugar al mismo final en un, otra vez, tópico del terror. Todo el esfuerzo ha de provenir del jugador para dejarse asustar por este software de vodevil, alejado del verdadero survival horror y a eones de verdaderos juegos como Amnesia o Penumbra, insignias actuales del juego de terror.

Al final, Slender: The Eight Pages sirve para lo que muestra su propia página web: juntarse con amigos, tomar unas copas, y grabar a alguien jugando a oscuras y con cascos, para ver su reacción ante los sustos de chorchopán que acechan tras cada árbol. ¿Divertido? Personalmente, creo que no, más allá de la mencionada reunión a mala baba. ¿Buen juego? Igual que hacer saltar piedras sobre el agua: cada vez llegas un poco más lejos, pero al final, siempre, es el agua quien se ha quedado con la piedra y tu tiempo.

Mith – Sí

Hay miedos más populares que otros. Siendo más popular el conocido como “terror psicológico”, suele despreciarse de manera furibunda ese tipo de miedo que aparece de forma mecánica y repetitiva, de pronto, para soliviantar nuestros ya no tan mediterráneos corazones. Ese miedo que aparece de repente, sin motivo, sin explicación. Y por ello Slender suele generar más antipatía que aprecio en la crítica, sobre todo por cargar encima con toda la maraña youtuber, acostumbrada ya a personalizar cada nuevo producto a su particular manera, sean bailes coreanos, sean de Harlem.

Y a mí, qué quieren que les diga, he probado Amnesia y no he sentido pavor alguno, pues ya voy estando acostumbrado precisamente a ese terror psicológico que se nos va montando. Ya soy de esos que va percibiendo en los zombies no tanto una voraz y hambrienta realidad sino, una tras otra, laboriosas capaz de maquillaje. Luego mucho me va costando sumergirme en esos ambientes tremenbundos ante los cuales no puedo sino ponerme en el lugar del guionista o guionistas para comenzar a pensar en qué haría yo para ir creando ese ambiente propicio para el suspense y posteriormente para el desuello a manos de una invisible criatura.

No, a mí ya deja de sorprenderme, y aprecio el que a veces salgan pequeños y sencillos juegos, muy tontos, lo concedo, pero eficaces en su intención de asustar, ya que consiguen el sobresalto mediante la triste técnica de combinar la súbita aparición con el chirriante sonido industrial. Y sí, es triste, pero es refrescante, porque a veces se nos olvida que un susto tiene que ser repentino, y que ante eso no hay sumersión ni preparación posibles.

¿Es facilón, es simplón, es muy “plon”? Pues sí, pero por lo menos a mí consigue asustarme más que Amnesia. En Amnesia no dejo de ver a los guionistas tras los ladrillos, generando la trama. En Slender solo veo árboles que se confunden con la espigada y estilizada forma de nuestro cariñoso perseguidor, capaz de aparecerse de pronto con una cara blanca, el gesto quieto, acompañado del deslizamiento de la tiza por la pizarra. Y el susto se resume a eso, al sobresalto al que tu cuerpo intenta reaccionar. ¿El miedo? Ya según cada cual. Pero Slender demuestra, o más bien, recuerda, que para asustar no hace falta apenas nada. Y ese recuerdo es el que valoro.

Scullyweb – No

Slender Man puede haber surgido de las siempre procelosas aguas de los memes de Internet, pero desde luego no podemos decir que no haya sabido buscarse bien los referentes. Tira de leyendas urbanas, de un mito tan universal como el del hombre del saco, y por supuesto de algún que otro detalle de ésos que activan el resorte del escalofrío en nuestra espalda inevitablemente. ¿Puede haber algo más inquietante, más perturbador, que un rostro sin rasgo alguno, en el que no seamos capaces de leer ninguna clase de intención, para bien o para mal?

Nadie niega que este compendio de características convierte a Slender Man en una criatura digna de pasar a formar parte del bestiario de The Cabin in the Woods, por ejemplo, o de protagonizar alguna de esas historias de campamento de las que (supuestamente) se cuentan con una linterna apuntándote directamente a los orificios de la nariz. Eso es Slender Man, un conjunto de detalles escogidos con toda intención… y eso es también el juego que más popularidad parece haber alcanzado de entre los varios que utilizan su figura. Slender Man: The Eight Pages. Un montón de retazos pegados de forma un poco inconexa, con un resultado pobre. El caso es que, después de ver más de un vídeo de gameplay con sufridos jugadores de ojos desencajados, me decidí a probarlo, con el sonido bien alto y cuidándome bien de prepararme un descafeinado para evitar sobresaltos mayores.

Por desgracia, una cosa es el escalofrío momentáneo, el malestar que puede producirnos evocar algo siniestro, y otra diferente es la sensación de sumergirse de lleno en ello. El contexto de Slender Man: The Eight Pages no es efectivo, sino efectista, con todos los contras que esto encierra. Y lo mismo sucede con el maestro de ceremonias, Slender Man, esa criatura que, sí, es desagradable… pero finalmente basa su capacidad de impactar en apariciones repentinas, sin más. No se integra adecuadamente, no sentimos nada más allá de ese susto del momento. No notamos realmente la amenaza en él.

No sólo Slender Man: The Eight Pages es un juego del montón en su mecánica, que pone a prueba nuestra paciencia de forma exasperante a veces, sino que tampoco cumple como título de terror. Podemos utilizarlo como paradigma, de hecho, de lo que no debe ser el género: una mescolanza de elementos, un puchero removido con mayor o menor acierto pero que, al final, deja sabores dispersos en nuestro paladar. Muchas veces somos críticos con las películas o los libros que dejan a un lado el argumento para centrarse en el recurso de “susto y sangre”, y lo mismo puede aplicarse a los juegos. No basta con el impacto repentino; la coherencia, la dinámica del relato es lo que realmente nos hace sentir el agrio sabor del miedo, descubrirnos de pronto con el pulso acelerado y los dientes apretados. El valor de una buena historia de terror consiste en provocar a nuestra mente, en conseguir que sea ella misma la que termine dibujando las sombras y los demonios, anticipándose con cábalas al terror que nos acecha. Slender Man, sencillamente, no establece con nosotros esta dinámica, quizás por esa condición forzada, prefabricada. Como tantos otro memes, carece de espíritu.

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