Meritocracia, nueva forma de dominación tradicional

Publicado el 03 mayo 2010 por Jorge Gómez A.
La meritocracia se ha constituido en la nueva forma de ocultar y a la vez legitimar, las viejas y vetustas formas de dominio. Es simplemente el velo para ocultar la estructura de privilegios existente y retroalimentada por las propias elites.

Antiguamente, aún cuando ciertos individuos no tenían muchos talentos ni aptitudes, gracias al nepotismo institucionalizado -camuflado en derecho divino y tradición- algunos incluso llegaban a ser reyes.
Así, el poder –y sobre todo la legitimidad para ejercer autoridad sobre otros- estaba relacionado con el origen, el nacimiento, la cuna, la sangre azul y otras ficciones.
En ese proceso, la dominación carismática daba paso con la sucesión a la dominación tradicional, donde las relaciones con el soberano se determinan por la fidelidad personal, relación de linaje o clientelar (obediencia por piedad). Todo quedaba al “capricho” del líder.
Así, por el simple hecho de ser hijo o discípulo cercano de alguien, algunos se convertían en el dominus, gracias al nepotismo sustentado en ficciones.
En todos los casos, las élites y su descendencia se creían moral y éticamente legitimadas por una “cuestión natural o divina” y con ello poseedores absolutos de todo poder y privilegio. Es decir, se levantan como autoridad que merecían la obediencia del resto.
Lo anterior, aún cuando probablemente su dominio tenía su origen en la simple fuerza bruta o alguna mentira religiosa o sobrenatural o ficción mitológica.
DEL DERECHO DIVINO A LA MERITOCRACIA
La llegada de las ideas ilustradas no sólo buscaba iluminar la sociedad – sacarla del estadio teológico del que hablaba Comte- sino también poner fin al poder basado en el derecho divino y las antiguas formas de dominación tradicional heredadas de la Edad Media. No por nada, la idea de democracia moderna, sufragio universal y voluntad general surgieron como únicas y legítimas formas de poder.
Así, se pensaba que la legitimidad de los gobernantes no se debía basar en ficciones como el derecho divino o mitologías de otra índole sino en la suma de las voluntades individuales de quienes los eligieran.
Para todo lo anterior, la instrucción pública para ilustrar a todos los ciudadanos, era esencial. La llamada soberanía del poder político y sobre todo la legitimidad de los líderes, ya no dependería del origen, la sangre o las ficciones religiosas, como en las antiguas monarquías, sino de la voluntad general de los ciudadanos producto de la suma de sus racionalidades.
Lo anterior, debido a la pretensión de establecer un orden institucional impersonal, basado en criterios racionales y técnicos, trajo consigo irremediablemente la tecnificación del sistema estatal y el surgimiento de las burocracias modernas, donde se ya no se obedecería al capricho del líder, sino que a ordenaciones objetivas, legalmente estatuidas, donde incluso se fijan los medios coactivos eventualmente admisibles y el supuesto previo de su aplicación. La forma de dominación racional-legal.
Así, surge lo que Weber denominó la lógica de la meritocracia. Es decir, el acceso al poder y la institucionalidad política gracias a cualidades personales y no debido al origen, los lazos de sangre o la cercanía con el rey. Esto implica además, la separación entre patrimonio público y privado. Ya no existiría apropiación de los cargos como en los antiguos ordenamientos, por lo que no habría cargos hereditarios.
Todo lo anterior, claramente buscaba romper con la lógica de consanguinidad que imperaba en las monarquías y otras organizaciones sociales y políticas, para obtener un sentido racional del orden social en general. Además, se presumía que así se rompería con las estructuras elitistas y nepóticas que durante siglos había retroalimentado el modo de dominación tradicional.
La instrucción pública promovida por los reformadores ilustrados y liberales, buscaba ampliar el plano de competencia para el ejercicio del poder, y la “liberación mental” del pueblo, de sus antiguas cadenas basadas en el misticismo.
El ejercicio del poder ya no sería de exclusividad para los hijos de las elites, instruidos con sus tutores personales sino que para la mayoría de los ciudadanos ilustrados y que tuvieran los méritos para ello.
Ese fue en principio el espíritu ilustrado liberal que impero en principio y que rápidamente se expandió por las nacientes naciones.
No obstante, en la realidad muchas de las viejas formas de dominación continuaron ejerciéndose sin mayor alteración, e incluso imponiéndose a ese nuevo espíritu, garantizando la continuidad de los privilegios políticos y económicos de los antiguos detentadores del poder y su descendencia.
Algunos viejos miembros de las mal llamadas aristocracias monárquicas, aprovechando los privilegios ganados bajo el viejo orden, se unieron a los nuevos detentadores del poder y se convirtieron rápidamente en defensores del nuevo orden, siempre y cuando este no alterara sus viejas inmunidades.
Así, irremediablemente se produjo una nueva asociación entre liberales y los conservadores –que eran firmes partidarios de la destronada monarquía y de la aristocracia- que terminó por frenar el impulso libertario de los primeros, y que mantuvo la estructura de privilegios estatales contra la cual se luchó al derribar el antiguo régimen.
Así, rápidamente la meritocracia, y su promesa de oportunidades para todos y el fin de los privilegios, se vio pasada a llevar por las viejas -pero rearticuladas- estructuras de heredadas del viejo orden, y un sistema educativo cada vez más segmentado y eficiente en cuanto a sustentar y sedimentar la desigualdad.
ABAJO LA MERITOCRACIA
Si entendemos la meritocracia como un espacio neutral de competencia –sin privilegios previos- en torno a la ascensión social, basado sólo en el esfuerzo y las cualidades personales de cada uno ¿De qué meritocracia nos hablan nuestros líderes, cuando es claro que algunos ciudadanos tienen todo los medios a su alcance, y en gran parte bajo su control gracias a su origen?
Según la Primera Encuesta Nacional de la Primera Infancia, presentada por la JUNJI, UNESCO y UNICEF el jueves 15 de abril de 2010, en la Universidad Alberto Hurtado: “en los hogares de los quintiles de menores ingresos hay menos libros, menos juguetes didácticos, como también una menor valoración sobre la importancia de la educación parvularia”.
De qué meritocracia hablan, si un estudio de la Universidad Adolfo Ibáñez demostró que el 71 por ciento de la elite chilena estudia en los mismos colegios y el 20 por ciento de ellos ha estudiado en el Saint George.
No hay respuesta. El discurso de la meritocracia es simplemente el velo para ocultar las viejas estructuras de dominio y privilegios, retroalimentadas por las propias elites. Es la nueva forma de dominación ¿Racional, tradicional? Veamos.

El discurso de la meritocracia no sólo refuerza las posiciones privilegiadas según el origen o capital social (al darle validez a la facilidad de acceso a doctorados, estudios en el extranjero, idiomas y cargos de influencia que sólo las elites tienen) sino que camufla el carácter excluyente y no individual de éstos. Esto permite a los ya privilegiados por su origen, ampliar sus privilegios reclamando su derecho a otras dispensas, por el esfuerzo realizado.
Así, el discurso de la meritocracia, camufla la estructura de privilegios basada en el origen, que sustenta el habitus de dominio de las elites, haciéndola parecer una estructura construida a base de esfuerzo y sacrificio individual. Como los pollitos de Fra Fra.
Lo anterior, incluso sirve para desmoralizar a quienes –sin tener capital social- no logran ascender en la escala social pese a sus esfuerzos y sacrificios personales. Entonces, asumen que son excluidos por falta de méritos, y no por falta de privilegios, nexos u apellidos.
Probablemente esa misma percepción tuvo Michael Young en 1958, cuando siendo secretario del comité político del Partido Laborista, escribió su libro The Rise of the Meritocracy (1870-2033): An Essay on Education and Equality. ("La ascensión de la meritocracia"), donde planteaba su visión pesimista sobre la meritocracia.
Lo cierto es que en el caso de Chile, el discurso de la meritocracia se ha convertido en el nuevo derecho divino de las elites que –y digámoslo- genealógicamente no han sufrido mayores alteraciones desde la independencia.
Esas elites, han decidido cuánto, cómo, dónde y a quiénes se educa. Y esas mismas elites son las que monopolizan el poder político y económico, y se atribuyen la facultad de reconocer o rechazar ciertos saberes o la forma de instrucción que se aplica sobre el resto de los ciudadanos.
Tal como el mismo Young, después decepcionado decía en un artículo titulado “Abajo la meritocracia”: “Con una increíble batería de certificados y titulaciones a su disposición, el sistema educativo ha dictado aprobación para una minoría, y un suspenso para una mayoría que no consigue brillar desde el momento en que son relegados al fondo del sistema de graduación a la edad de siete años o antes”.
Por eso. De qué meritocracia hablan, si un estudio del economista Javier Nuñez, del departamento de economía de la Universidad de Chile, llamado “Movilidad intergeneracional del ingreso en Chile”, fue claro en desmitificar el discurso de la meritocracia, al indicar que a igual formación, méritos académicos, los representantes de la clase alta tenían ingresos en un 35 % superior a los de otras clases sociales.
No por nada, Chile está entre los países con peor distribución del ingreso y mayor desigualdad de acuerdo a coeficiente de GINI, con una brecha desproporcionada entre el 5 % más rico y el 95 % restante.
La movilidad social, a base del mérito es nula, si se considera que si los padres pertenecen al 20% más pobre de la población, se tiene un 31% de probabilidad de permanecer en la misma condición y un 52% de estar entre el 40% más pobre.
La meritocracia es la nueva forma de dominación tradicional.