—Noche buena.
—¿No se adelanta usted un poco?
—Es que vengo a despedirme.
—Ah, si es por eso.
—Por eso es.
—¿Se va?
—Sí, bueno, nos vamos...
—Ustedes, ¿quiénes?
—¿Cómo que quiénes? ¡Nosotros!
—Ah, nosotros. Quiere decir...
—Sí, eso mismo.
—Ya. Y se puede saber...
—¿... a dónde vamos?
—Eso también, pero antes...
—Antes, ¿qué?
—¿Que por qué tenemos que irnos?
—Es lo que hay.
—Y más a más...
—Ah, no sabía...
—¿Qué?
—Que fuera usted polaco.
—No soy polaco.
—Bueno, catalán, ya me entiende.
—No soy catalán.
—¿Entonces...?
—No, ni entonces, ni ahora.
—Pero eso que dice...
—Todo se pega.
—Claro, tanta murga.
—No sé por qué me tengo que ir yo con usted...
—Pues usted sabrá.
—¡Usted es el que dijo que nos vamos!
—Sí, eso dije.
—¿Y por qué?
—Ah, bueno. Cumplo órdenes.
—¿De quién?
—Incógnita. Soy un mero transmisor.
—¿No será usted un bot de esos?
—Que yo sepa...
—¡Tiene gracia!
—¿El qué?
—Que en el fondo todos seamos ya bots.
—Bots llenos de bits.
—¿Bots o botes?
—¡Eso tiene rima!
—Me la perdone usted.
—¿Y qué me dará a cambio?
—No sé, ¿la hora?
—La hora es un tesoro.
—Ah, el tesoro... de la juventud.
—¡Hermosa obra!
—Grandes recuerdos.
—¡Qué lejos queda!
—Vamos, que se hace tarde.
—La cosa está que arde.
—Los fuegos fatuos.
—¡Oiga, sin insultar!
—No se amohíne, amigo.
—¿Pero qué dice?
—Ya ha comenzado el tiempo de descuento.
—Eso es muy relativo.
—O sea que depende.
—Sí.
—¿Y de qué depende?
—De lo que se tarde en darle vuelta al reloj.
—Querrá decir darle cuerda.
—Es un reloj de arena.
—Ah, en ese caso, no atrasará.
—No, pero se escurre.
—Si usted lo dice...
—Es lo que hay.
—¿Vamos, pues?
—Sí, vamos.
—Adiós
—Agur.
—Adeus.
—¡Chao!
Y salen. O mejor: se pierden, como entes ausentes de ficción, entre las nieblas del fondo de la página y al sur de la pantalla, tal vez hacia la nada. Nadie es perfecto. ...