Revista Cultura y Ocio

Meryl Streep como Kay Graham en The Post. Más allá de la épica periodística.

Por Alejandra Naughton Alejandra Naughton @alenaughton

Meryl Streep como Kay Graham en The Post. Más allá de la épica periodística.

Kay Graham, en la piel de Meryl Streep, nos cuenta un episodio histórico que enraizó la libertad de prensa en EEUU. Lo hace mano a mano con Ben Bradlee interpretado por Tom Hanks. The Post, es una película dirigida por Spielberg que narra una historia de periodistas luchando con el dilema de dar a la luz información clasificada del Pentágono sobre la contundente imposibilidad de ganar la guerra de Vietnam. Esos dilemas fueron enfrentados por el New York Times y The Washington Post a quienes incluso se los inhibió judicialmente. El episodio abrió el camino para nuevos hitos de la historia de EEUU, como el famoso escándalo de Watergate.
Claramente narrar historias sobre libertad de expresión son absolutamente necesarias. Sin embargo yo quiero detenerme en otro aspecto que me conmovió particularmente viendo la película: quiero detenerme en los dilemas de Kay Graham, dueña de The Washington Post. Las circunstancias históricas que aborda el film se desarrollaron en un momento donde su condición de mujer,  aún siendo dueña del periódico era merecedora de la desconfianza de todos. Aún siendo hija del fundador del diario, Eugene Meyer, sólo alcanzó su máxima posición luego que falleciera su padre y se suicidara su marido, Philip Graham. Sí… porque al elegir sucesor, su padre interpretó que su yerno estaba más preparado que ella para ocupar la posición. Por otra parte, obviamente, ¿quién más debía ocuparse de la educación de sus hijos? Para ella eso fue totalmente normal, dice en su libro autobiográfico: “(…) nunca me pasó por la cabeza que mi padre me viera como alguien que pudiera haber desempeñado un papel importante en el periódico”. La vida, con sus dobleces terminó torciendo el destino. Su marido terminó mezclando su buen desempeño, y fuertes conexiones políticas, con adicciones y crisis nerviosas que lo llevaron, primero a una internación en un neuropsiquiátrico y finalmente a su suicidio. Sólo entonces, con 46 años, Kay asumió la posición que la llevaría a su desempeño histórico que la convertiría en la primer mujer en ingresar a la lista de Fortune 500 como CEO del Washington Post.
El camino corporativo no le fue fácil. Para atravesarlo tuvo que apelar a su pragmatismo, también a su carácter. Viuda, incorporada a una institución donde no se la reconocía, en un ambiente dominado por hombres, le tocó impulsar a la compañía a la apertura de su capital en la Bolsa. Estudió minuciosamente los prospectos, analizó todos y cada uno de los números, todas las cláusulas legales. Su asesor por momentos le sugiere que exagera, pero ella sigue, sabe que tiene que estar perfectamente preparada para ser escuchada, practica, ensaya sus intervenciones previamente. Su objetivo era defender el precio de las acciones del diario, maximizando el ingreso de fondos para contratar más y mejores reporteros para sus lectores. Estaba convencida que “la calidad impulsa la rentabilidad”.  
En una escena, se la vé entrando a una enorme sala llena de trajes oscuros y corbatas, acompañada de su asesor. Se escucha cómo los banqueros pujan por llevar el precio de las acciones al rango bajo (defendiendo a sus inversores institucionales piensa ella…), cómo rápidamente ella hace cálculos, titubea tratando de expresar que es mucho lo que el diario sacrificaría a esos precios. Todos hablan más fuerte, no logra hacerse escuchar a pesar de su tesón en la práctica previa. Finalmente, se resigna. Abre su cuaderno, busca la hoja exacta en la que había anotado en sus ensayos lo que quería decir, la cámara se posa en su manuscrito que ella inclina para que lo vea su asesor, quien baja la mirada, lee y dice (sin mencionar siquiera que es ella quien le acerca el contenido) con voz firme que sí es escuchada: “la calidad impulsa la rentabilidad”. Se queda absorta observándolo, como se ve en la imagen que ilustra este post.. A pesar de tener ella todo claro, sólo él logra en la jungla impulsar el mensaje. No le quedó alternativa que ser pragmática. También tuvo carácter. La circunstancia no la amilanó. Aprendió de la experiencia, siguió adelante. Es tan emotiva y verosímil esa escena...

Tantísimas otras escenas la muestran en situaciones que hoy se denominarían de “mansplaining” donde se la trata de convencer de que ella no entiende lo complejo de la situación, que debe ser más prudente, que debe escuchar a los inversores, que debe pensar en los amigos que podrían verse afectados por la publicación de los archivos del Pentágono, que debe proteger a sus hijos, a la herencia familiar, que puede ir presa. Ella, escucha, con piel de rinoceronte no deja que la manipulen, y sigue adelante fiel a su convicción. Hay una escena también para mí muy emotiva, donde es anoticiada de que de continuar con la publicación de los contenidos clasificados pone en riesgo al diario y a su libertad. Acorde con la época, esta vez la cámara capta cables de teléfonos, varias personas en la línea superponen sus voces. Pero todos los cables conducen a ella. Y ella, en el centro, escucha a todos. Finalmente, le pide opinión a su asesor y él le contesta: “reconozco que hay argumentos para ambos lados pero … yo no publicaría”. Las voces se aquietan y dan paso al silencio, se observa en primer plano su rostro, sus ojos brillan (qué actriz… ya sabemos….Queen Meryl…) y finalmente dice: “Sí… sí….vamos… vamos….publiquemos, publiquemos”. Y es exactamente con ese hilo de voz titubeante y firme a la vez, que lo que parecía imposible, sucede. Para el diario, para ella, para muchas mujeres que encontramos en su gesto, inspiración. 
Tal vez las líneas del guión que mejor dimensionan el enorme coraje de Kay Graham vienen en la voz de Sarah Paulson que interpreta el papel de la esposa de Bradlee. Cuando él le cuenta que finalmente van a publicar, ella exalta por encima de su marido, el coraje de Kay. Dice: “Kay está en una posición que nunca pensó tendría. Una posición que estoy segura mucha gente piensa que no debería estar. Cuando te dicen una y otra vez que no sos suficientemente buena, que tu opinión no importa mucho, cuando incluso te pasan por alto, cuando para ellos, ni siquiera estás allí, cuando esa ha sido tu realidad por mucho tiempo, es muy difícil permitirte a vos mismo pensar que eso no es verdad. Por eso, tomar la decisión que está tomando, arriesgar su fortuna, su compañía y su vida entera… eso….eso es coraje”. Todo dicho.

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