En septiembre, el Himno Nacional sirve para que a los mexicanos se les ponga “la piel chinita” cuando el presidente de la nación da el grito. No importa todo el daño que haya ocasionado al pueblo, se impone el olvido; la masa, reunida frente al Palacio Nacional grita ‘¡Viva México!...’.
Grito de Independencia
En septiembre, mes patrio, solemos cantar el Himno Nacional, cuyo mensaje es poco claro para la mayoría de los mexicanos, pues su lenguaje, su contexto, la comprensión del mundo a la que nos remite (doscientos años atrás)… están muy lejos de la forma como hoy concebimos la vida y sus sentidos.
¿Cómo entienden los chicos de hoy, por ejemplo, la frase: “…el acero aprestad y el bridón” cuando cantan el himno todos los lunes? El concepto ‘patria’ se diluye en el de ‘mundo globalizado’. La muy querida palabra ‘México’ se vuelve agridulce o confusa cuando se mezcla con imágenes dolorosas (y ominosas), como dice López Méndez: “tú hueles a tragedia, tierra mía…” (…y también hueles a corrupción, a narcotráfico, a descomposición social, a ineptitud, a impunidad…).
Los colores de nuestra bandera se confunden, desde hace mucho, con los del priismo; la vergüenza y los sentimientos de inferioridad originarios (Samuel Ramos, Octavio Paz…) se convierten en coctel explosivo al mezclarse con las exigencias neoliberales del “ser excelentes”, “competitivos”, “triunfadores”, “proactivos” y demás.
Al respecto, dice Alejandro Villegas “…De esta forma, el individuo no se acepta como es y busca imitar al otro, lo cual produce frustración debido a la imposibilidad de hacerlo” (‘El nuevo perfil de la cultura mexicana’). Valoramos lo que no somos y no apreciamos lo que somos.
Por eso se impone la consigna gubernamental (también neoliberal) de positividad: “hablemos bien de México” (más que para recuperar nuestra autoestima, para que no huyan los grandes inversores ni decaigan las empresas turísticas y también porque “lo bueno cuenta mucho”).
Independientemente de la comprensión verbal que los mexicanos podamos tener de cada verso o del Himno Nacional en su conjunto hay que reconocer que sus mensajes conmueven por el lado emocional.
Los himnos patrios fueron hechos para generar identidad y cohesión nacional, actitud necesaria para lograr sobre todo que los soldados se dispongan, nada menos que a dar su vida en caso de guerra, aunque no comprendan la razón de ésta (y es que “los soldados no están para pensar, sino para obedecer”). “…Mas si osare un extraño enemigo, profanar con su planta tu suelo…”, la defensa de la patria se confunde así, muchas veces, con la defensa de los intereses de quienes tienen el poder.
En el contexto neoliberal, no queda muy clara en la conciencia de los menores (ni de muchos adultos), la línea divisoria que separa a la Guerra de Independencia, de la agresión de que fueron víctimas los estudiantes en Tlatelolco del ‘68, de la ejecución que hubo en Tlatlaya, de la guerra contra el narcotráfico, o de la que se libra contra los campesinos indígenas que tratan de detener la devastación y el saqueo que realizan las mineras canadienses o los grandes emporios turísticos.
Hoy, muchos auténticos héroes patrios son combatidos por soldados mexicanos que defienden a los grandes capitales extranjeros. Así, “…Con total impunidad, la triple alianza: Estado, corporaciones, crimen organizado, hostigan, desaparecen o asesinan a quienes consideran un estorbo, un entorpecimiento en su búsqueda incesante de ganancias…” (Rubén Martín. Informador. Mx).
En septiembre, en época de paz, el Himno Nacional también sirve para que a los mexicanos se les ponga “la piel chinita” cuando el presidente de la nación da el grito. No importa todo el daño que haya ocasionado al pueblo, se impone el olvido; la masa, reunida frente al Palacio Nacional grita al unísono ¡Viva México!... y en la catarsis, se alivia.
En estos tiempos confusos se impone la reflexión educativa para aprender a distinguir, por un lado, ‘los conflictos de muerte’ (esos que libran los grandes capitalistas contra el pueblo, para desacreditar, difamar, desalentar o eliminar a quienes les estorban: a los periodistas, a los sindicalistas, a las feministas, a los defensores de los derechos humanos y de la Madre Naturaleza); distinguirlos por otro lado de ‘los conflictos de vida’, esos que libran los distintos sectores populares, que se resisten a ser invisibilizados, excluidos, o eliminados por el gran poder de las corporaciones trasnacionales.
‘Los conflictos de vida’ son los que provocan los indígenas, los trabajadores más humildes, exigiendo justicia y paz con dignidad; los rectores, maestros y estudiantes de las escuelas públicas de todos los niveles, que reclaman mayor presupuesto para fortalecer la soberanía nacional; los jóvenes excluidos; las mujeres, víctimas del machismo; los migrantes que buscan mejor calidad de vida; los familiares de los desaparecidos; las organizaciones sociales, que demandan mayor atención; los ecologistas que buscan frenar los cambios irresponsables de uso de suelo…, entre muchos otros.
A todos ellos (a quienes los burócratas alineados, los grandes empresarios, los medios masivos comerciales, o las clases medias y altas conservadoras llaman “conflictivos”), les debemos que México aún esté de pie, a pesar de todo.
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