Ya no veo a los niños jugar con los dinosaurios.
El otro día me dio por pensar en la cetrería. Intentaba imaginar cómo debe ser eso de amaestrar a un halcón gerifalte. Hacer que te traiga una hermosa perdiz y darle a cambio un trozo de carroña. Me pareció cruel el destino de un animal tan bello. Y de repente me pareció que aquello se parecía bastante al funcionamiento del capital, que el gerifalte es un obrero hermosísimo amaestrado en la producción de un objeto sofisticado, un objeto que no podrá pagar, ni siquiera usando la paga extra de Navidad. Y ese obrero hermosísimo tendrá que conformarse con un sucedáneo accesible a su modesto bolsillo. Pensaba en todo esto, y de repente me entraron unas ganas tremendas de leer algún manual de cetrería.