Metamorfosis en el corazón tibetano

Publicado el 19 febrero 2018 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

El Tíbet ha sido considerado durante mucho tiempo un espacio de utopía con cierto misticismo para las personas lejanas a él. Se trata de un territorio con una cultura muy rica y espiritual, pero no es particularmente conocido por sus tradiciones milenarias, sino más bien por los manidos debates sobre su estatus jurídico, que dejan de lado el potencial y las flaquezas que alberga este territorio como corazón geoestratégico de Asia.

Situada en una zona con una altitud promedia de 4.000 metros sobre el nivel del mar, la meseta tibetana es popularmente conocida como “el techo del mundo”. Además de ser considerada como el tercer polo glacial del mundo, con espectaculares vistas hacia el Himalaya y origen de las principales arterias de agua dulce en Asia, la meseta tibetana ofrece una gran variedad de recursos naturales indispensables para la buena marcha de una economía modernizada.

La historia de esta metamorfosis comenzó en 1949, con la victoria de Mao en la guerra civil y la proclamación de la República Popular de China, un país entonces devastado por las profundas secuelas de dos guerras concurrentes que acababa de experimentar. Pero los comunistas sabían que “en medio del caos también existe la oportunidad” y, aferrándose a este consejo ancestral de Sun Tzu, pronto anunciaron la reunificación de todos los pueblos de la madre patria para consolidar su poderío en el momento de mayor debilidad que atravesaba la población.

Si tradicionalmente los novelistas y escritores occidentales han visto en el Tíbet un espacio legendario y lleno de plenitud armónica, realmente no es un país de cuento tan feliz como pensaban. Antes de que los comunistas chinos llegaran para liberar el territorio, un 90% de los tibetanos eran siervos sin tierra, en su mayoría analfabetos y con una esperanza de vida no superior a los 30 años. Entonces, ¿por qué los comunistas chinos estaban tan interesados en dominar un territorio, según su punto de vista, anclado en una nebulosa feudal, atrasado y condenado por la pobreza?

Para ampliar: “El Tíbet, entre la historia y el mito”, Adrián Albiac en El Orden Mundial, 2014

El arte de la estrategia

En 1919 el conocido geopolítico inglés H. J. Mackinder, después de realizar varias revisiones sobre su teoría de la región pivote en la Historia, definió Asia central como el corazón continental, y en sus tesis remarcaba que quien controlara esta zona dominaría el mundo.

La región clave mencionada por Mackinder en su teoría del Heartland coincide con la actual política exterior china respecto a su Ruta de la Seda y su ascenso vertiginoso como potencia influyente en el mundo. Fuente: La Historia con Mapas

Para comprender la importancia estratégica que esconde el Tíbet para la República Popular China, es necesario enfocar nuestra atención sobre las actuales relaciones de rivalidad que mantiene con su vecino indio. El simultáneo crecimiento de ambas potencias hace que sea cada vez más evidente el dilema de seguridad y los constantes cálculos geopolíticos para mermar el potencial del rival.

El Himalaya ha actuado como frontera natural entre ambos países, pero, a pesar de su inmensa altitud, no constituye una barrera inquebrantable para el pulso por el poder entre China y la India. Las disputas y tensiones territoriales entre ambos gigantes asiáticos han sido —y muy probablemente seguirán siendo— constantes a lo largo del tiempo. Se trata de un tema que poco se toca en los medios de comunicación occidentales, tal vez debido al desconocimiento, su lejanía o más bien por la saturación que vivimos con nuestros propios asuntos internos, pero eso no lo hace menos importante.

Para ampliar: “Grandes estrategias: huellas en Asia del Sur”, Andrea G. Rodríguez en El Orden Mundial, 2017

En este punto cabría destacar el incidente sucedido durante el pasado verano en la región de Doklam, que llegó incluso a poner en entredicho la celebración de la IX Cumbre de los BRICS en septiembre. Por todo esto, China va a seguir justificando ante el mundo que el Tíbet es suyo básicamente debido a tres razones geoestratégicamente calculadas. En primer lugar, mantener un pivote que actúe como zona amortiguadora para mermar sus fricciones fronterizas con la India. En segundo lugar, no debemos olvidar que su posicionamiento geográfico lo convierte en una zona muy adecuada para el desarrollo de la capacidad nuclear y militar china. Además, se trata de un espacio perfecto que China puede emplear para reafirmar su poder y capacidad operativa en la zona para cumplir el sueño de completar su collar de la Ruta de la Seda.

La India se interpone en la estrategia china del collar de perlas. Fuente: Cartografía EOM

Buceando en el oro azul de la vida

Asia es el continente del planeta con menos disponibilidad per cápita de agua dulce y tierra cultivable. La demanda incesante de agua, impulsada por el acelerado crecimiento demográfico y la rápida urbanización, está despertando lentamente al monstruo que puede echar a perder toda la prosperidad económica que están enarbolando los países asiáticos en las últimas décadas. Parece que se avecina una crisis de agua sin precedentes junto con las consecuencias más temibles del cambio climático. El futuro de los países asiáticos es incierto: ¿serán capaces de poner en marcha medidas de cooperación para reforzar la seguridad hídrica o se verán implicados en una lucha por un recurso tan necesario para la vida, pero escaso?

Los dos mayores consumidores de agua a nivel mundial son India y China, un consumo íntimamente relacionado con su densidad demográfica. Fuente: Cartografía EOM

Así, el Tíbet se convierte en un tesoro escaso y único que llama a las puertas tanto de China como de la India, depredadores hambrientos que se sientan desafiantes ante el tablero del “gran juego asiático”. Ambos están a punto de entrar en una peligrosa dinámica por la cual el que consiga imponerse sobre el otro en términos de beneficio económico, poder e influencia ganará y se convertirá en el superviviente de los tiempos.

No olvidemos que las cuencas fluviales transfronterizas más disputadas en este continente nacen precisamente en el Tíbet. El territorio que alberga estos ríos ha experimentado una amplia gama de proyectos de desarrollo chino desde el lanzamiento de la campaña “Al oeste” en 2000, incluidas infraestructuras de transporte y presas para producir energía hidroeléctrica, riego y recogida de agua para el uso doméstico e industrial. En este sentido, China construyó una gigantesca presa en el río Brahmaputra a su paso por el Tíbet que ya comenzó a funcionar en el 2014, así como otros proyectos en el curso del río Mekong. Los demás Estados ribereños, sobre todo la India, han seguido el ejemplo chino para sacar el máximo provecho posible de estas aguas. En ausencia de normas internacionales que regulen el uso compartido de estos ríos y sus afluentes, es de esperar que puedan avivarse en cualquier momento las tensiones y pugnas fronterizas para el aprovechamiento de un bien tan preciado.

Principales cuencas hidráulicas que nacen del Tíbet. Fuente: CFR

Por eso, quien piense que China reivindica la soberanía del Tíbet por razones meramente históricas o por puro sentimiento nacionalista peca de vivir en un mundo en el que no existen intenciones ocultas. En la actualidad, China padece un grave problema con el abastecimiento de agua: numerosas zonas rurales no tienen a su disposición acceso a agua corriente y muchas personas no tienen más remedio que beber agua contaminada.

El Tíbet resalta ante los ojos de cualquier Gobierno poderoso, pero sediento de recursos. Los diez sistemas de ríos principales del continente asiático nacen en las montañas tibetanas, incluyendo importantes ríos como el Indo, el Brahmaputra, el Amarillo, el Yangtsé o el Mekong. Esto implica que el Gobierno chino puede, aparte de reducir sus propias dificultades internas de escasez, controlar el suministro de agua de 13 de sus países vecinos, todo un poder directo sobre las reservas hídricas del 50% de la población mundial.

Para ampliar: “La cuestión del Tíbet, un asunto de difícil solución”, Carolina Alberto Notario en IEEE, 2015

Hanomics, acallando las diferencias

El movimiento histórico del Estado es la expansión geográfico-política por la conquista del espacio debido a las migraciones o al propio incremento demográfico frente a los espacios vecinos

Friedrich Ratzel

En palabras de Friedrich Ratzel, geógrafo alemán que concebía los Estados como entes biológicos, el territorio constituía la base real de la política y los Estados tenían una tendencia natural hacia la expansión. Si bien esta teoría del espacio vital constituye un anacronismo frente a las leyes internacionales actuales, no se ha quedado del todo obsoleta si rescatamos la visión del Imperio del Centro que sigue teniendo China hoy en día. Se trata de una Historia imperial que conserva su esplendor en las mentes de los ciudadanos chinos, quienes son educados desde pequeños para considerar que su civilización fue en su día una de las principales del mundo, tan admirada que incluso llegó a ser imitada por los vecinos, como Japón —incluso sus kanjis derivan de la escritura tradicional china— o Corea.

La demografía es la clave para entender el mundo chino: China siempre ha sido conocido como uno de los países con la demografía más densa del mundo, aparte de su enorme extensión geográfica. Con más de 1.300 millones de habitantes, China ha mantenido a lo largo del tiempo la habilidad de abordar las tensiones internas de su sociedad de una manera única y controvertida a los ojos occidentales, y esto es lo que explica en gran parte la peculiar forma de gobernar y de pensar en su población.

La realidad no es tan sencilla y homogénea como solemos creer. Son en total 55 minorías étnicas las que conviven bajo la consigna del gran reino asiático, cuya esencia está básicamente al mando de la etnia mayoritaria han, que representa cerca del 92% de la población. Sin embargo, para una población tan enorme como la china, el 8% restante equivale a unos 109 millones de personas que hablan 53 lenguas distintas y ocupan el 64% del territorio chino, algunas de ellas con importantes recursos naturales, como es el caso del Tíbet, que cuenta con yacimientos de cobre, hierro, zinc y otros minerales.

El territorio chino de mayoría han coincide con las regiones de mayor densidad poblacional del país. Fuente: BBC

A medida que la situación económica y social comenzó a estabilizarse en los años 80 con la política de modernización implementada por Deng Xiaoping, hubo un rápido crecimiento económico en la zona gracias a los planes de desarrollo implementados por el Gobierno chino. Básicamente, se introdujeron mejoras en las infraestructuras mediante la construcción de la línea de ferrocarril Qinghai-Tíbet, pero por otra parte también era necesario crear una identidad única y homogénea en la población tibetana para evitar el contagio independentista a otras regiones del país, especialmente la cercana Xinjiang.

Dos de las principales obsesiones del Partido Comunista Chino han sido desde siempre reclamar la retrocesión de las regiones ocupadas por potencias coloniales extranjeras y conservar una estricta unidad territorial. En una sociedad tan inmensurable, desde siempre el Estado, gendarme del orden político y social, ha mantenido una filosofía de ser en que el individuo pierde valor frente a la colectividad. Por ello, siguiendo las férreas directrices de las autoridades centrales, en los últimos tiempos se está llevando a cabo una política de transmigración consistente en incentivos fiscales y laborales para favorecer la llegada de población de etnia han hacia el Tíbet, hasta tal extremo de llegar a hacerla mayoritaria también en este territorio. Así, la economía local también ha pasado a ser controlada por grupos étnicos que no son originarios de la zona. Esto a su vez alimenta una opinión pública en el país muy favorable al Gobierno, puesto que la región se ha convertido en la perfecta escapatoria para la recolocación de personas que proceden de otros lugares del país más densamente pobladas.

Otro ejemplo de asimilación china se puede contemplar en el sistema educativo implantado recientemente en el Tíbet, en donde se da cada vez más importancia al chino mandarín en detrimento de la lengua tibetana. Sigue siendo posible escolarizar a los niños en tibetano, pero solo en la escuela primaria, de manera que estos alumnos llegan con una clara desventaja a la escuela secundaria, que solo se imparte en mandarín. 

¿Vientos de estabilización?

Según la tradición del budismo tántrico tibetano, cuando el actual dalái lama —máximo líder espiritual de los tibetanos— muera, se reencarnará en un niño que nacerá en algún lugar del mundo, de forma que el panchen lama debe encontrarlo. De la misma manera, cuando el panchen lama fallece, el dalái lama juega un rol similar en su búsqueda para así perpetuar la sucesión de los máximos líderes religiosos tibetanos.

Siguiendo este juego del escondite budista, el actual dalái lama designó a Gedhun Choekyi Nyima como panchen lama. Un niño de seis años en el momento de su elección, ahora lleva desaparecido más de 20 años, pero las autoridades chinas aseguran que “está siendo educado, viviendo una vida normal, creciendo de manera sana, y no quiere ser interrumpido por asuntos religiosos”. Para desacreditar la elección del dalái lama, las autoridades chinas designaron a su propio panchen lama en 1990 con la intención de que este termine designando por fin un dalái lama afín a las ideas políticas llevadas a cabo por ellas.

A pesar de todo, la realidad palpable es que el Tíbet sobrevive gracias a los fondos proporcionados por las autoridades centrales chinas, ya que las autoridades regionales son altamente deficitarias y no pueden ser autosuficientes. En los últimos tiempos, la región ha experimentado un rápido proceso de modernización que no habría sido posible sin el apoyo incondicional chino. No obstante, los tibetanos no perciben esto como un progreso, sino como una imposición de tipo colonial que pervive como un verdadero lastre en su búsqueda de la libertad, la igualdad y la paz social.

El territorio que reivindican los independentistas tibetanos es mayor que la actual región autónoma demarcada por la República Popular China al abarcar también toda la provincia de Qinghai. Fuente: Carles Prado-Fonts

Por todo esto, ha vuelto a exacerbarse el nacionalismo tibetano recientemente, que, muy a pesar de las autoridades chinas, goza de fama y buena prensa en Occidente. Este hecho tiende a polarizar y avivar de nuevo las semillas de un conflicto interminable. Entrampados entre dos paradigmas antagónicos y difíciles de reconciliar, serán los propios ciudadanos que residen en la Región Autónoma del Tíbet los que vivirán las consecuencias fruto del constante tira y afloja entre el independentismo y la “grandiosa unidad nacional”. El futuro es incierto, pero todo apunta a que la cuestión del Tíbet ha venido para quedarse como uno de los misterios pendientes por resolver del gran entramado asiático.