Embalar la vida en cajas y clasificarlas es algo que en pricipio parece fácil pero no lo es, es complejo, difícil y en algunos casos doloroso, sobre todo si no se trata de tu vida si no de la de otro.
Yo ya he tenido que cerrar, embalar y clasificar dos casas que eran y son de mi madre.
El alzheimer llega sin avisar y deja caminos y rastros de dolor para los que les acompañamos, sobre todo para nosotros porque ellos realmente no saben que es lo que les está ocurriendo.
Así que tú, tienes que meter sus recuerdos olvidados en cajas de cartón frías y oscuras. Clasificar su vida y decidir que vale y que no, que guardas y que tiras. Y te preguntas: Quién soy yo para decidir? Pero te asomas al pasillo y no hay nadie más, solo tú.
Es verdad que también deshaciendo armarios, vaciando cajones y descubriendo qué hay en los altillos, sin querer, conoces más a tus padres.
Porqué guardaban esto o aquello, cuáles eran sus tesoros emocionales que escondían en un lugar oculto.
Y te das cuenta que son solo pequeñas cosas pero que quizá compartirtes con ellos y aún las recuerdas y son la clave de grandes momentos.
Y es entonces y solo entonces, cuando te caés en que la vida esta hecha de pequeños trocitos,cosidos unos junto a otros, como esas mantas de croché. Y que todas ellas finalmente conforman tu vida, su vida, la vida.
Es sencillo sí, y a la vez tan complicado como meter un montón de vida en una sencilla caja ¿No crees?
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