LORD X Para Eugenia Pérez Zarauz
- ¿Y dices que se transformó en un lord?
- Pero en un auténtico lord inglés.
- No es posible – Mamadou se enfundó el pastís de un golpe, incrédulo.
- Venga ya, Moustache, nos tomas el pelo – rio Abdulah.
- Un lord verdadero, con su bombín y su paraguas, si lo sabré yo.
- ¿Y eso por qué? – terció Marcel, uno de los pocos autóctonos que quedaban ya en el barrio.
- Pues por amor, insensato, ¿por qué iba a ser?
- Chorradas.
- Eso, a vosotros todo lo que no entendéis os parecen chorradas, pero cuando venía Lord X el barrio entero adquiría clase, ¿cómo diría yo? Charme, eso es. Y ella esa noche no trabajaba.
- A buenas horas voy a dejar yo a una de éstas una noche con un solo tío.
- Las cosas eran antes de otra manera, la gente era más fina, no como vosotros ahora, que sois unos vulgares macarras, sacando la mano al aire con un decir adieu.
- Hay que proteger el género.
- Y antes se protegía también, pero de otra forma, con corazón.
- Ése no da de comer.
- Pues a ellas sí, ya ves, a ellas sí.
- Sigues sin convencerme, no hubiera dejado yo a una así una noche entera ni loco.
- Es que pagaba muy bien, Mamadou, pagaba muy bien.
- ¿Pero no habíamos quedado en que era un bofio sin dinero?
- Eso fue antes, hombre de Alá, eso fue antes.
- Te estás liando, Moustache – le soltó Abdulah mientras le tendía su jarra huérfana de cerveza.
- Está mayor. Éste ya confunde las historias – completó Marcel a carcajadas.
Moustache dejó la cerveza en la barra y en un vuelo se metió debajo para salir empuñando un viejo sifón.
- A ver si os doy un baño, y no va a ser de humildad precisamente.
- Vale, vale. Venga, sigue – levantó Mamadou sus palmas casi albinas.
- No os merecéis que os cuente nada. Néstor dejó el cuerpo pero no le llenaba vivir de ella, así que se puso a trabajar a destajo para que ella no tuviera que hacer tantas esquinas.
- Menudo gilipollas.
Esta vez el golpe de sifón, breve pero certero, le cayó en la mano a Abdulah, que tomó el aviso todo lo en serio que debía.
- Déjate al bofio, ¿qué pasaba con el lord ése? - Marcel picaba curioso.
- Que la enamoró.
- Pero bueno, ¿no era el mismo? – por algo Mamadou era el cabeza de aquella extraña familia.
- Pero qué animales llegáis a ser. Era y no era el mismo, con el parche y la perilla le cambiaba hasta el acento.
- Eso, encima tuerto – se carcajearon los tres.
- Ya está, a la puta calle, que os aguante otro.
- Vamos, hombre, no nos dejes así ahora.
- No entendéis lo frágil que es la naturaleza humana, ni los rincones que tiene el corazón.
- Ya te he dicho que ése no paga, paga lo de más abajo.
- Cállate ya, Abdulah, déjale que acabe.
- Cada martes llegaba el lord y ella le esperaba como quien aguarda un barco, y esa noche, como os digo, ya no trabajaba más. Lo peor vino después, cuando Néstor empezó a ponerse celoso.
- Joder, ¿pero no hemos dicho que era el mismo?
- Celoso y ciego, tanto que tuvo que matar al inglés.
- ¡No me jodas! – Marcel ya no atendía a nada que no fuera la voz de Moustache -. ¿De verdad que lo mató?
- Y tanto que lo mató, ahogado en el Sena.
- Joder, ¿y ella qué hizo?
- ¿Tú qué crees? No era ninguna tonta y sabía a quién quería.
- ¿Y cómo le fue con el bofio?
- Ah, amigo mío, ésa ya es otra historia.