Nací en el seno de una familia de republicanos. Mis padres habían luchado y defendido a la República en el frente. Un hermano, de tres años, había muerto en un bombardeo de la aviación fascista sobre un convoy civil. Un tío paterno murió en el frente. Otro tío, materno, estuvo preso durante catorce años, hasta su muerte, en el campo de concentración de Albatera (Alicante).
Mi abuela se paseaba por las galerías de una antigua casa de vecinos, en el peor momento de la represión franquista, maldiciendo a Franco, Queipo y la Falange. Le tenían que tapar la boca con una toalla.
Todas las noches de mi infancia la familia reunida oía la Radio Pirenaica y “Dolores” era la persona más admirada.
Alguien, con excelente criterio, programó mis lecturas infantiles, y cuando otros niños leían tebeos yo lo hacía con los prehegelianos, Hegel, Fichte, Feuerbach y más tarde con Engels y el propio Marx. No llegue a tiempo de leer y estudiar a Lenin.
Con menos edad de la permitida formé parte de las clandestinas Juventudes Comunistas, mas tarde del también clandestino e ilegal “Partido Comunista de España” mientras combinaba mis actividades con la práctica activa del sindicalismo. Mi padre amonestaba mi actividad con un sentencioso: “Te vas a ganar una estancia de treinta años en el Hotel Sol”. Tuve fortuna y no ocurrió así.
Fui un sindicalista de trenca, barba y megáfono. Itinerante entre asamblea y huelga. Esa condición, nunca renunciada, es la más determinante de mi vida.
Ocupé cargos en la dirección local y provincial del PCE y dos cargos públicos de representación. Marxista convencido no tardé en chocar con algunos. Odiaba a la Iglesia y comprobé que en “mi” partido había “obispos, curas y monaguillos”, sin sotana, pero con una verborrea huera de “camaradas” para arriba.
Me equivoqué, confundí la “parte” con el “todo” y abandoné toda organización política y todo cargo. Hace casi treinta años. Las personas a las que me enfrenté me bloquearon, ningunearon y boicotearon política, profesional y hasta familiarmente. El único consuelo es que ellos acabaron, al poco tiempo, en el PSOE y ahora, alguno, ha votado a favor de la monarquía.
Quiero decir con todo esto, sin ningún rencor, que siempre he sido militante (sin carnet) del PCE y votante de Izquierda Unida y creo–tengo demasiada edad para cambiar- que voy a seguir siéndolo. No coincido al cien por cien con sus propuestas políticas – en ocasiones ni al cincuenta por ciento- pero mis neuronas tienen demasiada carga de imágenes, sensaciones y vivencias, he padecido, admirado y luchado con muchas personas como para que mi adscripción política se pueda diluir, por el éxito o por el fracaso, por una putada temporal o por el ascenso electoral de otras formaciones.
Los ”anticomunistas” –muchos de los que se mueven en política son “sólo” eso- dicen de las personas como yo que son : “comunistas zorrocotrocos”.
Pues eso.
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