Hola, me llamo Samuel. A partir de ahora escribiré mi día a día, tal como me ha recomendado el Dr. Zamora. Dice que esto de escribir me ayudará a salir de la depresión que sufro y que mantendrá mi mente ocupada. Entre mi trabajo en la panadería y mis hobbys supone que me tendrá distraído de pensamientos penosos. Hace un año ya que mi padre murió de cáncer, mi madre sigue sin superarlo y yo tampoco. Tuve que hacerme cargo del negocio familiar, pues mi madre no se encontraba como para atender clientes, recibir pedidos y menos para hacer los repartos con la furgoneta. “Panes Alcayde” siempre ha tenido un buen nombre en Almería y me ví en la obligación de seguir el legado, pero nunca pensé que tendría que hacerlo tan pronto. Tengo 28 años, pero llevo desde los 7 aprendiendo el oficio junto a mi padre. Cuánto echo de menos todos esos momentos que pasé junto a él en la cocina del local.
El olor a pan y bollos recién hechos a unas horas tan tempranas eran mi despertar, mientras el mundo y los gallos aún dormían. Sigue siéndolo, pero con la diferencia de que lo hago todo sólo y no es lo mismo. No lo es. Todas las mañanas a las cinco ya tengo que tener los hornos encendidos, así que me levanto a las 4 para ducharme y tomarme un café tranquilamente con mi cigarrillo en casa de mi madre. Menos mal que hace tres meses ella empezó a venir a ayudar atendiendo en la tienda. Creí que iba a volverme loco. Más aún de lo que estoy. No sé cómo se las ingenia para regalar una sonrisa a cada persona que entra por la puerta, cuando por dentro está tan destrozada como una tableta de chocolate al sol del Sáhara.
Siento la necesidad de independizarme, pero no puedo dejar a mi madre sola en una casa cuyas paredes la atrapan en una espiral de toda una vida de recuerdos. Se cambió de dormitorio porque ya no soportaba los rastros de su olor ni del vacío que mi padre antes ocupaba en su cama. Ahora con esas pastillas que nos recetó el médico, conseguimos dormir, pero en nuestros sueños seguimos teniendo la imagen de mi padre. He de permanecer a su lado. Es mi madre y la quiero.
El Dr. Zamora tuvo el detalle de regalarme este diario con funda de cuero y color marrón envejecido. Mañana comenzaré a tomar notas en él, resumiendo mi experiencia del día anterior. Espero que esto de escribir me sirva de algo y no solo para dejar pasar el tiempo.
Notas desde el espigón #1
Bueno, ha llegado el momento de manchar con más letras las páginas de este diario. Ayer me levanté a la hora de costumbre y le di su paseo matutino a mi perro. Es un chucho negro, feo y enano, pero adoro hasta el colmillo que le sobresale de la boca. Orko es un perro muy inteligente y es el único que me recibe en casa con una alegría sobrehumana. Al llegar a la panadería no dejaba de darle vueltas a qué hacer para tener algo sobre lo que escribir aquí, pero luego he pensado que no me gustaría basar mi vida en lo que vaya a escribir en este diario. No tengo ni idea de por qué me he puesto nervioso. Esto no lo leerá nadie más que yo. Es sólo para mí.
Me gusta encender la radio y escuchar algo de música mientras moldeo la masa que dejo preparada el día anterior. Recordé a mi padre, compartiendo esa mesa de trabajo, contando chistes y aconsejándome para mejorar mis técnicas. Decía que el mundo de la panadería y pastelería son un arte que se disfruta con los cinco sentidos. Por eso hay que poner cariño en todo lo que se crea en la cocina. La satisfacción del cliente es la recompensa a las cosas bien hechas. Sí; palabras así son las que me dedicaba.
Hace unos meses que conocí a Alma. Es una amiga muy especial con la que puedo desahogarme tranquilamente sin miedo a que me juzgue malamente por expresar mis sentimientos. No suelo abrirme fácilmente a la gente, pero ella es diferente. Sus consejos son pura poesía, pero lo más importante es que se le da muy bien escuchar. Compartimos la afición a la fotografía y quedamos por la tarde para capturar el casco antiguo de la ciudad con nuestras cámaras. No conversamos mucho recorriendo la calle De las Tiendas, la plaza de la Catedral, el paseo de Almería o la Rambla, pero intercambiamos sonrisas. Sólo con eso, ya éramos capaces de comunicarnos.
Sólo es una amiga, pues aunque tengamos tantos gustos en común, no me llama la atención hasta el punto de enamorarme. Creo que ella piensa lo mismo de mí. Somos como hermanos. En fin, que todo está bien como está con ella. Fue una tarde fantástica.
Cuando llegué a casa, Orko me recriminó con su mirada el hecho de haber salido a la calle sin él. Arreglé ese asuntillo dándole una vuelta por el parque. Cené con mi madre y hablamos un rato, pero al tomarnos las pastillas no tardamos en encerrarnos en nuestras habitaciones. Me puse a escribir en este diario con mucha ilusión y antes de conciliar el sueño profundo, me acordé de lo recelosa que es Alma con sus fotos. Nunca me enseña una y me dormí con la sonrisa puesta, pensando en ella.
Cuando he acabado de realizar la ruta del reparto con la furgoneta, he aparcado en El Palmeral y he venido hasta el espigón de los gatos. Este lugar me parece perfecto para inspirarme, pues significa mucho para mí. Gran parte de los veranos de la infancia los viví en esta playa. Intentaré venir todos los días.
Además, es una maravilla poder ver el amanecer desde aquí. La mar está en calma y al fondo puedo ver dos barcos pesqueros que parecen de juguete de lo alejados que están de la orilla. Esta tarde vuelvo a ver a Alma. Nos faltó visitar uno de los monumentos más importantes de Almería: La Alcazaba.
Notas desde El espigón #2
Continuará…