En el rincón de mi casa, donde tengo el lugar de mis libros –ese que llamamos “biblioteca”-, se distinguen con ufanía los más estropeados, los que he tenido que recomponerlos con papel celo o esparadrapo, incluso alguno que he tenido que encuadernarlo de nuevo. Son los más usados, los más cercanos, los más íntimos. Algunos están ahí desde que yo era niño. Así ocurre con “Corazón”, el libro de lectura que teníamos en la escuela de Enseñanza Primaria, cuyo autor es Amicis.
El aparato de la televisión está celoso, porque le dedico más tiempo a ellos que a él, caja loca de los berrinches y los gritos. En la biblioteca, por el contrario, suele haber silencio. Si acaso, pongo un poco de música clásica para que acompañe una buena lectura. Pero lo normal es que me acompañe el silencio. Las personas de mi edad son fruto de la cultura libresca. El soporte a través del cual hemos tenido acceso a la cultura ha sido el libro. Las generaciones nuevas, no; esas son fruto de la imagen y del sonido. Por eso, no quieren ni pueden leer un libro completo. Necesitan la pantalla y los auriculares para descansar y encontrarse a gusto.
Nosotros, en cambio, cuando nos encontramos estresados, confusos o angustiados y necesitamos paz, acudimos a nuestros libros favoritos, al silencio, a la concentración. Como si se abriera la puerta de un mundo distinto donde nos encontramos con nuestros mejores amigos. Las generaciones nuevas son esclavos del soporte audiovisual. Necesitan la imagen y el sonido para entender algo. Me contaba un empresario que a los jóvenes aspirantes a entrar en la empresa, le entregan un libro, un bolígrafo y unos folios para leer y comentar un párrafo, y no saben qué hacer con ellos.
Creo que muchas personas no leen porque no saben, quiero decir que nunca le enseñaron a leer. Están más atentas a pronunciar con los labios que a recibir los mensajes que el libro envía a nuestro corazón. Leer es mucho más que descifrar unas grafías; es escuchar el mensaje que se esconde sutilmente detrás de las palabras. A veces, hay que cerrar el libro, porque los latidos del corazón se apresuran ante los mensajes que se apresuran. Y, entonces, hay que dejar volar a la mente y a la fantasía. Otras veces, leer es escuchar lo que el libro me quiere contar. Y entonces, hay que releer el mensaje. La lectura se realiza más con el oído que con los ojos; hay que escuchar lo que se lee. También, en ocasiones, hay que saber leer lo que se escucha. El próximo viernes 23, es el día de mi mejor amigo, el libro.
JUAN LEIVA