¿El cine de Kenji Mizoguchi (1898-1956) es el más feminista en la historia fílmica de Japón? Para ser francos, no tengo el conocimiento suficiente para defender esta afirmación. En todo caso, la obra de Mizoguchi sí es -por lo menos en lo que se refiere a los grandes maestros japoneses del siglo pasado- la que más se interesa en la mujer. No estoy muy seguro que a Mizoguchi se le puede colgar la etiqueta de feminista -su obra es tan contradictoria como su propia vida pública y privada- pero es innegable que sus mejores filmes están construidos alrededor de una o varias mujeres.
Mi Amor en Llamas (Waga koi wa moenu, Japón, 1949), es considerada una obra menor en la vasta filmografía de Mizoguchi y, en efecto, si se le juzga con respecto a, digamos, Ugetsu Monogatari (1953), no hay duda que la película no resiste tal comparación. Sin embargo, en lo que se refiere al contexto político en el que fue realizada la cinta y a su propio discurso ideológico, la opus número 74 de Mizoguchi ofrece muchas oportunidades para la reflexión. Sí, pues, se trata de una obra menor, pero no exenta de interés.
Realizada en la postguerra, bajo la ocupación de las fuerzas estadounidenses -que supervisaban con rigor las películas que producía la industria nipona-, Mi Amor en Llamas es un gendai-geki (es decir, un melodrama ubicado en un espacio temporal reciente o incluso contemporáneo) que narra la vida de Eiko Hirayama (la diva de Mizoguchu, Kinuyo Tanaka) , una voluntariosa mujer que, a fines del siglo XIX, decide salir de su pueblo natal, Okayama, para irse a vivir a Tokio, siguiendo los pasos de su supuesto novio liberal Hayase (Eitarô Ozawa). Y digo "supuesto", porque más temprano que tarde Hayase enseñará el cobre: es muy fácil autonombrarse liberal, feminista y hasta luchar por los derechos de las mujeres en abstracto, pero es más complicado cuando una mujer específica quiere ejercer esos derechos aquí y ahora, en concreto. A lo largo de la cinta, todos los hombres con los que se encuentre Eiko la desilusionarán: incluso el reformista liberal Omoi (Ichirô Sugai), tan adelantado a su tiempo, tan presto a protestar por lo que sea, tan crístico en su sacrificio por implantar el liberalismo en las autoritarias y feudales tierras niponas, demostrará a su debido tiempo que en su utopía modernizadora no caben las mujeres. O que sí caben, pero sólo en el discurso.
Realizada a través de las largas y fluidas tomas que son el signo de distinción de Mizoguchi, Mi Amor en Llamas es un elemental pero sinceramente indignado melodrama feminista que coloca en el banquillo de los acusados a nosotros, los cochinos hombres hipócritas, que hablamos maravillas de la mujer en general pero estamos dispuestos a tratar con la punta del pie a la mujer en particular que nos ha tocado, sea hija, mujer o amante.
El filme tiene más interés aún si se recuerda la biografía personal de Mizoguchi, que vivió incontables escándalos por su tormentosa y trágica relación con todas las mujeres que le rodearon: su hermana mayor fue vendida como geisha, una de sus amantes lo quiso apuñalar, su esposa enloqueció, se casó después con su cuñada, su amor por la actriz Tanaka fue la comidilla durante años... Pareciera que, más allá de quedar bien con las fuerzas de ocupación -pues Mi Amor en Llamas era el tipo de cine que los estadounidenses privilegiaban-, esta película resulta una especie de expiación personal en clave por parte de Mizoguchi. Así pues, cuando Eiko decide dejar de vivir a la sombra de un hombre-bueno-pa'-nada y regresar a su pueblo para empezar a cambiar a Japón desde cero, desde las aulas, desde el trabajo, desde la militancia, Mizoguchi parece decir: "sólo cuando se liberen de hombres como yo, las mujeres serán realmente libres".