Carezco de una habitación destinada a librería; en realidad, ni siquiera tengo un mueble al quepoder llamar así con propiedad.En su lugar, cuento con unas estanterías tipo “móntelo usted mismo”, que iban a ser provisionales y se han convertido en definitivas (no son las billy, odio Ikea); unas baldas para aprovechar un hueco del pasillo y una pequeña estantería en el dormitorio que además de contener parte de mis libros policiacos y literatura extranjera disimulan un pilar de la pared. Esto me da pie para hablaros de mi sistema de organizar los libros, quees en realidad una condena. La literatura extranjera y la policiaca van ordenadas primero por países y luego por autores (es un alivio que aún no me haya dado por ordenar a estos alfabéticamente). Dentro de la hispánica, primero los españoles, por épocas, y la hispanoamericana por países. La historia, por edades. Siempre me juro a mí misma que, la próxima vez, colocaré el libro donde haya sitio pero nunca lo cumplo. Prueba de ello es que, cuando por fin conseguí que mi hermana me trajera de Lisboa una estantería que le había encargado, coloqué en ella a todos los autores norteamericanos.
Contrasta esta compulsión clasificatoria con la libertad con la que luego los libros campan a sus anchas por casa. Un par de ellos en la mesilla de noche mientras otro reposa en la mesa del despacho, junto al ordenador y dos o tres andan desperdigados por el salón. Además, otros se han ido de viaje, prestados -no tengo inconveniente en hacerlo, que para eso son los libros, para ser leídos.
Una vez mi hermana se refirió a mi biblioteca como peculiar; cuando le pregunté que quería decir, respondió que era personal, que me reflejaba. Supongo que esa es la razón por la que nos gusta tanto curiosear en las bibliotecas ajenas; nos permite hacernos una idea de sus dueños.