Hace poco contaba mi intención de hacer el Camino y ¡hala! Ya he vuelto con el Camino hecho. Voy a tratar de contar lo más brevemente posible las etapas que hicimos y las cosas que vimos para que, quien lo tenga en mente, pueda hacerse una idea.
Mis acompañantes: mis padres enrollaos
Etapas 1 y 2:
León - San Martín del Camino
San Martín del Camino - Astorga
Estos primeros 50 km los hicimos en un fin de semana de julio, por dos razones: porque sabíamos que eran dos etapas que tampoco tenían mucho que ver pero, siendo de León, daba algo de reparo no empezar el Camino desde nuestra ciudad y, por otra parte, porque así veíamos cómo era eso de ponerse a caminar 25 km diarios, que creo que ninguno teníamos una idea clara de qué era eso.
Bueno, la verdad es que el primer día no hubo mucho que contar, porque es una etapa llana, con un paisaje bastante uniforme y por un camino paralelo a la carretera. El segundo día pasamos por Hospital de Órbigo, pueblo famoso por su puente romano, que presta verlo en una terracita mientras te tomas un desayuno de colacao con tostadas…
Ya empieza a haber alguna cuesta y, como las temperaturas eran muy altas, la entrada en Astorga se nos hizo un poco larga, pero es una ciudad que merece la pena ver, eso sí; tras descansar un poquito a la sombra.
Ya veíamos factible eso de ir caminando hasta Santiago
Etapa 3:
Astorga - Rabanal del Camino
El 4 de agosto comenzamos en serio el Camino, con las mochilonas a cuestas y varios días por delante para llegar a Santiago, costara lo que costara.
La etapa no fue nada complicada; todo llano, aire fresco, aunque hiciera sol; muy relajados y contentos de haber empezado. Antes de llegar a Rabanal nos paramos unos minutos en el Roble del peregrino, un árbol enorme que merece la pena admirar.
Ese día compartimos un tramo del camino con un hombre holandés que hacía el Camino por novena vez; a un ritmo de unos 20 km diarios y acampando en el campo, nada menos.
Rabanal del Camino es un pueblecito pequeño, con casas y calles de piedra y un pequeño monasterio de monjes alemanes. Por curiosidad, mi padre y yo asistimos a vísperas (yo no tenía ni idea de cómo eran estas ceremonias) y nos bendijeron a todos los peregrinos, lo cual viene estupendamente, porque no sabe uno si va a llegar o no a Santiago, ¿verdad?
Etapa 4:
Rabanal del Camino - Ponferrada
Tras una noche movidita, salimos muy de mañana, esto es; de noche, de Rabanal en medio de una llovizna que se convirtió en niebla un poco más arriba, subiendo Foncebadón. Hacer una subida en fresco se agradece, oiga, aunque nos encontramos con un imprevisto: apentas íbamos preparados para el frío. Pero los rigores del Camino son insondables, y en dos días nos llegaría la ola de calor (todo a su tiempo).
Pasamos Foncebadón entre brumas, con la sensación de estar en un pueblo fantasma, deseando que la subida llegara a su fin y comenzara la bajada hacia Ponferrada. Pero Ohhhhh, ¡qué ilusos fuimos al pensar que una bajada nos vendría bien! Aquí viene el primer desengaño del Camino: las bajadas NO molan. Las bajadas te destrozan las piernas y pies inmisericordemente, aunque estés recién bendecido por un monje alemán y peregrinando hacia Santiago, aunque tu padre te haya dicho mil veces que para bajar todos los santos ayudan… Esto fue realmente duro, y es que encima no había ni un pueblecido para descansar en kilómetros y kilómetros.
Con los pies machacados comimos en Molinaseca en un lugar donde, encima, nos atendieron fatal. Y luego continuamos hasta Ponferrada, que vimos brevemente después de una duchita y recuperar nuestra condición de personas.
Etapa 5:
Ponferrada - Villafranca del Bierzo
Esta mañana me di cuenta de que nunca había tenido tantas agujetas en mi vida. La gran bajada se hizo notar y, a partir de ese día, ya sabías quiénes habían hecho la etapa de llegada a Ponferrada y quiénes no (jejeje). Esta vez elegimos un remedio alternativo a la bendición divina: el ibuprofeno. Y va bien, que conste.
En Villafranca vivieron mis padres hace un par de siglos, así que estuvimos viendo el pueblecito mientras me contaban qué hacían por allí y por allá en su lejana juventud (jijiji). La verdad es que es un pueblo muy bonito, com mucho encanto y unas cuestas de impresión. Aquí os dejo una imagen de la Puerta del Perdón, donde te perdonan los pecados en caso de que no puedas llegar a Santiago por enfermedad, o por las agujetas, o por las ampollas… en fin, porque lo veas demasiado lejano:
Esa noche dormimos en uno de los mejores sitios de todo el Camino: La Charola, donde además se come genial. El señor te dice todo lo que tiene, primeros y segundos, y tú, en lugar de elegir, tienes que decir “sí a todo”. Entonces viene con bandejas de comida para que te sirvas lo que quieras y, cuando ve que ya no estás comiendo mucho más, te trae 3 postres para que hagas lo propio. Y encima es barato. Y está buenísimo.
Etapa 6:
Villafranca del Bierzo - Laguna de Castilla
A partir de aquí, el Camino fue más y más bonito; al lado del río, por caminos de montaña, cruzando pueblecitos de 4 casas… Si alguien quiere empezar relativamente cerca de Santiago y no sabe dónde, yo le recomiendo que salga desde Villafranca.
Los primeros 20 km fueron llanos, hasta llegar a Las Herrerías. Allí cruzamos el río y vimos a unos niños bañándose y como allá donde fueres haz lo que vieres, mi padre se metió para refrescarse los pies, y detrás fuimos los demás. Nuestros pies lo agradecieron y creo que el fresquito (bueno, la congelación, porque el agua estaba congelada) nos duró gran parte de la subida a O Cebreiro.
Fue una subida muy dura, con muchísimo calor y ninguna sombra en el tramo final. Había que parar cada poco a reponer fuerzas, a beber mucha agua, a coger aire para dar unos pasitos más. Por eso decidimos parar en Laguna de Castilla, que es el último pueblo de la provincia de León y que está a 3 km de la cima, que la dejamos para la mañana siguiente.
Es un pueblo tan pequeñito que solo tiene el albergue y el bar del mismo, así que no salimos de allí en toda la tarde.
Etapa 7:
Laguna de Castilla - Triacastela
Tras coronar el Cebreiro a primera hora de la mañana, admirar las vistas preciosas desde allí y tomarnos un buen desayuno, quedaba una etapa de llano con un poco de bajada al final. No fue nada comparado con la bajada de la etapa 4, todo sea dicho. Aún así, este día me salieron dos hermosas ampollas, una en cada pie, que mi padre, muy diligentemente, procedió a pinchar, secar y desinfectar.
También ese día un compañero peregrino nos enseñó un truco para atar bien las zapatillas y que no se nos moviera el pie ni un milímetro, pero lo cierto es que, de tan apretado, el pie te acaba doliendo aunque no te salga ni un amago de ampolla.
En fin, que llegamos bien, o todo lo bien que se puede llegar en plena ola de calor.
Etapa 8:
Triacastela - Barbadelo
De esta etapa siempre me acordaré porque pasamos Sarria, pueblo bastante grande, desde donde te cuenta para que te den el diploma del Camino, y desde donde mucha gente empieza. Hay varias anécdotas que contar en Sarria: hacía unos 3 días habíamos estado agotados en unas cuestas, yendo despacito, cansadísimos, cuando de repente aparece un chico con un brío alucinante, escuchando música y gritando, a 100 por hora, por lo menos, que nos pasó con una alegría que ya quisiéramos para nosotros. Más tarde nos contaron que era su primer día, y que por eso iba tan fresco el hombre… Y en Sarria le volvimos a ver, pero cabizbajo, agotado, caminando como una tortuguilla. De repente se para delante de un cartel que anunciaban masajes para peregrinos y veo que saca el móvil y le digo “¿te lo estás pensando?”, y él me contesta: “no, lo tengo muy claro: voy a llamar ahora mismo”.
Otro hecho reseñable es que mi madre tuvo que pararse porque decidió ese día, en plena ola de calor, que tenía que cortarse el pelo. Así que los peregrinos hubimos de parar a mediodía y de caminar después a las 3 de la tarde hacia nuestro destino, Barbadelo, a treinta y pico grados. Mi madre debía de ir muy fresquita, eso sí. Yo no (nótese el odio).
El monasterio de Sarria, muy bonito:
A partir de Tiracastela mi padre decidió que las últimas 5 etapas las haríamos en 4, poniendo algún kilómetro de más cada día, aunque no fueran las paradas “oficiales”. ¡Y qué gran acierto! Resulta que ese día dormimos en una casa rural en la que me quedaría a vivir para siempre sin pensármelo dos veces. ¡Qué acogedora! ¡Qué gente tan maja! ¡Qué jardín! ¡Qué cena, con los productos de su propia huerta!
El calor es duro, las cuestas son duras, pero no son nada comparado con tener abandonar aquella casa. Ya solo nos quedaban unos 100 km hasta Santiago.
Etapa 9:
Barbadelo - Hospital da Cruz
Esta fue también una etapa muy dura y con muchísimo calor. Además los últimos kilómetros fueron por carretera, pasando fábricas que olían fatal, sin una sombra donde refugiarse… Realmente agobiante. Solo el amanecer mereció la pena, con esas nieblas pequeñitas en los campos de alrededor del camino, y la entrada a Portomarín, cruzando el río Miño; preciosa:
Como colofón dormimos en un sitio llamado Hostal Labrador, que no se lo recomendaría ni a mi peor enemigo: todo sucio, lleno de arañas gigantes, las duchas y las mesas rotas, sin menú del peregrino para la cena… Y encima no era un sitio barato. Menos mal que tuvimos una cena agradable junto a una pareja de franceses, con la que nos entendimos medio en inglés medio en francés; majísimos. Luego también se unió un chico de Valencia a la velada, y al final la estancia se hizo un poco más amena.
Soñé con las arañas gigantes que había en el cabecero de mi cama.
Etapa 10:
Hospital da Cruz - Melide
Primera etapa después de la ola de calor, por fin a una temperatura relativamente normal para el verano, para la montaña, que es donde estábamos. Se agradecía el fresquito y, aunque hicimos muchísimos kilómetros, la cosa no nos fue nada mal.
Al principio creo recordar que era todo carretera otra vez (ni siquiera saqué fotos), pero luego cogimos de nuevo un caminito que cruzaba un bosque, todo por la sombra, todo muy bonito, respirando aire puro.
Melide es un pueblo grande también, famoso por sus pulperías, de esas en las que están haciendo el pulpo a la puerta, para que lo vea todo el mundo. Cómo no, mis padres cenaron unas racioncitas de pulpo, pimientos de Padrón y Ribeiro. La pulpería se llamaba La garnacha; merece la pena darse una vuelta por allí. Y os aconsejo que de postre pidáis las delicias celtas
Etapa 11:
Melide - Pedrouzo
Esta fue otra etapa de las duras, de más de 35 km, con pueblecitos pequeños por todas partes, pero que no tenían apenas un bar donde descansar. Ya íbamos viendo los tocones cada vez más y más cerca de Santiago, y daban ganas de aguantar el tirón y llegar hasta allí (cosa que no creo que sea posible, jeje, pero ganas entraban).
Como nuestros pies habían muerto hacía un par de días nos costó un poco llegar, y eso que hasta dormimos la siesta en el jardín de un bar donde habíamos comido unos bocadillos, pero los kilómetros se van acumulando, y cuesta.
En Pedrouzo no vimos nada, casi nos costaba hasta pensar, y fuimos de la cafetería al hostal y del hostal a la cafetería, sin más.
Etapa 12:
Pedrouzo - Santiago
De las más cortas (20 km) pero la que más larga se nos hizo
No teníamos el perfil, y daba algo de miedo eso de subir al Monte do Gozo, pero después de las subiditas y bajaditas que hubo unos kilómetros antes, la subida al monte no fue nada reseñable. Pasamos por un pueblo en el que ¡milagro! la iglesia estaba abierta, pero no nos quisieron sellar, así que en el Monte do Gozo paramos, sellamos, hicimos fotos, y nos preparamos para llegar por fin a Santiago.
La entrada a la ciudad fue eteeeeeeerna, pasando las rotondas exteriores, las zonas nuevas del extrarradio, calles y más calles sin que la catedral diera señales de vida…. Hasta que apareció por fin. Ese día estaba lloviendo en Santiago y los peregrinos se refugiaban donde podían. A nosotros ya nos daba igual eso de la lluvia (cualquier cosa es mejor que una ola de calor cuando caminas a las 3 de la tarde por una carretera), pero al ver la cola que había para entrar y besar al santo, decidimos que antes de nada íbamos a ducharnos, comer, y luego si eso ir tranquilamente a la catedral. Lo de estar de pie una hora no era una opción y, total, tampoco habíamos ido allí a besar a nadie porque por motivos religiosos no lo hicimos.
Lo dicho, una vez comidos, con la cola del santo bajo mínimos, pasamos a la catedral. Yo ya había estado antes, y una vez más me sorprendió ver los techos pintados de blanco; no me gusta nada por dentro, quizás por estar acostumbrada a la de León. Pasamos por arriba, pasamos a la cripta y nos fuimos a recoger nuestros merecidos diplomas de peregrinos, por fin.
Mis padres, además, se premiaron con una mariscada esa noche. Nos encontramos con varios compañeros del camino, algunos que no veíamos desde hacía días, y además fue la noche que mejor dormimos.
Bastante penitencia hicimos caminando hasta Santiago como para encima asistir a la misa del peregrino, así que al día siguiente, pronto, cogimos un tren para León y en 4 horas volvimos a la realidad.
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Lo peor del Camino: la ola de calor, el dolor de pies, el Hostal Labrador y tener que lavar la ropa para que te seque rápido cuando lo único que quieres es desmayarte en cualquier rincón.
Lo mejor del Camino: el camino mismo, es decir; caminar todo el día, estar al aire libre, subir, bajar, seguir adelante sabiendo que estás un poco más cerca que ayer. Hablar con gente de todo el mundo, caer rendida en la cama, sentir el fresquito por las mañanas, enfadarte con la guía que llevábamos impresa porque siempre ponía 2 km menos de los que realmente eran, llegar a Santiago y que llueva…¡ todo!
¿Repetiría? Sin dudarlo, aunque ahora que he hecho estos últimos 300 km me apetecería más hacer las etapas anteriores, para ver cómo son.
Ha sido una bonita experiencia, totalmente recomendable. ¡Nos vemos en el camino!