Ya os comenté que mi cochecito había tenido otra de sus crisis existenciales que comienzan dejándome tirada en la más absoluta de las miserias y terminaban, hasta ahora, con una ligera estancia en el taller y una factura aceptable, de las que se pagan sin mucho dolor.
Hasta ahora. Claro.
El inicio fue igual. El coche estupendo durante todo el día y a la salida del trabajo que dice que no va y no va. A todo esto, yo salgo de trabajar a unas horas en las que todos vosotros ya estáis recogidos como personas de bien que sois. Además, por seguir añadiendo epicidad dramática a la historia, trabajo en un polígono industrial. Al quinto pino de la civilización.
Bueno, pues el coche que dice que no va. Tocó llamar a la grúa. El gruero, al ver la situación, le quitó hierro al tema y se puso en modo: "va a ser una tontería, verás, es que, claro, este pobre coche ha tenido la mala suerte de ser conducido por una mujer". En fin. Dale que dale, el señor gruero intentó todo lo posible pero el buga decía que verdes las habían segado y que no le daba la real gana de arrancar. Yo, a todo esto, con el nivel de hartazgo subiendo y subiendo, mucho más cuando el gruero va y me suelta que el coche no arranca porque no reconocía la llave. SU propia llave.
Sí, ¿eing?
En resumen, tras casi una hora de toqueteos indecentes por parte del gruero a mi buga y de que este, muy digno, dijera que arrancaba su padre, por fin el hombre se decidió a llevarse el coche. A mi me fue a buscar un taxi porque no era plan de quedarme allí, obvio. El viaje en taxi fue bien y rápido, precedido claro está de las explicaciones inevitables. Una muchacha en edad de merecer en un polígono a las diez de la noche. Y tal. Al final resultó que el taxista y servidora teníamos amigos comunes porque esta ciudad ha bajado de la categoría de pañuelo a la de servilleta de barra de bar. Una pena.
Confirmado el drama, llegó la peor parte. Saber qué le pasaba al buga. Como él es así de especial no me preocupé mucho. Como ya he dicho, a él le mola hacer el numerito de quedarse, es un poner, en el aparcamiento subterráneo de El Corte Inglés, o en el del hospital con mi progenitor recién operado o en mitad de la plaza del poblado. No sé, sitios en los que se le ve, en los que se convierte en protagonista aunque a mí me den los siete males y quiera acabar con él a martillazos. Pero luego, eso es lo importante, no me daba muchos sustos porque todas las averías se solucionaban sin problema y sin desembolsos de importancia.
Hasta ahora. Claro.
Total, voy resumiendo. Que en el taller se tomaron su tiempo para decirme qué pasaba. Y mi nivel de preocupación subió de cero a infinito en pocos días. Con razón. La broma al final ha salido por un dineral y por un montón de días con coche prestado. Y eso no es lo peor, lo peor ha sido y es la incertidumbre del ahora. Que dicho así suena la mar de poético pero que en corto y por derecho viene a ser qué coño hago si se me rompe otra vez en un plazo cercano de tiempo, esto es, en los próximos dos eones cósmicos. Qué.
Así que imaginad mi cara de angustia cuando el otro día, regresando del poblado de T, el buga dijo que no iba. O sea, ir iba -solo faltaba- pero a malas. Con desgana. Sin alegría. Como tosiendo. Ahogándose. Que no y que no.
Lo bueno, eso sí, es que estos extraños me los hizo apenas una semana después de haber sido desplumada por los señores mecanicos, ergo tiré de garantía -no sé si real o moral- y aquí no paga ni dios, no sé si se me comprende. Pero no hizo falta porque tras un día completito en el taller, el coche fue devuelto a mis brazos en las mismas -perfectas- condiciones. Que no le pasaba nada, me dijeron. Que ir no iba, no me iban a quitar la razón, pero que verle, pues no le veían nada. AH, misterios....
La única solución que me dieron es que le echara gasoil de gasolinera cara. Del que debe ir mezclado con MoetChandon dado el precio. Y, claro, pues lo hice. Me fui a la que dicen que es la mejor gasolinera de los andurriales, que tiene un gasoil que ni el pis de los arcángeles, y llené el depósito. Y sí, lo sabéis. Desde entonces al coche se le han quitado los males y va como un campeón. Pijo, pero campeón.
Que yo no gane suficiente para darle de comer y pagarle los caprichos, eso es otro cantar, claro. Me siento como una madre con un hijo tarambana y sacacuartos. AY.