Mi corporación y mi sangre

Publicado el 26 diciembre 2010 por Francissco

Las ideas del esclavo.

No sabe uno el valor que tiene como limón exprimible hasta que una empresa lo usa a uno como tal. Hasta que inventan “concursos de ideas” con premios ridículos, para evitarse pagar talento foráneo y repartir posibles beneficios, derivados de la aplicación de lo que tú sugieres.

Es muy sencillo. Cada tantas ideas aprobadas, tienes derecho a algún día más de vacaciones, gasto baladí para el balance general, como es obvio. Sobre todo, cuando algunas aportaciones nuestras, de los curritos, resultan ser trascendentales.

Lo comentábamos estos días cuando se publicó en uno de los tablones de anuncios la felicitación a Empleado Probo del Mes, por haber sugerido una medida que supondrá un importantísimo ahorro de energía. Otras las había, igualmente, que suponían una mayor rapidez en la carga y descarga de camiones, en el empaquetado, en la eliminación de burocracia innecesaria, etc…

Y es que, frecuentemente, no hay nada como preguntar a las personas que llevan años trabajando en la tarea X para saber como mejorarla. Se evita, así, el tener que pagar a costosos consultores y expertos traídos de fuera. Recuerdo cuando alguna vez han venido y nos sometían a estúpidas rondas de preguntas a todos los machacas.

Lo más gracioso es que, luego y con afectación,  entregaban unas descripciones pedantísimas de la empresa, tal y como la vería un antropólogo marciano, al estilo de “...falta la necesaria sinergia entre los inputs de entrada externos, en relación con el género y la necesaria concretización rápida en outputs funcionales...” quiera esta gilipollez suprema significar lo que signifique. Hacer un pedido con rapidez, expresado en castizo, pero en fin…

El colmo de la verguenza  -ajena y propia- llegaba cuando nos reunían a todos y nos invitaban a hablar de lo que “sentíamos” en nuestro puesto.  ”Que me exprime una pandilla de cabrones aborregados” era lo primero que pensabas, pero siempre soltabas algo más correcto. Después de ello, te callabas y te soltaban un discursito motivador, a lo Dale Carnegie, terminando con una despedida y un facturón a la empresa.

Ahora, los mandamases se han vuelto más listos. En esta Era del Ego basta con halagar a este, con citarlo, para que uno olvide retribuciones y reclamo de beneficios. Loas pues, a la vanitas vanitatis y todo eso.

Un saludín halagado.