Mi deseo navideño: no los escuchéis
No los escuchéis. No leáis lo que dicen. No los miréis cuando salen por la tele. Ignoradlos. Como si no existieran. Sé que es difícil, casi imposible. Pero hay que hacer el esfuerzo. Os invito a ello… casi os lo imploro. He llegado a la conclusión de que es la única vía para mirar al presente con cierto optimismo y para tener esperanza en el futuro.
Lo sé. Sé que pido poco menos que una utopía porque esos tentáculos repugnantes que exhiben nos tienen bien agarrados, y con esos mismos tentáculos se han agarrado firmemente a todo aquello que les pueda servir de asidero. Lo están contaminando todo con su presencia corrosiva. Nos han inoculado el virus de la desesperanza, del hastío, de la derrota, hasta el punto de hacernos creer que no hay vida posible más allá de la esclavitud consentida a la que nos están sometiendo.
La mezquindad de la que hacen gala no podría ser mayor. Su desprecio por la dignidad humana es inconcebible. No se puede caer más bajo. Pero la mala noticia es que no me cabe duda de que puede llegar a ser peor. De hecho, no me cabe duda de que será mucho peor. Los organismos parásitos no quedan saciados hasta que han destruido por completo al organismo invadido, y ni aún así; otras víctimas esperan.
Ellos están embarcados en una misión cuyo objetivo principal es la destrucción de esta sociedad imperfecta que habíamos logrado construir casi a regañadientes, con graves disfunciones, pero con logros muy destacables. Ahora las disfunciones se acentúan y los logros desaparecen. Estábamos condenados desde antes de resultar infectados. Con el sistema inmunitario desactivado como lo teníamos las hordas reaccionarias y regresivas lo tuvieron fácil para tomar el control absoluto de la nave y poner rumbo fijo hacia los acantilados. Ahora la colisión es inminente.
Aún así, debemos ignorarlos. Hacer como si no existieran. Ese es mi deseo de Navidad. En estas fechas todos tenemos buenos deseos. Nos felicitamos las fiestas, nos abrazamos, aunque sea virtualmente; pedimos salud y felicidad para todos los seres queridos… Seamos conscientes de que todos esos buenos deseos no se podrán cumplir si continuamos dependiendo de lo que decidan los que desean nuestra aniquilación. Porque eso es lo que quieren: anularnos como seres independientes capaces de decidir nuestro propio futuro. Y se lo estamos poniendo muy fácil.
No estoy diciendo que nos desentendamos de lo que ocurre. No es cuestión de mirar hacia otro lado y lavarse las manos, no, sino todo lo contrario. Mi apuesta es por construir al margen de la oficialidad perversa en que “vivimos”. ¿Que cómo se hace eso? No tengo una respuesta milagrosa. Sólo sé que debemos ser nosotros mismos. Que debemos recuperar la honestidad y el orgullo de pertenecer a una especie que es capaz de hacer cosas terribles, pero también maravillosas. Y debemos ser capaces de que la balanza se decante hacia las cosas maravillosas, hacia los sentimientos positivos. Debemos mirar a nuestro entorno inmediato y ver qué podemos hacer por nuestros propios medios para empezar a construir. Y tenemos que hacerlo sin prestarles atención. De lo contrario quedaremos instalados en la queja perpetua y la inacción, porque si pensamos en la globalidad de la tarea que nos aguarda estaremos perdidos. El cambio sólo será posible empezando desde abajo, desde la conciencia de cada uno de los individuos que integran esta sociedad gravemente enferma.
Mi confianza en el sistema está bajo mínimos. No puedo creer en un sistema cuyos máximos valedores son quienes están utilizándolo para aniquilarnos. Así que no os dejéis amedrentar por las descalificaciones, las acusaciones, las advertencias de esas lenguas viperinas. Mi deseo navideño es que hagamos examen de conciencia y valoremos si nos conformamos con lo que tenemos (es un verbo que cada vez me gusta menos) o si aspiramos a construir una sociedad diferente, basada en reglas diferentes… De verdad, no los escuchéis.
“Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general.”
Constitución Española (1978). Artículo 128.1
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