Mi encuentro con los delfines

Por Jediloy @jediloy

En el mar callado, pero espléndido de Isabela de Sagüa, un puerto del norte de CUBA.

SON adorables mamíferos, lo mejor conservado en el reino marino y, probablemente, en el entorno faunístico mundial, habitan prácticamente todos los mares; es una especie que ha recorrido la historia, desde las primeras impresiones de pinturas rupestres hasta nuestros días, pero paradójicamente se siembran cada vez más en cautiverios.


Los delfines son protagonistas principales de mitos y leyendas a cual más de atractivos y mágicos, pero sobre todo, los delfines son una lección permanente de docilidad y belleza.

Una foto para la remembranza

¿What time old that?

    

   25 AÑOS DESPUÉS 

 CUENTO MI HISTORIA 

Nadando con los delfines

Una de las franjas costeras donde mejor se conserva el delfín común de los mares y que tuve la suerte fortuita de conocer cuando yo comenzaba mis andaduras por el periodismo, está al norte del puerto cubano de Isabela de Sagua, donde se juntan el Caribe y el Atlántico en medio del fascinante mundo de los delfines. Isabela es un destino callado, pero espléndido, preferido por biólogos de todo el mundo para disfrutar de la compañía de delfines en libertad. Yo viví la experiencia in situ en los ochenta a bordo del Acuario 1, una expedición que se quedó para siempre en mis recuerdos, entre el gran cúmulo de experiencias vividas.

En los días del verano de 1987, la expedición del Acuario Nacional de Cuba, fue celosa a la hora de impartir la doctrina ecológica en medio del agradable paseo en lanchas tras la ruta del tursiops truncatuel delfín mular o delfín nariz de botella, una de las más de 30 especies de delfines que existen, muy común en las cálidas y templadas aguas de Isabela.

Con la tripulación del Acuario 1 me embarqué un día a disfrutar de algo que había soñado desde niño y que no he olvidado jamás. Era un privilegio para un reducido grupo, en el que habían médicos, ecologistas, periodistas y, sobre todo, hombres de bien a favor del entorno.

Zarpamos antes del alba, y a la luz de los primeros claros del día, cuando aparecieron los primeros delfines, todos nos volvimos como locos. Yo tenia 23 años y aquel día reparaba en la sorpresa de una experiencia excepcional. Era de una felicidad absoluta ver nadar a los delfines y tras de ellos el frenesí de las lanchas de hombres de ciencia que seguían su ruta, afanados tras el misterio del mundo de los delfines.

No hace falta decir que yo ni me inmuté. Esperé pacientemente en cubierta y cuando tuve la suerte fortuita de palpar el cuerpo de un delfín comprendí el por qué de su docilidad.

Estuvimos un día entero, de sol a sol, contemplando el juego impenitente de los delfines, entre las profundidades y sobre el agua, viendo a familias enteras de cetáceos moviéndose entre la sombra incombustible de su color turquesa. 

Han pasado 25 años y aquel día será inolvidable, sigue latiente como el recuerdo de la hornada fortuita en que acudimos al encuentro de los delfines y nadamos con ellos en una tentativa feliz como si conviviéramos en su hábitad.

A los delfines no hace falta ir a buscarlos en el océano profundo; ellos acuden en manadas a 'marcar' y 'controlar' de cerca cualquier cosa extraña que se desplace sobre la superficie, sea un barco o un nadador, y nosotros ese día éramos un objeto extraño. Pero ellos demostraron su inteligencia. Y ese día, de cierto modo, todos nos sentimos protegidos por los delfines.

El regreso de aquella travesía espectacular por los mares que bañan a la Isabela de Cuba, no pudo tener mejor coronación: los mamíferos con los que compartimos todo un día, siguiéndonos al final de un viaje en un juego sanamente impertinente de popa a proa del Acuario 1, acomodando su ritmo al de la expedición. 

UNA LECCIÓN DE DOCILIDAD 

De aquella lección de un día en Isabela, nos quedó por encima de todo, la gran empatía de los delfines con el hombre. Son muy sociales y casi nunca andan solos. Siempre realizan sus actividades acompañados de otros miembros de su familia, y ese día lo hicieron con nosotros.

Los mas adultos son respetados y suelen actuar como “maestros” de los ejemplares más jóvenes. Nosotros los respetamos a todos.

Los delfines en general se han considerado animales muy inteligentes debido a muestras de comportamiento que sólo se creían propias del ser humano. Y no!, los delfines demuestran cariño y empatía hacia los compañeros enfermos, ayudándolos a respirar en la superficie cuando no pueden hacerlo solos.También lo vivimos ese día. Cuando un delfín muere, los demás demuestran tristeza, y cuando son reencontrados, especialmente en cautiverio, se emocionan y comienzan a jugar.

Su promedio de vida útil en estado natural es de 20 a 30 años. De aquellos de Isabela, tal vez ya no sobreviva ninguno, pero hoy me queda el recuerdo placentero de mi encuentro con los delfines.

S.O.S. POR LOS DELFINES

Existe una extensa población de delfines comunes oceánicos, sin embargo, debido a la matanza indiscriminada, las capturas accidentales en redes pesqueras y la contaminación que día a día invade su hábitat, ni todas las leyes juntas puestas en marcha para la protección y conservación frenan el ataque despiadado sobre esta y otras miles de especies marinas que corren el peligro de desaparecer.

España es el país con mayor número de delfinarios de Europa: 11 en total, donde malviven en cautividad unos 90 delfines, 2 ballenas beluga y 6 orcas. Valencia y Tenerife se llevan la palma de tan penoso récord.

Detrás del espectáculo siempre hay una truculenta historia de capturas, muertes, ataques, tranquilizantes y hormonas, tráfico internacional de vida 

salvaje. Tanto sufrimiento gratuito tan sólo por ganar dinero resulta poco edificante para los niños y para el sostén del entorno.

Voy a terminar este reportaje con una acotación honesta, limpia, o más bien inocente en la percepción de comprender al delfín. 

Los mitos perviven en el tiempo y apelan a esa parte inocente del alma que, por muchos años que pasen, nunca debería morir. Y ese es el mito de los delfines.




Cuentan las olas que la princesa Ness deseaba ser un delfín para sumergirse en el mar y recorrer todos los países acuáticos donde sus aguas eran de bellísimos colores. Un día su deseo fue tan grande que despertó al dios del océano de su sueño de siglos. El dios del agua le dijo que le concedería su deseo, pero tenía que esperar a la tarde del oro, el único momento en que los humanos podían convertirse en delfines.
La pequeña princesa esperó y esperó, hasta que una tarde un hermoso resplandor dorado surcó el horizonte; las aguas brillaban tanto que parecían encantadas. La niña escuchó unas extrañas voces que iban acercándose a la orilla; eran los delfines que la llamaban: ¡Ness! ¡Ness! ¡Ness!… Sin dudarlo, la princesa niña se quito su pequeña corona y se arrojó al mar. En ese mismo instante su cuerpo comenzó a transformarse, le nacieron aletas y su piel se volvió resbaladiza como la de un delfín. No enterremos el mito y, mucho menos, el encanto del fascinante mundo de los delfines.