Ahora se entiende todo, mientras él estaba reunido con el resto, Mano, tomaba anotaciones de todos los dineros que entraban y se repartían. Porque los que volvían a los donantes lo hacían del bolsillo de los contribuyentes vía contratos de distintas administraciones, empresas públicas, fundaciones, que a su vez pasaban por las manos gürteleras que ponían el cazo y unas cuantas empresas tapadera y/o adjudicatarias a la vez. Eso, la mano que iba por libre; ellos ni se enteraban.
Y Mano lo mismo mandaba cambiar el disco duro de un Mac que extraer otro de un trasto enano del año de la pera, con menos capacidad que un teléfono móvil actual. Porque Mano lo mismo usaba un trasto viejo que un ordenador que le permitiese editar vídeo y sonido. Y mientras el deportista gerente y tesorero iba y venía por el mundo esquiando en los sitios más remotos e inaccesibles, la mano enredaba en el despacho que no lo era por posterior sentencia judicial. A veces, cuando se quedaba dormido el tesorero, Mano enviaba mensajes SMS desde su móvil. De Mano a Mariano, por ejemplo.
Siendo su mascota el responsable es el dueño. Pero lo grave del asunto es que por fin sabemos que las copias de copias de copias de apuntes contables de la misma mano, lo son con certeza y que no se hicieron de un tirón, si no a lo largo de varios años, y que la otra mano que parece haber trabajado en los apuntes es la del que ha sido su tesorero durante los veinte años anteriores. Una mano por aquí, otra mano por allá, mano a mano, y hale-hop, el dinero ha desaparecido. Son las manos mágicas.