Mi familia perdomera (a la que abandoné hace 22 años)

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Tenía 20 años y un futuro “incierto” por delante: chicas, trabajo, dinero a fin de mes… Entré en la caseta y le dije “Celes, no cuentes más conmigo, dejo el balonmano”. Él se me quedó mirando y sólo me preguntó si lo había pensado bien. “Sí”, le dije, y me fui por el callejón por el que se salía de aquella cancha de cemento hacia una urbanización en la que apenas había 4 casas.

De eso han pasado 22 años. No regresé más a esa cancha, no volví a coger entre mis manos un balón de balonmano. Ha llovido mucho, algunos de mis compañeros de equipo, incluso el propio Celestino, motor y cerebro del Club, ya no están. Anoche volví allí. A reencontrarme con mi pasado.

Llegué temprano, me senté en las gradas, estaba solo y me dio tiempo a recordar: Me llamaban eskeletor porque pesaba 60 kilos, pensé en aquel cemento que nos masacraba las rodillas en cada partido, en los números a boli que debíamos pintarnos en las camisetas porque no había presupuesto para las serigrafías, en Fran el zurdo, en Bernardo el perro, en Juan Carlos, en el frío perdomero horadándonos los huesos… Y en como ha cambiado todo, ahora hay un pabellón, gente en las gradas, el club tiene una trayectoria digna.

Fueron llegando los compañeros, algunos me recordaban, y los recordaba, y nos fundimos en un gran y cálido abrazo cómplice, de muchos pases, de muchos balones robados, de muchas tardes de entreno.

Jugamos un partido, volví a ponerme la resina en las manos, ese característico olor, y oí los gritos de la gente en la grada. Recordé a Celestino, a Bernardo, a Rafa. Pese a todo, a los años, a los cambios, a las ausencias, el Perdoma sigue siendo una gran familia; incluso hoy, 22 años después sentí que era mi familia.

Pd.: jugué un rato, tiré varias veces a puerta, y como hace 22 años dejé constancia que mi ausencia en el equipo no dejó mayores complicaciones. Já.

Fotos:Atasara Hernández