Mi fragmento favorito de El Señor de los Anillos
Por Igork
El otro día buscando otro libro tropecé con
Las Dos
Torres, el segundo libro de
El señor
de los Anillos. Y sin quererlo, me quedé allí de pie, leyéndolo. Quizá las
Dos Torres sea mi preferido de la trilogía, como
El Imperio Contraataca y ese helado planeta Hoth sea mi film
predilecto de La Guerra de las Galaxias. Y volví a leer el que creo es mi
fragmento favorito de este largo cuento de literatura fantástica, donde
Gandalf, desaparecido y dado por muerto, reaparece con ropajes blancos y
sorprende a Aragon, Legolas y Gimli. Los tres le ruegan que les explique cómo
sobrevivió a la lucha con el Balrog.
¿Por qué me gusta tanto? Porque me trasporta. Me lleva
despierto al mundo de los sueños, sin los cuales seríamos poco más que
marsupiales. «Hay una
salvedad: lo único de lo que no hay que burlarse, si alguna burla hay en el
cuento, es la misma magia. Se la ha de tomar en serio en el relato, y no se la
ha de poner en solfa ni se la ha de justificar.», afirma Tolkien en su libro de
teoría de lo fantástico “
Sobre
el cuento de hadas”. Y
así resulta en su famosa trilogía. Acabas por asumir en el lado paralelo de la
mente todo este mundo inventado. Y fuera
de los que uno lee hay además otros mundos, como este subterráneo y olvidado
que describe Gandalf, muy abajo, donde jamás alcanza la luz, en las catacumbas
olvidadas de Moria.
«-Sí, juntos te seguiremos
-dijo Legolas-. Pero antes me aliviarías el corazón, Gandalf, si nos dijeras
qué te ocurrió en Moria. ¿Nos lo dirás? ¿No puedes demorarte ni siquiera para
decirles a tus amigos cómo te libraste?
-Me he demorado ya demasiado -respondió Gandalf-. El tiempo es corto. Pero
aunque dispusiésemos de un año, no os lo diría todo.
-¡Entonces dinos lo que quieras y lo que el tiempo permita! -dijo Gimli-.
¡Vamos, Gandalf, dinos cómo enfrentaste al Balrog!
-¡No lo nombres! -dijo Gandalf, y durante un momento pareció que una nube
de dolor le pasaba por la cara, y se quedó silencioso, y pareció viejo como la
muerte-. Mucho tiempo caí -dijo al fin, lentamente, como recordando con
dificultad-. Mucho tiempo caí, y él cayó conmigo. El fuego de él me envolvía,
quemándome. Luego nos hundimos en un agua profunda y todo fue oscuro. El agua
era fría como la marca de la muerte: casi me hiela el corazón.
-Profundo es el abismo que el Puente de Durin franquea -dijo Gimli- y nadie
lo ha medido.
-Sin embargo tiene un fondo, más allá de toda luz y todo conocimiento -dijo
Gandalf -. Al fin llegué allí, a las más extremas fundaciones de piedra. Él
estaba todavía conmigo. El fuego se le había apagado, pero ahora era una
criatura de barro, más fuerte que una serpiente constrictora.
»Luchamos allá lejos bajo la tierra viviente, donde no hay cuenta del
tiempo. Él me aferraba con fuerza y yo lo acuchillaba, hasta que por último él
huyó por unos túneles oscuros. No fueron construidos por la gente de Durin,
Gimli hijo de Glóin. Abajo, más abajo que las más profundas moradas de los
enanos, unas criaturas sin nombre roen el mundo. Ni siquiera Sauron las conoce.
Son más viejas que él. Recorrí esos caminos, pero nada diré que oscurezca la
luz del día. En aquella desesperanza, mi enemigo era la única salvación y fui
detrás de él, pisándole los talones. Terminó por fin por llevarme a los caminos
secretos de Khazad-dûm: demasiado bien los conocía. Siempre subiendo fuimos así
hasta que llegamos a la Escalera Interminable.
-Hace tiempo que no se sabe de ella -dijo Gimli-. Muchos pretenden que
nunca existió sino en las leyendas, pero otros afirman que fue destruida.
-Existe y no fue destruida -dijo Gandalf -. Desde el escondrijo más bajo a
la cima más alta sube en una continua espiral de miles de escalones, hasta que
sale al fin en la Torre de Durin labrada en la roca viva de Zirakzigil, el pico
del Cuerno de Plata.
»Allí sobre el Celebdil una ventana solitaria se abre a la nieve y ante
ella se extiende un espacio estrecho, un área vertiginosa sobre las nieblas del
mundo. El sol brilla fieramente en ese sitio, pero abajo todo está amortajado
en nubes. Él salió fuera, y cuando llegué detrás, ya estaba ardiendo con nuevos
fuegos. No había nadie allí que nos viera, aunque quizá cuando pasen los años
habrá gentes que canten la Batalla de la Cima. - Gandalf rió de pronto.- ¿Pero
qué dirán esas canciones? Aquellos que miraban de lejos habrán pensado que una
tormenta coronaba la montaría. Se oyeron truenos y hubo relámpagos, que
estallaban sobre el Celebdil, y retrocedían quebrándose en lenguas de fuego.
¿No es bastante? Una gran humareda se alzó a nuestro alrededor, vapores y
nubes. El hielo cayó como lluvia. Derribé a mi enemigo y él cayó desde lo alto,
golpeando y destruyendo el flanco de la montaña. Luego me envolvieron las
tinieblas y me extravié fuera del pensamiento y del tiempo, y erré muy lejos
por sendas de las que nada diré.
»Desnudo fui enviado de vuelta, durante un tiempo, hasta que llevara a cabo
mi trabajo. Y desnudo yací en la cima de la montaña. La torre de detrás había
sido reducida a polvo, la ventana había desaparecido: las piedras rotas y
quemadas obstruían la arruinada escalera. Yo estaba solo allí, olvidado, sin
posibilidad de escapar en aquella dura cima del mundo. Allí me quedé, tendido
de espaldas, mirando el cielo mientras las estrellas giraban encima y los días
parecían más largos que la vida entera de la tierra. Débiles llegaban a mis
oídos los rumores de todas las tierras: la germinación y la muerte, las
canciones y los llantos, y el lento y sempiterno gruñido de las piedras
sobrecargadas. Y así por fin Gwaihir el señor de los Vientos me encontró otra
vez, y me recogió y me llevó.
»"Parezco condenado a ser tu carga, amigo en tiempos de
necesidad", le dije.
»"Has sido una carga antes", me respondió, "pero no ahora.
Eres entre mis garras liviano como una pluma de cisne. El sol brilla a través
de ti. En verdad no pienso que me necesites más: si yo te dejara caer flotarías
en el viento".
»"¡No me dejes caer!", jadeé, pues sentía que me volvía la vida.
"¡Llévame a Lothlórien!"
»"Esa es en verdad la orden de la Dama Galadriel, que me envió a
buscarte", me respondió.
J.R.R.
Tolkien. El señor de los anillos.
Mi fragmento favorito de El Señor de los Anillos