Mi gata es normal.Negra como la noche.Como el carbón de Asturias.Azabache elegante de ojos verdes.Vulgar, común.Una ordinaria que vive como una princesa,sin príncipe y sin cuento, pero con reino. Tansingular como el colgante dorado que perdí hace tiempo. Esta tarde ella estaba en el patioatenta a mis pasos de baile con la escoba.De repente dejé de llamar su atención,una pequeña lagartija ocupó mi lugar.Apenas cinco por dos centímetros de vida.También era vulgar, común.Pero cayó en el reino de mi gata normal,a todas luces un lugar equivocado. Abandoné mi tarea para contemplar su guerra,y sus respectivas garras,una tratando de imponerlas,la otra tratando de esquivarlas.La superioridad de mi gata normal era insultante.Y en menos de treinta segundos la intrusa estaba a su merced.No tardó en morir. Mi gata normal no me hizo ofrenda de su cadáver, la dejó allí muerta y con la cola rota,con total indiferencia.Volví a ser su centro de atención.Retomé mi tarea pensando que era una suerte que mi gata normal no tuviera derecho a voto. Luisa L. Cortiñas
Mi gata es normal.Negra como la noche.Como el carbón de Asturias.Azabache elegante de ojos verdes.Vulgar, común.Una ordinaria que vive como una princesa,sin príncipe y sin cuento, pero con reino. Tansingular como el colgante dorado que perdí hace tiempo. Esta tarde ella estaba en el patioatenta a mis pasos de baile con la escoba.De repente dejé de llamar su atención,una pequeña lagartija ocupó mi lugar.Apenas cinco por dos centímetros de vida.También era vulgar, común.Pero cayó en el reino de mi gata normal,a todas luces un lugar equivocado. Abandoné mi tarea para contemplar su guerra,y sus respectivas garras,una tratando de imponerlas,la otra tratando de esquivarlas.La superioridad de mi gata normal era insultante.Y en menos de treinta segundos la intrusa estaba a su merced.No tardó en morir. Mi gata normal no me hizo ofrenda de su cadáver, la dejó allí muerta y con la cola rota,con total indiferencia.Volví a ser su centro de atención.Retomé mi tarea pensando que era una suerte que mi gata normal no tuviera derecho a voto. Luisa L. Cortiñas