Mi Gran Vía cumple cien años

Publicado el 04 abril 2010 por Rgalmazan @RGAlmazan

Cada uno tiene su sitio cada cuál bajo su piel lleva grabado su barrio, su tiempo, su pasado, su vida. Aunque la memoria es selectiva, no es falsaria. Y qué quieren que les diga, yo nací al lado de la Gran Vía. A quién conoce Madrid, le diré que lo hice, exactamente, en la Calle de la Luna, paralela a la Gran Vía, cerca de la Plaza de Callao. Porque en aquella época, se nacía en casa con ayuda de la comadrona. Ese fue mi barrio hasta los catorce años.

La Gran Vía representa para mí el centro del mundo. Alrededor de esa calle se movió mi vida mucho tiempo. Luego, por razones laborales he seguido pisando sus aceras a menudo.

Hoy esa calle cumple cien años. Y sigue viva, muy viva, aunque diferente, y es que si hay un sitio en Madrid que huele a vida, es la Gran Vía. Hace cincuenta años estaba sembrada de cines, cines grandes de pantalla gigante, recuerdo por lo menos, doce. Cines a los que no pude ir hasta ya mayor, por una simple cuestión económica, eran cines de estreno y yo había nacido para cines de barrio de sesión doble.

Su encanto ha sido siempre estar viva. Ha ido cambiando con el tiempo pero ese poso vitalista sigue ahí. Sus cafés con terraza y gente hasta las tantas en verano. Sus tiendas de postín, sus edificios señoriales, ese subsuelo de Chicote y Los Sótanos. Sus calles adyacentes pobretonas pero con sabor.

Fue uno de los pocos lugares que no pudieron conquistar los rebeldes. Apenas acabada la guerra, los franquistas, denominaron a la Gran Vía: Avda. de José Antonio, en honor del fundador de la Falange. Pero la respuesta popular fue clara, José Antonio se quedó como el nombre de la estación de metro en la Red de San Luis, cerca de Montera; porque la gente siempre, también en esa época, ha llamado a esta calle: Gran Vía.

Yo la recorría casi todos los días. De la mano de mi madre con mis hermanos, camino del Cuartel de la Montaña, arriba de la plaza de España, donde íbamos a jugar, con el bocadillo, el balón las chapas y los cromos.

Allí vi los primeros grandes almacenes, Sepu y Almacenes Capitol. Más tarde al otro lado, en la plaza del Callao y en la calle Preciados aparecieron los dos más grandes: El Corte Inglés y Galerías Preciados, a donde nos escapábamos los amigos para montar en esa nueva atracción de mediados de siglo: las escaleras mecánicas. También íbamos a ver las piernas de las cabareteras pintadas, en la entrada de la sala de fiestas Pasapoga.

En esa calle, esquina a Callao, estaba Segarra, la zapatería más barata y de calzado más duro del Madrid de la época. Todos los años, dos veces íbamos a calzarnos allí, cuando mi padre cobraba la paga, botas en invierno, sandalias en verano. Eso sí, siempre en jueves, que para eso regalaban un globo de gas.

El Edificio de la Telefónica fue, con sus doce plantas, el más alto de Madrid hasta que nació en 1955, el Edificio España en la cercana Plaza de España. Hoy es una simple hormiga ante el actual urbanismo vertical.

Son muchos los recuerdos que me trae la Gran Vía, una calle emblemática para muchos. Para mí, sigue siendo esa calle que termina en la Plaza de España y que me conducía casi todas las tardes al Cuartel de la Montaña, con olor a mortadela y cines caros.