Un buen día, sin saber cómo nuestro hijo nos salta con una "mentirijilla". Nada importante ni nada grave. Algo intrascendente y totalmente inocente. Porque las primeras mentiras juegan un importante papel experimental y exploratorio que nada tiene que ver con un supuesto signo de maldad.
Cuando nos intentan engañar o juegan a mantener un secreto, nuestros niños están comprobando que su mundo interno y el nuestro son diferentes.
Están constatando que sus pensamientos son suyos y que si quieren los comparten o no. Es aquí cuando descubren que el engaño es posible, que cuando se habla hay que tener en cuenta lo que el otro sabe y lo que no.
Esto supone un hito muy importante en el desarrollo cognitivo, ya que constituye un primer paso hacia la superación del egocentrismo infantil y la comprensión del mundo interpersonal.
De los 3 a los 5 años deberíamos evitar llamarles mentirosos o ponerlos en ridículo. A esta edad debemos tener cierta tolerancia y algo de complicidad con algunas "mentirijillas" como cuando nos dicen que su peluche preferido les ha dicho que hoy cenaríamos "chuches" y que luego dormiría con mamá. Este tipo de mentiras son parte de la fantasía del niño de esta edad.
En cambio, las mentiras que tienen por objetivo evitar ser regañado, el típico "yo no he sido, ha sido él" han de ser tratadas también sin ponernos nerviosos y llamarle mentiroso. No obstante, hemos de hacerle saber claramente que no aprobamos las mentiras, que hay que ser sincero y que es importante explicar siempre la verdad. Si nosotros no utilizamos nunca la mentira con nuestros hijos ellos aprenderán más rápido la importancia de este concepto.
Los padres, abuelos también, debemos evitar mentir o engañar a nuestros hijos ya que generan desconfianza e imitación, a parte de proporcionar una visión deformada de la realidad y del mundo en el que viven. Esto no significa que algunas informaciones no puedan darse de un modo diferente en función de la edad y que obviamente no siempre será posible explicarles todo, en algunas ocasiones tendremos que callar o ocultarles algunas informaciones.
Cuando el niño nos miente ocasionalmente no tiene excesiva importancia, es cuando estas mentiras se repiten una y otra vez. En estos casos los padres debemos preguntarnos el motivo, la causa, el porqué. ¿Utilizamos las mentiras o somos poco sinceros con nuestros hijos dándoles mal ejemplo? ¿Basamos su educación en el castigo, las reprimendas y la culpa? Ante estas preguntas debemos tener en cuenta que es muy difícil exigirle a un niño sinceridad si está creciendo en un ambiente que le genera temor o culpa, y le engañan frecuentemente.
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